LA NATURALEZA PROHIBIDA: OTRA VIOLACION DE LOS DERECHOS HUMANOS EN CUBA

Por Carlos Wotzkow


“Effect is very oftten not the result of intention although one should strive to make it so. On the other hand intention should, through the critic`s eye, be quite obvious.”

Helmut Wotzkow


Entre la gente más devota a rescatar los derechos humanos en Cuba no abundan los que mencionen a nuestra naturaleza como un recurso al cual todos también tenemos derecho. Tal parece que salvaguardar nuestros derechos sociales (con su indiscutible importancia y dimensión humana) minimiza el de garantizar a nuestras futuras generaciones la existencia sostenible de nuestros animales y plantas endémicos. Hasta que no entendamos esta necesidad, el cubano seguirá abogando por sus derechos al tiempo que ignora otros tan importantes como prioritarios. Por ello, me parece vital poner aquí las cosas un poco en perspectiva.

La población cubana actual pudiera vivir en un área equivalente al 2 % de nuestro territorio, pero si quisiéramos además incluir a todos los cubanos (y sus familias mixtas) dispersos por el mundo, la provincia de la Habana sobraría como espacio territorial para esos 15 millones de personas si la infraestructura urbana fuese óptima y estuviera bien diseñada. Este dato es tan poco conocido como lo es la destrucción incesante que lleva a cabo el gobierno revolucionario en nuestra naturaleza, así como el derroche de recursos que este efectúa en perjuicio del futuro nacional y nuestro ya de por sí devastado archipiélago.

Según el voluntariado tecnócrata de Cuba “a la naturaleza ha de conquistársele” y para ello, la dictadura de Castro propone el uso irracional e inmediato de cuanto recurso natural este al alcance de la mano y de la forma más barata posible. Esto es así, aunque ningún beneficio industrial, tecnológico, agrícola, médico, energético o de comunicación sea evidente, pues la política del estado en cuanto a “ecología de explotación sustentable” es mera publicidad. Atando cabos, uno llega a la conclusión de que lo que Fidel Castro quiere es destruir la nación (por la vía de impedir, entre otras cosas, la aparición de un saludable desarrollo del individuo) a fin de proteger una clase elite no elegida (violación del artículo 21) e hipócritamente preocupada por ella.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos dice en su artículo 3: “Toda persona tiene derecho a la vida, la libertad y la seguridad de su persona”. Pero la política ambiental del gobierno de Cuba está diseñada para eliminar el derecho ciudadano de ser propietario de su propia tierra, para envenenársela con toneladas de pesticidas, para impedir una eficiente producción agropecuaria a partir de un ordenado minifundio, para eliminar el derecho a tener agua potable y de riego (pues la mayoría esta contaminada, o controlada por el Partido), para enriquecerse con los recursos del bosque (aunque estos sean hoy casi inexistentes), o para bloquear el acceso ciudadano a los recursos energéticos y en consecuencia, minimizar el desarrollo de las comunidades por falta de transportación.

Casi desde el inicio de la revolución la táctica a seguir ha sido la de crear un inmovilismo nacional para que los recursos naturales quedasen en manos del gobierno sin límites ni opositores a su explotación. La prensa y la televisión cubana explican al pueblo los malos ejemplos ambientales que ocurren fuera de sus fronteras y acusan al “Recalentamiento Global” de las respuestas que da la naturaleza cubana a un régimen que derrocha todos los recursos con tal de mantenerse en pie. Sin embargo, cuando a un científico se le ocurre protestar por lo que a todas luces es incorrecto, el destierro se hace efectivo tras un largo período de castigo y velorio social. O sea, en violación del reconocimiento a la personalidad jurídica de los ciudadanos (artículo 5), a ser escuchado públicamente (artículo 10), o al derecho de circular libremente (artículo 13), y vivir en el país de origen (artículo 9).

Esto, a pesar de ser harto conocido no parece interesar al ecologismo mundial. Por el contrario, son las propias Naciones Unidas las que van a Cuba y premian a su gobierno con la Celebración del Día Mundial del Medio Ambiente. Y es que pocos en este mundo van a discutir quién es el bueno después que la ONU lanza a la prensa la imagen de una Cuba ecologista apoyada con el dinero y la propaganda donada por los norteamericanos de izquierda. Es decir (y aunque les parezca contradictorio), por los verdes, los ecologistas (que no son ecólogos) y todos esos “progres” que prosperan maravillosamente en aquel país, y que no paran de ayudar a destruir el nuestro.

Desde que el “Día de la Tierra” se celebró por primera vez el 20 de abril de 1970 (sospechosamente el día del natalicio de Lenin), todos aquellos movimientos verdes, inicialmente considerados como terroristas para el gobierno de los hermanos Castro, empezaron a ser bienvenidos en la isla. Sin embargo, asociaciones y agencias como Sendero Verde, NaturPaz, o la AAMEC, quedaban condenadas a la proscripción. Violación de los derechos relativos a la libertad de opinión y expresión (artículo 19), asociación (artículo 20) y más importante aún, el derecho a velar por la propiedad colectiva (artículo 17) en cuya base debe estar sin lugar a dudas, la naturaleza del país en el que cada hombre vive.

La nueva ley del Medio Ambiente en Cuba, modificada hace unos años para autorizar la inversión turística a costa de la explotación y construcción de hoteles en nuestros parajes más silvestres (léase dentro de los límites de nuestras reservas naturales y áreas protegidas), dice ser devota de la protección de los recursos naturales. Sin embargo, la complicidad de los inversores extranjeros (necesarios en cualquier país cuya población se exprese libre e independiente de los dictámenes del Estado) y el dinero que ellos entregan a Cuba, se ha convertido en la piedra angular que permite más destrucción en nuestros ecosistemas y más recursos para hacer duradera esa propaganda a favor de una supuesta protección de la naturaleza.

Como por arte de magia vemos surgir en la televisión cubana científicos muy variopintos y reciclados a propagandistas de una agenda verde cuya principal crítica cae en la industrialización de los países ricos, en la cacería de los elefantes en Africa (cuya población disminuyó gracias a los francotiradores cubanos apostados en nuestros propios helicópteros militares), o a atacar a quienes se opongan a la barbarie y la anarquía que impera desde hace 4 décadas en nuestro maltratado patio. Este cáncer verde... olivo, infecta al país desde el mismo hogar, e inventa conceptos de “justicia ambiental” encaminados a extirpar cualquier idea de injusticia social que por ellos mismos surjan.

Millones de dólares son enviados por distintas asociaciones norteamericanas para soportar este tipo de propaganda ecologista. Pero además, cada año decenas de viajes son costeados a estos “científicos de pantalla” para que viajen al país vecino a aprender esta técnica de manipulación ideológica. Entre los “quedados” y los nuevos invitados, cientos son también los millones de pesos invertidos por el gobierno para apoyar esta iniciativa, pues para la mayoría de nuestro pueblo, dependiente de la ayuda de sus parientes en los Estados Unidos “un científico entrenado allí siempre sabrá lo que está diciendo”.

La línea de ataque se dirige entonces no ha proteger nuestros suelos, ni nuestras aguas, ni nuestras plantas o animales, sino a eliminar cualquier idea de propiedad (principio fundamental del capitalismo) de manera que el pueblo de Cuba no se atreva siquiera a utilizar una hectárea de su propia tierra. Bajo esa mentira institucionalizada vemos cómo es que el campesino cubano no puede sembrar un surco de plátanos (para nutrirse y vender el excedente), mientras el gobierno planta caballerías enteras de marihuana en el interior de “Unidades Militares” (como la de las cercanías de Juraguá) para enriquecerse con su venta directa al turismo internacional.

La “agenda verde” en Cuba emana entonces, y como ya se sabe, de un laberinto de instituciones cuya duplicidad de funciones es elemental a fin de lograr su principal objetivo. La explotación irracional de nuestros recursos naturales queda por tanto, sin culpables reconocibles, ya que todo el mundo mete la mano y ninguno tiene, supuestamente, ese derecho. Cuba es signataria de cuanta convención internacional exista con relación a “proteger el medio ambiente”, pero comercia indiscriminadamente con su fauna autóctona, hace dinero con los recursos ambientales de otros países, prueba armas químicas y biológicas con su propia población, y para colmo de males, la comunidad internacional acepta su firma en todos los protocolos a sabiendas de que todos saben de que se burla de ellos. Esta pasiva aceptación, lejos de aumentar el respeto favorece el desprecio de la comunidad internacional, puesto que es ella quien aplaude una agenda verde que en Cuba es roja, fácil de desenmascarar, e imposible de aceptar.

Mientras ese desgobierno cuenta a nuestra población los daños que los pesticidas químicos causan sobre las plantaciones de coca en Sudamérica, nuestros campos sembrados de hortalizas y nuestras ciudades saturadas de asmáticos son literalmente bombardeados con productos químicos bajo el pretexto de combatir plagas enviadas desde el exterior. Mientras se le repite a nuestros desinformados ciudadanos de que la droga es el flagelo de la humanidad, el gobierno del país la produce, la comercia, y crea las bases para convertir a Cuba en otra Colombia no sólo dispuesta a enriquecerse a costa de ellas, sino para chantajear al mundo bajo la amenaza subliminal de una guerra biológica probable y probada con “escapes accidentales” ocurridos en “laboratorios dedicados al beneficio de la salud humana”.

Genocidio es entonces, la palabra de moda utilizada por los ecologistas (no ecólogos) europeos y norteamericanos para caracterizar la industrialización del mundo occidental, pero contradictoriamente, son ellos los que apoyan sin reparos la prolongación de ese sistema destructor de la vida en Cuba. Un gobierno que condenó a la cárcel a cientos de personas por el mero hecho de ser católicos. Un régimen que castigó durante años con trabajo forzado a miles de homosexuales. Un estado que después de eliminar (o desterrar públicamente) a todo el que no esté de acuerdo con su dogma, intenta de paso acabar con todo lo que permita la vida en sus predios naturales.

Dicho esto les invito a una reflexión: cada vez que usted escuche a uno de esos científicos decir por la televisión que los incendios forestales de nuestros depauperados bosques, o que las inundaciones de nuestros secos ríos, o que la desaparición de una de nuestras palmas, o que la extinción de un gavilán, son causa del “Recalentamiento Global”, o del “Niño”, o de un “virus arrojado en Cuba por la CIA”, o de un hambriento ciudadano “al servicio del Imperialismo Norteamericano”, sepa que lo están engañando. Pero sobre todo, sienta mucho miedo, pues detrás de quemada esa barba un tanto ajena, le toca el turno a la suya. De esta forma, le violarán mejor el derecho a protegerse del sol en una fresca sombra, le costará más trabajo calmar su sed, le resultará todo un infierno procurarse un techo de guano, y le impedirán despertar con el canto de alguna ave cada amanecer.


FIN


Carlos Wotzkow
Bienne, Septiembre, 2001

* Una versión editada de este artículo ha sido previamente publicada en el Boletín del Comité Cubano pro-Derechos Humanos (España) Año XII N° 37, pp 4-5.

**Carlos Wotzkow es autor de los libros “Natumaleza Cubana” y “Cubriendo y Descubriendo”. Cada mes distribuye sus artículos a favor de nuestra naturaleza en diferentes revistas y por la Internet. Vive exiliado en Suiza desde 1992.



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