Acto de Repudio: un documental para reflexionar

por Carlos Wotzkow


Vuelvo (como es habitual) a sentirme un verdadero privilegiado con la amistad del realizador Agustín Blázquez, y al recibir una copia dedicada del último de sus magníficos documentales. En esta ocasión, Blázquez nos entrega uno de los temas más escabrosos del período revolucionario en Cuba: la instigación al asesinato social de todos aquellos que decidieron discrepar y huir de sus “maravillosas” políticas “sociales”. Como siempre, Agustín logra llamar la atención sobre temas muy poco vistos en los Estados Unidos y en este trabajo en particular, su mérito me parece mayor.

Lo primero que me roba la atención en esta última entrega de Blázquez es la elección del personaje entrevistado. Agustín bien pudiera haber entrevistado a muchísimas víctimas de los actos de repudio (y así demostrar que no se trató de un hecho aislado), pero contra todas las expectativas, se aleja del caso “masivo” y del cubano promedio y se decide entrevistar a un músico hasta entonces mimado por el régimen. Es ahí donde verdaderamente yo aprecio el valor político en el trabajo del cineasta. El personaje que habla sin respiro, la víctima en sí, es la que menos nos importa, pues su caso no genera tan siquiera lástima.

Durante los 58 minutos que dura el documental, el defenestrado nos narra sin puntos y sin comas sus experiencias como si interpretara un Bolero de Ravel que no incorpora tonos a la monotonía. Entonces, aparece la hija, contando sus temores que, según sus propias palabras, nunca le han abandonado por completo. La desnudez de la naturaleza humana es aquí la mejor prueba del trauma en su obra artística de adulta. Pero si en ella el sufrimiento se hace palpable, el del padre no convence. Profesor encumbrado por el régimen en los más altos niveles de las instituciones artísticas, era de esperar que le pasaran factura por querer abandonar la banda en la que tocó su alegre guitarra durante tantos años.

Ningún cubano promedio tiene (ni tuvo) acceso a los “viajes y a la fama” que este músico reconoce haber tenido toda su vida. Su arrogancia de élite se nota en la manera de hablar e incluso, en sus respuestas al Diario de las Américas. Menos que menos los contactos diplomáticos para haber sobrevivido por años alimentándose con los magníficos productos capitalistas que le facilitaban sus selectos alumnos. Me pregunto si el guitarrista clásico pudiera considerarse un “clásico” ejemplo de ese cubano promedio mucho más ultrajado que él. Cuando escucho de su acceso ilimitado a todas las embajadas de la capital cubana, la apatía bloquea mis sentidos.

El valor de este magnífico documental no obstante, no está en la historia particular en la que se centra, sino en la elección que ha hecho su productor para decirnos que en Cuba nadie quedó a salvo de esa crueldad. Muy bien logrado desde el punto de vista de los planos y la trama, Agustín vuelve a brillar como comunicador y como patriota desinteresado que es. Conozco los esfuerzos personales (en tiempo, en frustraciones, y en dinero) que Agustín Blázquez realiza para intentar cubrir un nicho vacante en los medios informativos de los Estados Unidos y por ello, lo felicito de corazón, pues ha tocado un tema muy delicado para miles de cubanos.

Quizás faltó que el guitarrista se reconociera él mismo entre los casos menos graves de esta modalidad del abuso castrista, pero eso es lo de menos. Creo que Agustín lo deja claro en el énfasis que hace con imágenes nada relacionadas con su caso. Estoy seguro que la imagen que se observa desde le ventanilla del avión salpicada por la lluvia llegan al corazón de miles de miles de cubanos. Repito, no por lo narrado por la víctima entrevistada, sino justamente, porque el paisaje nos aleja de ella y nos trae a la mente recuerdos y sufrimientos que este intelectual “conectado” no pudo transmitir.

En esa escena de la ventanilla yo no veo las pupilas del músico elitista, sino la cara entristecida de mis primos, ofendidos en actos de repudio mucho más crueles que el narrado y acosados durante 4 largos años sin nada que comer, sin una embajada que le abriera sus puertas, o sin un diplomático que les sacara sus quejas del país. Veo la cara de los profesores de las universidades sangrando por las pedradas y los palazos recibidos. Veo los muertos por politraumatismos craneoencefálicos, veo el terror en la cara de mi amigo Moncho (que en paz descanse) después de inmovilizar los miembros partidos de cientos y cientos de víctimas de esos actos barbáricos.

¡Bravo por Agustín, que es capaz de sacar las más cálidas llamas en una entrevista a un leño mojado!


Carlos Wotzkow
Bienne, Febrero 3, 2007



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