LOS PROGRESISTAS EN SUIZA: ALMOHADA DEL TERRORISTA PENDEJO

Por Carlos Wotzkow


Eso que las manos construyen, las manos pueden destruirlo. La muralla de la libertad ha sido Dios mismo quien nos la ha construido.“

Guillermo Tell de Schiller

Apenas habían pasado unos días en los cuales el mundo tomaba consciencia y protestaba contra los ataques terroristas en Nueva York y Washington, y las hordas pacifistas y protectoras (conscientes o no) de los agentes terroristas opuestos a la cultura occidental ya comenzaban a salir a las calles helvéticas.

A la manifestación organizada en Ginebra (y anunciada con júbilo por la CNN) contra la guerra en Afganistán, le siguió la de Berna, capital de un estado particularmente pacífico, en la que se reunieron unas 2000 personas en total para hacer un poco de ruido. Entonces, a los manifestantes de izquierda se mezclan todo tipo de delincuentes decididos a romper de conjunto las vitrinas, quemar autos, tirar bolsas de excrementos contra las fachadas de algunos bancos y pintar por doquier sus rojas consignas.

Sorprendente ver como en estas manifestaciones se exhibía la bandera estalinista con la hoz y el martillo, o pancartas con la figura del Che Guevara, símbolos ambos del militarismo comunista. La primera es la bandera del gulag que mató más de 23 millones de seres humanos, mientras que la segunda era la representación de un supuesto “combatiente idealista” (bien conocido por nosotros los cubanos), pero en realidad el autor de miles de ejecuciones en La Habana a principios de los años 60, lo que le ha dado la reputación de repugnante criminal.

Es aún más chocante que, y eso se evidencia a simple vista, una buena parte de esa juventud suiza va a esas manifestaciones por motivos emotivos, para acompañar al enamorado(a), por solidaridad con el amigo, o para apoyar al extranjero que, llegado no se sabe de qué país, da la apariencia de estar perfectamente integrado y tratarse de un “respetuoso” agitador que vive en conveniencia con el mundo de la droga.

Si por casualidad usted le pregunta a los altos responsables de la policía cómo es esto posible, estos señores le responderán, por respeto a la ley y al estado de derecho, que no es fácil cambiar la mentalidad de ciertos políticos electos. Y yo agregaría que, en la escuela, se le enseña a los estudiantes que las fuerzas del orden son “grupos opresivos” de la sociedad, o se les deja aplaudir la rebeldía del primer inadaptado llegado desde el exterior. Peor aún: la policía es a veces denunciada por abuso de poder, por haber entrado de noche en un campo para refugiados y confiscar allí miles de dólares y francos suizos obtenidos bajo la intimidación y la amenaza a la gente de a pie.

Esos llamados defensores de la paz no son, contrario a lo que podamos creer, los verdaderos defensores de los ciudadanos pacíficos, sino aquellos que aprovechándose de las libertades en Suiza adoran sembrar el caos, manifestarse contra los FA-18 (como hacían en Lausanne en 1992), o votar contra el derecho liberal de poseer un arma, al tiempo que algunos llevan a la cintura una pistola no registrada. Son los mismos que irán a protestar contra la deportación de aquellos que han entrado a la fuerza en casa de ancianos a fin de satisfacer su egoísmo alucinante.

Estoy orgulloso, como extranjero, de dar razón a los suizos opuestos a esa desastrosa política de inmigración. He vivido en campos de refugiados y he visto como los demandantes de asilo mostraban a los recién llegados como perforar un preservativo para dejar embarazada a una joven y obtener así la residencia en Suiza.

Pero, ¿cuáles son las exigencias de esos manifestantes digamos “bienintencionados” de los cuales se burlan los líderes de la extrema izquierda? Sus demandas son tan simples como absurdas: según ellos la violencia debe ser combatida por clases educativas al estado. La autoridad debe aprender a comportarse bien, ayudar al extranjero a vivir sin trabajar, y a dejarles vender la cocaína tranquilamente en cada esquina. Ya sé que esto puede parecerles exagerado, pero tal parece que es a los suizos a quien corresponde adaptarse a la cultura de los nuevos y no lo contrario, so pena de ser llamados ¡xenófobos!

Perdóneme, pero esa campaña “anti-terrorista” es, en el mejor de los casos, una pedida de tiempo marxista, o aún peor, una debilidad social que mina las bases de la nación, pues resulta lo mismo estar de acuerdo con ese discurso que ponerlo en práctica.

El lavado de cerebro del cual son víctimas estos jóvenes es a veces alarmante. Algunos de estos militantes, con un pitillo de marihuana entre los dedos, cual vagabundos sin ideología, afirmaban que los atentados a Nueva York no fueron cometidos para matar gente inocente, sino para protestar “simbólicamente” contra la globalización del libre mercado. Y esto no es todo, pues la prensa que critique esa opinión debería ser víctima de ataques similares desde el mismo momento en que no respeta “la voluntad del pueblo”. La muerte es por tanto, justificada cuando nace del resentimiento acumulado en este pequeño grupo de progresistas del Reithalle*.

Esta gente que lucha por sus derechos no respeta sin embargo el de los demás. Para ellos, escribir un artículo como este en Suiza puede valer ser acusado de racista, o quizás hasta de neo-nazi. Será suficiente que tales calificativos visiten las cabezas analfabetas de esta gente para que mis afirmaciones sean calificadas de declaración de guerra. Mi alarma no ataca a ninguna etnia, pero sí al odio incubado en la mente de estas personas improductivas. Es además imperdonable que mi dolor sea para los miles de inocentes y no para los despóticos talibanes que, según ellos, el Sr. Bush trata de eliminar.

Aquellos que han probado las drogas dicen que se experimenta una sensación de bienestar increíble a pesar que sus vidas transcurren en un verdadero infierno. Eso es exactamente lo que sucede a estos manifestantes que salen a la calle hoy a defender al régimen Taliban. No tienen en cuenta el tratamiento cruel que reciben allí las mujeres, ni el fanatismo religioso que puede, y de hecho ocurre, condenar a alguno por creer en otro Dios diferente al que ellos reconocen.

Otra cosa que me llama la atención es que cientos de estos pacifistas son esposas abandonadas con hijos alimentados por la asistencia social, feministas que defienden su derecho a mostrar sus senos en público, e iluminados que jamás serían aceptados por ese régimen al que ellos defienden con tanto ardor.

Estos progresistas helvéticos son los defensores de millones de personas “empobrecidas por el imperialismo”, la voz solidaria de víctimas de “políticas injustas” y los contestatarios por excelencia del “mensaje ofensivo que emite la cultura occidental”. En otras palabras, son los fiscales acusadores de las víctimas, que ignoran los golpes de bastón que reciben los zapadores de la ONU, o la pena de muerte que pende sobre la cabeza de varios cooperantes que tratan de ayudar al pueblo de Afganistán. La Facultad de Ciencias Sociales de Lausanne, compuesta en un 99 % de anti-norteamericanos, es experta en esta forma de enseñar.

Tal parece entonces que en Suiza hay todavía sectores que se oponen a poner freno a esos que matan por placer. Estos nobles ciudadanos libertarios no parecen comprender que eso que ha sucedido en los Estados Unidos va contra la dignidad humana. Para esa gente, la cultura occidental, las libertades individuales y las normas morales son parte del infierno, en tanto que la verdad, la defensa de la pluralidad y la ética son, también según sus ideas, una “invención de los poderosos”.

No olvidemos jamás el modo elegido por estos antagonistas para criticar “el papel hegemónico de nuestra civilización”, y no ignoremos tampoco la extraña manera que ellos tienen de entender las cosas, ni la antipatía que ellos desarrollan contra todo aquel que sea amigo de la libertad, o contra todos aquellos que quieren protegerse de la violencia mediante el control de la violencia.


FIN


Carlos Wotzkow
Bienne, Octubre 2001

*Reithalle es una vieja caballeriza del ejército suizo en el corazón de la ciudad de Berna. Es el bastón inexpugnable de los traficantes y consumidores de droga, de los anarquistas y los marxistas así como de ese cóctel suizo tan pacífico como mortal.


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