Carlos Wotzkow al banquillo de los acusados

por Carlos Wotzkow


A Maggie*


Queridos amigos, queridos lectores, queridos enemigos y queridos disléxicos. Ustedes tienen la razón. Cuando tenía 20 años me leí una de las obras más bellas que pueda leer un joven soñador. Yo buscaba desesperadamente la razón, estar del lado de la justicia, del equilibrio. Entonces una científica argentina de visita en mi casa vio que en el librero del comedor estaban las Obras Completas de Stefan Zweig. Inmediatamente me recomendó la lectura de “Los ojos del hermano eterno”, y comprendí que jamás llegaría a ser un hombre equilibrado, tampoco justo, y menos que menos a tener siempre la razón

Miren esa última frase y eliminen, por favor, el “siempre”. Nunca se tiene toda la razón, sólo se intenta (de otra manera sería yo un reverendo esquizofrénico). En estos días he visto cuánto irritan y agradan mis artículos en la Internet. Unos quisieran pegarme una paliza que ya temo. Otros, dicen que quisieran conocerme. Unos me tildan de agente al servicio de Castro y otros, al servicio del imperialismo norteamericano. Es inevitable. La política es el único terreno donde las emociones humanas no han podido hallar jamás una frontera clara. Pero, ¿qué más da lo que crea la gente? ¿Qué me haría peor, o mejor?

Como decía Oriana Fallaci, “peor”, ¿para quién?, “mejor” ¿para quién? “En las guerras no se tiran claveles”. Me confieso: ni lo uno, ni lo otro. Mi mayor defecto (y lo reconozco a cabalidad) es que soy demasiado emocional. Me dejo llevar por los impulsos. Para ponérselo con un ejemplo claro, digamos que estoy seguro que perdería el 70 % de las peleas físicas que eche, pero ninguna por abandono. Salto con la rapidez de un grillo, aunque sean dos o más, o un elefante, los contrincantes. Soy impulsivo, no tengo remedio, ni miedo. Crecí en el barrio de Altahabana liándome a trompones con los negritos de la construcción y ninguno me vio nunca correr. Desde entonces tuve decenas de amigos.

Me preocupo por Cuba, porque es un país al que adoro en exceso. ¿Debí decir “con excesos”? A veces, cuando leo lo que se opina de mí, humano al fin, llego a creer que soy un monstruo: me parece que me ocupo tanto de Cuba que la ahogo, como si para protegerla de otros 50 años de mierda no la dejara respirar. Otras, me emp… como Don Quijote, contra ciertos molinos de viento que no merecen tan siquiera la embestida de mi pluma. Lo hago, no porque me den roña los bufones, sino porque los que se despeinan con sus malos vientos muchas veces no tienen ni el coraje ni la energía de pararles las aspas. Me desespera la estupidez, me irrita, no puedo controlarme. Ni tan siquiera cuando el estúpido es un servidor.

Digo malas palabras. Peor, las escribo. No tengo perdón, y así y todo se los pido. Culpo a mucha gente por sus impenitencias, como si yo no tuviera las mías. No siempre tengo las “pruebas” de lo que digo, como todos. ¿Cuál es una prueba creíble? Lo que ha dicho, o escrito ¿quién? Cuando se escribe sobre un régimen tan oscuro, nadie sabe cuán lejos queda el muro invisible del extremismo. Y sí, soy extremista. Contra el régimen y contra todos los que en mi opinión le ayudan, soy extremista, de derechas. Lo aprendí de Martí: “del tirano di todo, di más”. Lo aprendí de los medios de inteligencia: “todo es posible”. Lo tomé de Quevedo: “casi siempre pensando lo peor se acierta”

Me acusan de ser irreverente. Si, lo soy, pero eso me viene del absoluto irrespeto que siento hacia todo tipo de autoridad. Odio la autoridad (sobre todo la política) y detesto las celebridades porque, como le decía Juan Pablo I a Mark Twain, cuando el viento hace volar el disfraz de león, todos podemos ver al pretencioso burro que se esconde debajo. Lo sé, ya sea por puro convencimiento, o por un incuestionable sentido anticastrista, destripo a mucha menos gente de la que debiera. Por ahí van rumiando algunas vacas que, va y un día encuentran el matadero. Déjenlas alcanzar el poder y si estoy vivo, ya me escucharán. No sólo en Cuba hay ratas amigos, el exilio se ha plagado de ellas, históricas y recientes, con nuestro consentimiento, o en puntillas.

Me acusan de crear desunión, pero no entiendo la acusación. ¿De qué unión me hablan? ¿A quién, o quiénes quiero desunir? ¿No será que critico a aquellos que en el exilio se unen a los que jamás han sentido ser parte de nosotros? ¿No será que señalo a demasiados farsantes sagrados? A veces, lo que hago es criticar las conductas de algunos iconos del exilio que ya por ser iconos se creen intocables. ¿Es “Patente de Corso” lo que ustedes desean para nuestros futuros dirigentes? ¿Por qué no puede uno llamar “gentuza” a un millonario radicado en Miami? ¿Cuál es el título, o el monto bancario necesario para ser honorable vitalicio? ¿Es la riqueza una cualidad ética intrínseca de los que se comportan de manera despreciable?

Me acusan de estar en contra de los homosexuales. Pero yo sólo ataco a las locas políticas (ahora se las llama gays**) y para ello, a veces en forma de burla, los tildo de mariposas. No me place, tampoco me molesta. Pero igual, lo siento, los homosexuales que tengo como amigos, aunque saben que les respeto, no se lo merecen. Siempre aprendí y comprobé que en Cuba había maricones con más pelotas que muchos hombres. No voy a hablarles de Reinaldo Arenas, que ya saben que no me gusta relacionarme con las celebridades, sino de una loca que cada vez que la cogían “presa” por hablar mal de la revolución, bajaba la ventanilla del carro de policía con sus manos esposadas y gritaba “a palacio cochero” ¡Qué “botones”!

Así las cosas, no soy perfecto. No pretendo serlo. No aspiro a un premio de literatura, ni a un reconocimiento en el parque del río almendares (como le decíamos al de Altahabana). No recibiré nunca un “horroris causa” porque no lo busco. Detesto los reconocimientos. Detesto el pago de favores. Detesto las falsas alianzas. Detesto las uniones interesadas. Detesto el oportunismo, el amiguismo, el sociolismo, el nepotismo y a pesar de todo, respeto la amistad. Sí, ya sé, los dejé botados. No comprenden ni mierda. Jamás lo comprenderán. Los amigos que yo tengo me los he ganado en el ámbito emocional, en seno familiar, en el respeto mutuo. No hago amigos en el árido desierto de las ideas políticas, porque mis amigos políticos en ese jardín, posiblemente, serán mis enemigos mañana.


Carlos Wotzkow
Bienne, Mayo 5, 2007


*En representación de todos los blogueros que me publican, destripan y aprecian.

** Uno de los secretos más bien guardados del movimiento gay (me explica un amigo) es ese que demuestra que ser gay y homosexual no es la misma cosa. Los gays de San Francisco y Berkeley, por ejemplo, boicotearon la película de Reinaldo Arenas en California. En la Cuba castrista, donde hay tantos gays en el poder (Alfredo Guevara, Raúl Castro, etc.) fue precisamente donde se crearon las UMAPs para los homosexuales. En la Alemania Nazi, donde las SS era básicamente una organización gay, fue donde más se persiguió a los homosexuales.

La causa de esto es que los gays (que son homosexuales muy machos), odian a los homosexuales afeminados. Noten que el paso requerido para declarase “gay”, que es salir del closet, es una declaración política. Y, si lo miran desde esta perspectiva, verán que la mayoría de los gays no son “locas”. (Aunque ahora haya mucha confusión, pues, para unirse al carro, la mayoría de los homosexuales ahora se llaman a sí mismos “gays”, aunque no sepan lo que dicen. Allí donde los gays tienen poder político, la persecución de homosexuales es implacable.



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