La invasión de la falsedad: otro criterio de veracidad


"Cuanto más débil e impotente sea una vida, tanto más insistirá en la igualdad de todos; tanto más intentará rebajar las excepciones a su ordinariez; tanto más verá en la grandeza el crimen contra la igualdad; tanto más querrá vengarse de los hombres de vida poderosa a quienes todo les ha ido bien. La voluntad de igualdad no es más que la impotente voluntad de poder de los desafortunados. Lo que se presenta como idea de justicia es sólo voluntad encubierta de poder y que abusa del prestigio de la virtud, de la respetabilidad, de la moralidad, para conseguir triunfar."

Friedrich Nietzsche


La verdad, por evidente, se hace a veces invisible ante nuestros ojos. Una de ellas es el hecho de que el hombre, como animal que evoluciona a golpe de proyectos, es también el único sobre el planeta que puede darse el lujo de progresar en tanteos imaginarios, con prospecciones de gabinete, y con conciliábulos. Una vez forjada una idea y su viabilidad, el hombre puede o no seguirla en su realidad cotidiana. Es a esto a lo que llaman inteligencia y parece que es a ella a la que la civilización debe su evolución. Creyendo esto, pudieramos afirmar entonces que el hombre progresa desde que se aferró al carro de la imaginación y que a partir de ahí, ya no dependía del método prueba-error para comprobar si delante lo esperaba o no un atolladero. La imaginación, como método prospectivo permanente, aceleró el avance social y ello derivó después en lo que hoy llamamos progreso.

El marxismo pudo haber sido uno de esos tanteos. Como teoría, interpretó la evolución social bajo el imperio de una metodología a la que se supone la "praxis" dio la razón (el último criterio de veracidad), pero sus problemas se evidenaciaron cuando se la definió como verdad única y definitiva. Para Marx, la mayoría de los filósofos se habían equivocado y sólo él (y en algunas cosas Engels y Lenin), estaba en lo cierto. Pero, ¿serían inválidas entonces todas las proyecciones de aquellos hombres visionarios divorciados del marxismo clásico? ¿Sería cierto que toda otra teoría no fuese más que un simple juego de abstracciones mientras la práctica no le diera un aldabonazo? ¿Acaso dijo la vida (la historia para los filósofos) sí a las premoniciones marxistas?

Antes de responder a estas preguntas valga destacar el contrasentido que resulta de proclamar la preeminencia del hombre común en la sociedad, cuando implícitamente son sólo unos pocos los iluminados de grueso calibre los que tienen voz dentro de cualquier sistema. Pero además, resaltemos el sinsentido resultante del hecho de que los clásicos del marxismo (que arrastraron y todavía arrastran con miles de dudas y contradicciones intelectuales) no permitan la duda a sus portavoces (los secretarios del partido de cualquier estado totalitario), ni a los intelectuales que les heredan y tienen que vivir bajo una lluvia de suspicacias constantes en la "dictadura del proletariado".

El obrero, el bracero, el operario y el jornalero cubano, se han caracterizado por ser individuos que se valen de sus manos. De esas manos, sin dudas, han salido cosas muy valiosas, pero en sentido general el producto que de ellas ha surgido jamás ha ganado el carácter de una obra de arte, porque en su confección nunca se aplicó una buena dosis de proyección, ni el carácter prospectivo de la mente humana. El obrero decimonónico de Marx fue concebido más como un aprietatuercas que como artesano innovador. Un ser al que no le cabría nunca la menor duda: la nueva herramienta creada en el capitalismo por un obrero-artista jamás sería real mientras no se le hiciera material. Pero veamos algunos de los errores que jamás se aceptan con relación a una "praxis" que olvidó el paso del tiempo y el desarrollo tecnológico, y analicémoslo a partir del obrero "intranquilo" que padece en Cuba.

Según los clásicos de la ortodoxia proletaria, o al menos, según los miembros del partido, hay ciertos elementos que les permiten ser suspicaces con todo obrero que sea un poco artístico. Los "buenos compañeros" resultan ser los más "disciplinados", los que están dispuestos a cumplir únicamente con el plan que se le asigne. Bajo tal premisa, no puede resultar extraño el marasmo social en un país donde la estructura social depende de una "nomenclatura" que reduce a la nada toda teoría que no sea su dogma. ¡Cuanto rechazo hay en esa sociedad para todo aquel que por naturaleza se proyecte como un individuo creador! ¡Cuántas persecuciones, por sofisticadas que estas sean, soportan en la isla los intelectuales difamados de rebeldes! En el reino proletario de Fidel Castro hay que declararse de origen obrero, humilde, y repetir los slogans oficiales o enmudecer. Error.

Luego, hay que considerar a las leyes económicas. Como que los clásicos afirmaron que estas leyes dominan a la sociedad ciegamente, es parte del contenido de trabajo de la nomenclatura podar, bloquear, o minimizar las posibilidades de imaginación de los hombres. Un apersona creadora en alguna proporción niega el imperio de esas leyes y por tanto, se inhibe la posibilidad de que se cree, sobre la marcha, la realidad o los ideales a que aspirar en el futuro como ser individual a la vez que social. En otras palabras, para darle larga vida al dogma, el marxismo en Cuba evitó todo tipo de diferenciación o especialización que permitiera el necesario gradiente productivo. El método comunista creó, para dificultarlo, términos peyorativos que desprestigiaban a todo aquel que se diferenciara de la masa y no comprendía lo subyacente. Entonces, según la época o el caso, se nos llamó "revisionistas", "pequeño-burgueses", "revanchistas", "enemigos del pueblo", "disidentes", "escorias", o "gusanos". Con ello, el dictador no sólo leía su sentencia, sino que daba luz verde a la eliminación intelectual, social, e incluso física de sus posibles oponentes. Error.

Otro problema de este dogma lo constituyó la conveniencia personal de la gran mafia de funcionarios que generaban todos los países comunistas. La preeminencia del dogma con "un enfoque clasista" implicó entonces la minimización de las posibilidades individuales de crear de forma activa la verdad social en cada momento, y por medio de la concertación, la discusión abierta entre todos los componentes sociales, y el más libre razonamiento del compromiso de cada uno para con el todo. Ello equivaldría, en los hechos, a un contrato social permanentemente readaptado, pero permitirlo, sería eliminar la posibilidad de la "nomenclatura" a ocupar su plaza fija en el poder y por tanto, tenían que torpedear todo cuestionamiento y declararlo entre lo más sacrílego de las cosas prohibidas. Decir que alguien fuera un revisionista en Cuba, llegó a significar que ese alguien estaba poseído por el diablo en el medioevo del tocayo Karl. Error.

Contando con la preeminencia del marxismo como dogma - según afirman (aún) los "filósofos" del régimen -, la vía hacia el desarrollo no puede ser vislumbrada en la mente de un grupo de hombres humanamente vivos, porque allí, en el cerebro de esos descarriados "lucubradores", no podría comprobarse nunca dicha realidad. Quizás nada estuvo más lejos de la idea de Marx que ponerse a crear una teoría estática, monolítica, y válida por los siglos de los siglos (sálvenos Dios de lo que hemos dicho), pero la mediocre mafia partidista, con toda su intrínseca aridez imaginaria, necesitaba hacer creer que él, "el coloso del pensamiento filosófico", había dejado como irrefutable el lineamiento fundamental de un catecismo y ya listo para ser impartido al gran público. Error

Dentro de las cuestiones inherentes a esta falsedad (tan marxista como fidelista) hay al menos 6 puntos que quisiéramos atacar. Pero no arremetemos contra la filosofía, sino contra las pocas ideas que de ella algunos fariseos quisieron heredar.

Primero: los que han sido buenos y destacados en algún aspecto, no tienen porque serlo en todo y en todo momento. Por lo tanto, lo más productivo desde el punto de vista social es depender de los grupos "informales" para que estos actúen como vanguardia social y sean elegibles en un ciclo tan irregular como el de su operatividad cotidiana. De esta manera, cada cual aportaría el máximo de sí, o pasaría de inmediato a un plano secundario. Un grupo cerrado de personas no puede nunca constituirse como vanguardia permanente de ninguna sociedad.

Segundo: el proletariado es un grupo demasiado masivo e inercial como para poder tomar en sus manos y con éxito el futuro propio. Menos aún, si lo intenta a lo largo de la carrera de relevo que implican las generaciones sucesivas. En la naturaleza, la evolución jamás se origina en la masa del núcleo, sino en la periferia, donde se encuentra la variabilidad de los grupos pequeños siempre inconformes y totalmente distintos los unos de los otros. La evolución se ha basado siempre en los grupos "marginados" (ya sean átomos, genes, o personas), que luego se constituyen en el nuevo núcleo del futuro, aportándole a las masas una energía vital que más tarde se perderá, ya obsoleta, entre las inexorables rendijas del tiempo.

Tercero: una idea nueva, innovadora y evolucionada le surge a cualquiera independientemente de su criterio personal acerca de la explotación del hombre por el hombre, el socialismo real, o su contrato con la sociedad. Ella puede ser capaz de revolucionar un aspecto de la sociedad, aún y cuando en otro sentido no sea nada provechosa. Ello es de suma importancia en el acto de la concertación, la comunicación, lo objetivo y lo pragmático. Una realidad irrealizable en un contexto o momento, puede ser perfectamente viable y necesaria en otro. La realidad sólo puede ser realizada por toda la sociedad y en especial por sus intranquilos: el hombre prospectivo. No importa cual sea su oficio, cuan ordinaria sea su historia personal, o su origen y clase. Lo que es realizable o no en un momento dado, no debe ser obstaculizado por la letanía limitada, unidireccional, polarizada, dogmática, monocromática y partidista de ningún Comité Central.

Cuarto: en la Cuba de hoy, el monopolio de la mal llamada revolución* ya no está en los campos de batallas ni en sus héroes vitalicios, sino en los laboratorios, bibliotecas, salas de conferencias, escenarios, pero sobre todo, en la calle. Todo intelectual consecuente que someta a duda su propio saber es un verdadero revolucionario, y aunque debe considerarse en deuda con los que le antecedieron (su plataforma cultural), no puede sentirse atado a estos. Por el contrario, está cada día más en deuda con los vivos y endeudado hasta los huesos con los que han de venir. Los compromisos con los muertos han de ser mortales.

Quinto: la violencia jamás será una buena forma de corresponder y nunca resultará un método adecuado para arremeter contra los ciudadanos "intranquilos". La violencia engendra violencia y en un mundo como el que habitamos, lleno de armas sofisticadas, ello no es más una demanda segura de exterminio. A la violencia, al militarismo y al comunismo (valga la triple redundancia) hay que ponerle bridas. A todas esas doctrinas letales hay que encerrarlas definitivamente en la caja de Pandora. Previo, hoy más que nunca, hay que evitar que nadie se sienta violentado hasta la violencia.

Sexto: lo veraz debe ser escogido activamente en cada período y de la forma más abierta posible, partiendo de la vida, plena y diversa. Lo que a partir de lo diverso queda como dueño del terreno es la verdad, aunque a esta luego el tiempo la melle, la oxide, la corroa, la cercene, o la destruya. La lozanía de la verdad sólo es posible a través de su constante nacimiento.

Como que la verdad sólo es reconocible cuando la falsedad se hace invasora, el reducto de la verdad está en el verdadero criterio de veracidad y para llegar a este, debe preponderar la mayor diversidad. Si alguien pudiera alguna vez llegar hasta este reducto, jamás debiera quedarse allí, porque aún cuando decidiera abrazarse a muerte a ese equilibrio encantado, vendría algún viento, algún oleaje del devenir, y le haría añicos el embrujo y su refugio. Entonces, terminaría agonizando con una verdad fósil o se fosilizaría junto a ella. Nada más apropiado que considerar el mito representativo de Sísifo a la búsqueda de la verdad y la justicia como una balanza danzante. Si alguna vez una palabra, una ley, o una síntesis, puede dar en la diana de lo justo, ello no significa que tenga carácter mágico, que sea un "ábrete sésamo" del sagrado recinto donde se guarda el tesoro de la verdad.


*"El concepto "revolución" es, en sí mismo, muy dilatado, abarca una escala de infinitos grados, desde la más alta idealidad, hasta la brutalidad más positiva, desde la grandeza a la crueldad, desde lo espiritual a lo contrario; la violencia cambia de modo de ser y se transforma, porque siempre recibe su color de los hombres y las circunstancias."


Stefan Zweig


Fin

A. Rodríguez y Carlos Wotzkow

La Habana, 1989 - Bienne, 1999


Éste y otros excelentes artículos del mismo AUTOR aparecen en la REVISTA GUARACABUYA con dirección electrónica de:

www.amigospais-guaracabuya.org