En el nombre de Payá, sus seguidores y el espíritu insano

“El problema del mundo, es que los imbéciles son presuntuosos y la gente inteligente está llena de dudas”

Bertrand Russell


Las dos premisas necesarias para que una persona pueda arrascarse la cabeza son, tener con qué hacerlo y, contar con (al menos) una que nos pique. Igual, las dos premisas necesarias para redactar una constitución nacional son, carecer de ella y, contar con una inteligencia que nos permita redactarla de manera apropiada. Cuba posee, desde 1940, una buena constitución. Tanto es así, que sirvió de ejemplo a potencias del primer mundo y, hoy por hoy, eso debiera ser indicio de que lo importante no es la Carta Magna con que contemos, sino las características individuales de los miembros del pueblo que se va servir de ella. Que la modernidad (o las circunstancias) demanda cambios, sí, pero a partir de…

Cada día que pasa parece más difícil encontrar un cubano que sea consistente con las prioridades más urgentes que demanda Cuba. Esta opinión personal sobre la caricatura antrópica que se ocupa de la política cubana radica en que hay, al parecer, un tipo básico de líder: aquel que necesita (de manera compulsiva) una respuesta “clara” a todas las cosas. Es decir, un tipo que tiembla ante su propia inconsistencia, o que se aprovecha de las inconsistencias ajenas (si es que acaso las nota) para enmascarar las propias. Ese tipo de cubano cree fervientemente en la autoridad (ya sea política, o religiosa), en la burocracia y en sus propios prejuicios.

Sus seguidores, como era de esperar, postulan que hay siempre alguien que lo sabe todo, porque todo debe tener alguna explicación y, confrontados con su propia incompetencia, reaccionan escondiéndolas debajo de la alfombra, ignorándolas, o haciendo chistes sobre su propia ignorancia. Este es el tipo de cubano politiquero que exaspera, porque son por igual crédulos, e impredecibles. Pero los hay pensadores independientes que, paradójicamente, se la pasan todo el tiempo apoyando las ideas de los demás y encantados de descubrir nuevos y valiosos oportunistas políticos a cada recodo del camino.

Todas las cosas positivas que los cubanos hemos hecho en los últimos 47 años, desde las balsas para atravesar el estrecho de la Florida, hasta la habilidad para robarle al estado comunista y alimentar a la familia, no son más que el producto de la interacción entre una población desesperada y un gobierno apático a sus necesidades. Por eso, cuando vemos que existen líderes como Oswaldo Payá, ciertamente debemos alegrarnos, pues todavía nos quedan mecanismos primitivos: o sea, todavía comprendemos cuán colonizados seguimos, o cuán alta estima sentimos de nuestra propia vocación de esclavos.

¿He sido claro, o debo cambiar algo? Lo cierto es que carecemos de la habilidad que nos permita predecir las patrañas oportunistas de cuanto lidercillo opositor aparezca en el escenario cubano (lo que es preocupante, pues es una señal típica de los autistas). Carecemos además, de la habilidad de identificarnos (y juzgarnos) a nosotros mismos y por ende, del sentido de la justicia, los derechos, y las obligaciones que nos permitirían ser un poco más coherentes. ¿Para que hablar de esa tendencia enfermiza al nepotismo? No hay sistema analítico en nosotros, ni aquel que promovería el sentido de la fidelidad, ni aquel que cohíbe el de la traición.

Contar con las mismas instituciones políticas, ideológicas, y militares del castrismo para reconstruir el destrozo causado por el comunismo en Cuba, es equivalente a dejar en el poder a la GESTAPO durante la reconstrucción de Alemania después de la segunda guerra mundial. La repetida inclusión de la Asamblea Nacional del Poder Popular es ya una señal (sino la prueba) de quién ha encomendado esa constitución a Payá. Perpetuar la ideología que intenta modelar la naturaleza humana es, además, un rezago nazi asumido por el castrismo desde 1959. Lo mismo ese puritanismo y esa preocupación extrema por sexualidad individual que tanto afecta la pluma de nuestro acomplejado cristiano.

Es llamativo que ninguno de los líderes sesudos e inteligentes con los que contamos en el exilio haya abierto su boca para comentar contra este libelo de mala muerte. ¿Dónde están todos los ayudantes, representantes, amigos, hermanos, cristianos solidarios, compatriotas y aduladores gratuitos del señor Payá que, después de leerse este dislate de 170 folios, siguen sin abrir la boca? Algún que otro alucinado ya le ha agradecido el esfuerzo, pero seguramente se trata de personas que no tienen ni neuronas para identificar lo que es una idiotez. Permítanme ser cínico, o si no les gusta la palabra, lúcido, sobre esta pretendida constitución repleta de amor a Dios y buenas intenciones.

Si yo, por ejemplo, acato la Constitución del 40, admito que no todas las cosas deben tener una evidencia racional. Soy agnóstico, pero no tengo la más mínima objeción de hablar y entenderme de maravilla con gente que cree en la existencia de Dios. Mucho menos en disfrutar su amistad o compañía. Mi objeción comienza cuando la gente se proclama “cristiano” y actúan como Stalin. Tengo una visión de la religión mucho más tenue que esta versión que nos esboza Payá: una versión de hoz y martillo que intenta taponar hendijas y aún así permite ver la ideología marxista del MCL.

Payá no empieza su proyecto de constitución con el verbo “proponer”, sino con el término “aprobamos”, lo que deja ver un autoritarismo ya anunciado desde su mismísimo preámbulo. Prometí a mis amigos que dedicaría unos minutos de mi tiempo a las secciones en las que menciona la protección de la naturaleza, pero leer una introducción en la que Payá dice que: “se camina” (o sea, con Castro aún en el poder) por un presente de justicia donde los hombres libres van a continuar construyéndola” ya dan ganas de ir al baño. La tradición de respetar la religiosidad de algunos ha saturado tanto nuestra cultura, que aquel que trate a un católico como a un idiota, es acusado inmediatamente de ser un prejuiciado.

Ya desde el Capítulo Primero Payá nos advierte (y así lo ha repetido a lo largo del panfleto), que la Cuba postcastrista debe respetar –imagino- “los llamados logros de la revolución”. Mis preguntas son dos: primero ¿cuáles?, segundo ¿cómo? Ni Thomas Jefferson se atrevió a tanto durante la redacción de la declaración de independencia de los Estados Unidos. En una carta dirigida a John Adams en 1813, reconocía: “I agree with you that there is a natural aristocracy among men”. ¿Se nos estará vendiendo Payá a Menoyo y a Cuesta Morúa? Lo pregunto porque aunque no habla de razas, nos recuerda muy a menudo las clases sociales. Incluso Abraham Lincoln (uno de los signatarios de la susodicha declaración) aclaró que: “did not mean to say all were equal in color, size, intellect, moral development, or social capacity”.

Para hablar de igualdad en términos políticos hay que tener ante todo estatura moral, e intelectual. Lo siento, pero Payá carece congénitamente de ambas. Una ideología como la que nos intenta vender Payá en su “aprobada” “constitución”, está condenada al desastre. Si usted no es capaz de entender que la discriminación puede ser económicamente racional, usted no es lo suficientemente apto para comprender que una apropiada política económica nacional es incapaz de asumir los costos sociales que Payá nos vaticina. “Estudios universitarios gratuitos para todos”. No me haga reír. ¿Sabe usted lo adaptado que están sus conocimientos universitarios a los de la media coreana? Para no ir muy alto.

La discriminación no es necesariamente un hecho inmoral. Pues no puede ser inmoral prohibir la venta de bebidas alcohólicas a un niño (discriminación de edad), como mismo no es inmoral el privar del voto político a un extranjero, o a un adolescente responsable (discriminación electoral). Y por si aún le quedará alguna duda, pregúntenle a los norteamericanos. Hasta el 11 de Septiembre del 2001 era discriminatorio chequear especialmente las maletas a un árabe, ¿quiere usted saber lo que piensan hoy? ¿Que qué trato de decirles? Pues muy claro, sólo algunas políticas sociales pueden (y deben) ser compensatorias, pero por apego a la justicia, y no como consecuencia de una supuesta igualdad entre individuos. Para ajustar las diferencias, existen las diferentes formas de tratar con ellas. En impuestos pienso, por ejemplo.

Esta constitución, lo quiera Payá o no, es una constitución de “clases” y las mayores atrocidades del siglo XX fueron cometidas en nombre de ese igualitarismo social. Sin irnos muy lejos, Payá debiera recordar que en Cuba, a los de la clase media-alta se les trató de burgueses, se les humilló, y se les obligó a abandonar el país. A los ricos por su parte, Castro les trató como si fuesen criminales. Todavía abundan los que aseguran que en Miami sólo viven los burgueses seguidores de Batista. Pero esos, o son de la cofradía del MCL, o son seguidores ciegos de su teología neo-marxista de liberación. Por ende, esa constitución es un libelo de izquierdas, o lo que es lo mismo, una constitución que sacrifica la libertad individual en nombre de la igualdad.

Payá prohíbe el discurso que hace apología de la guerra, pero entonces, comete un error al hablar de estado soberano. ¿Cómo va a defenderlo en caso de un ataque desde el exterior? ¿Cómo va a arengar a las tropas del ejército para que partan al combate, o a los ciudadanos para que se involucren en la defensa del país? Hitler leyó en profundidad toda la obra de Marx durante su estancia en Munich en 1913, ¿Cuándo se lo leyó Payá? Si lo pregunto es porque los postulados Payasistas no se apartan mucho de la misma ideología. Para los nazis los grupos humanos eran razas; para Marx y para Payá son clases sociales. Para los nazis el conflicto era racial, para Marx y el MCL la lucha es de clases.

La ideología que transpira esa constitución habla de una paz y una armonía humana que en realidad no pasan de ser un eufemismo de la violencia. La salvación de los pobres, de las mujeres, de los niños, y de los ancianos, no es más que un deseo de subyugación, o parasitismo sobre todo aquel que intente hacerse con un poco de dinero (ergo, los burgueses). Según esa constitución, así como la ideología nazi, o la marxista, el modelado humano es necesario. Marx escribió: “la alteración de los hombres a la escala de masa es necesaria”. Hitler lo apoyó: “el deseo de crear un hombre nuevo es medular para el Nacional Socialismo”. Payá quiere más, quiere, como decía Mao Zedong: “escribir las mejores palabras sobre un papel en blanco”.

¡Prohibida la prostitución y prohibido el alcohol! Y ¿quién se ocupará del aumento de las violaciones a las mujeres cuando Payá elimine a las prostitutas? ¿Sabía usted que la prostitución absorbe de manera no traumática el 80 % de la violencia sexual en Europa? ¿Prefiere usted una sociedad neurótica (más de lo que ya está la cubana) a una lúdica? Marx y Hitler no siempre demostraron creer en la tabula rasa como Payá, pero al igual que él, creían que la mente humana no poseía propiedades individualmente disímiles y durables. Oswaldo Payá, como ellos, como Polpot, cree que sólo los recién nacidos son puros. ¡Inmaculados, como la hoja de papel blanco!

Como ese que nos prometen ahora vía una maquillada constitución, todos los estados marxistas fueron estados dictatoriales. Como los marxistas, Payá prioriza el role del estado sobre el role de la familia en la educación de los niños. Como en esos estados del cual Cuba sigue siendo parte, Payá nos promete más de lo mismo. Incluso, la intromisión del estado en la vida sexual y alimentaria de sus ciudadanos. Si con Castro no se podía ser maricón, con Payá no se podrá ser mujeriego, si con Castro lo ideal era estar borracho, con Payá tendremos que evadir sus delirios sin la ayuda de una buena dosis etílica. O sea, que ya por ser cristiano y muy devoto del creador, en vez argentinos asesinos creando “hombres nuevos”, tendremos en Cuba “ingenieros de almas”

Otras sandeces de nuestra futura y puritana constitución incluyen: La soberanía del estado se impone a la soberanía popular (nada de Fuente Ovejuna); que no habrán escuelas privadas (pues estas serán “las mismas para todos”); que el individuo está obligado a velar por la preservación de la propiedad pública (en vez de la privada); que el estado proscribe los barrios exclusivos y la servidumbre (o sea, un trabajo menos por cuenta propia); que el estado prohíbe las publicaciones pornográficas (fin de la libertad de prensa), prohibido el desalojo de la vivienda por impagos (ruina para los propietarios de inmuebles); y, ya para acabar, la ley prohibirá la calumnia contra los cargos públicos para garantizar la “paz social”.

Ya lo sé, algunos incluso me lo han dicho por lo bajo: “malgasto mi talento en batallas inútiles”. Otros no obstante, por lo alto: “debo callarme, o asumir el exilio de por vida”. Y bueno, yo llegué a la página 18 de este mamotreto sin sentido y con mil perdones, ahí me planto. Ni puedo perder mi tiempo en imbecilidades similares ni puedo permitir que un guanajo premiado por el desacreditado parlamento europeo me lo robe impunemente. Allá los grandes políticos del exilio, allá sus brazos levantados y sus votos de apoyo a una disidencia interna que cada día parece más un apéndice de los sicarios del régimen que la han generado. ¡Pobres víctimas!

¿Es acaso la carta magna de un país un documento que debe ser redactado basándose en el miedo, la desconfianza, los sueños, las heridas, las preocupaciones y los deseos de cambio? Huele mal señores, huele mal. Y ya desde su “preámbulo” habla el Sr. Payá de “los cubanos”, sin decirnos qué pueblo constituye esa denominación. ¿Son el pueblo cubano los habitantes del archipiélago que lleva el mismo nombre, o los corderos que habitan esas 14 provincias que apenas él y Fidel Castro, reconocen? Me imagino que el Sr. Alberto Luzárraga se ocupará de desmantelar jurídicamente este panfleto. Este jurista, de aves cubanas no sabe un pepino, pero de derecho constitucional sí y por ello, le cedo ahora mismo la palabra.


Carlos Wotzkow
Bienne, Mayo 30, 2006



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