EL FIN DE LOS MITOS


Uno de los factores que más ha frustrado a las generaciones jóvenes cubanas ha sido la confusión creada por las circunstancias históricas que les ha tocado vivir, producto de la convulsión social y política creada por el Castro-comunismo.

Por un lado, dentro de Cuba, toda una generación ha crecido bajo la influencia del absolutismo más absoluto en el que se le ha ocultado la verdad histórica. Por otro lado, la generación del exilio ha crecido dentro de una versión apasionada de lo que ocurrió y, con el sentimentalismo muy humano de idealizar nuestros recuerdos, le hemos transmitido a nuestros hijos, sin quererlo, una versión caricaturesca de nuestra historia y de nuestra cultura, producto de experiencias para esa generación con base imaginaria y no real, por no haber vivido nunca en Cuba.

Esas imágenes falsas de nuestra cultura se podrán rectificar cuando a los de aquí y a los de allá se les permita conocerse y trabajar juntos por un ideal común. Pero respecto al factor de los mitos creados por la Revolución, podemos considerar que la mayoría de ellos han sido destruidos por la misma Revolución.

Nadie puede negarnos a los que crecimos en Cuba que crecimos dentro de un mito revolucionario presente desde mucho antes de Castro, el cual gradualmente fue destruyendo la fe en el proceso democrático. Durante la dictadura de Machado pudimos percatarnos de una crisis generacional que trajo todo el proceso caótico y extremista desde 1933 hasta 1940, pero que desencadenó con la culminación de la Constitución de 1940, que fue un orgullo de América, trayéndole una gran madurez a nuestra vida republicana y proporcionándonos varios años de democracia.

La influencia del comunismo agazapado y el fervor revolucionario de aquel mito, precipitado de nuevo por Batista, destruye, con una dictadura de derecha, el proceso democrático, empujando a la nación cubana a las manos de un caudillo sin escrúpulos como Castro. Cuba sucumbe ante el mito revolucionario, cuando lo único que necesitaba era reformar democráticamente el sistema.

Surge entonces el mito Castrista, el que dijo que la Revolución era "verde como las palmas, primero humanismo y después socialismo, comunismo democrático y muchos otros nombres que los historiadores han tratado de interpretar y han llamados de diferentes maneras: milenarismo medieval al estilo de Leyden en Alemania, comunismo tropical, etc., pero que no han resultado en otra cosa que en un culto a la personalidad narcisista de Fidel Castro quien, en pleno Siglo XX, ha creado el sistema absolutista de abuso del poder más perfeccionado de toda América, el cual hubiera sido motivo de envidia para cualquier monarca feudal de la Edad Media. No hubo nada verdaderamente genuino en la Revolución cubana.

Los soñadores que entregaron su integridad al idealismo fidelista se convencen hoy, bastante tarde por cierto, del axioma de Fischer: "Toda adhesión a una ideología extremista es una camisa de fuerza que estrangula el pensamiento".

Ahora mucho realizan que el Marxismo se aplicó como un rito religioso, y que ese ritual convirtió al líder en un dios que, como Hítler, ¡se identifica con la Patria! ¡Quien no está con él, está contra la Patria! De ahí la confusión de los fanáticos que todavía lo siguen.

Al derrumbarse el mito de la invencibilidad del comunismo, se desploma la plataforma o razón de ser del Castrismo, pero al no poder ceder o reconocerlo, el tirano, para mantenerse en el poder, comienza la auto destrucción de su mentira, y su narcisismo maligno le impide una apertura o una salida en la última etapa de su régimen para destruir de una vez y por todas los mitos Castristas y Revolucionarios que lo mantuvieron en el poder, cerrando así el ciclo histórico.

Al aumentar el estado de sitio se evita toda la salida democrática. No puede haber apertura económica sin apertura democrática y política. De ahí en adelante los mitos son historia. Los cubanos se aferrarán más que nunca a la democracia y no al caudillo, como las generaciones anteriores. Aunque tome tiempo, en el renacer de la nueva República no buscarán la Revolución, ni vivirán más de mitos. Tendrán una visión más madura para juzgar a sus líderes, y se aferrarán a una República Democrática estable como única garantía para la verdadera libertad con respecto a todos los derechos humanos de cada uno de sus ciudadanos.


Alberto S. de Bustamante

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