MISA POR UN VIVO

por Esteban Casañas Lostal

Si Dios me diera suficiente salud y tiempo para escribir lo vivido, si pudiera, creo que no confío mucho en su voluntad y me apresuro, brinco páginas de mi vida tratando de atraparlas todas en una. Si me diera tiempo para llegar hasta Montreal, hay tanto que contar del pasado, no me puedo confiar, hoy debo saltar y romper aquella extraña armonía, mi máquina del tiempo falla.

Si Dios me concediera la oportunidad de poder identificar a los amigos, si pudiera, creo que no confío mucho en su voluntad y todo se confunde, se mezclan en una rara danza amigos y enemigos. Comienzo a confundir, y el frío no resulta cruel, y no me llama tanto la atención un mango, debo apurarme entonces, ¿Dios? ¡Por Dios!

Había bastante nieve aunque el invierno no fuera crudo, ya dejan de serlo tanto y a la mitad del camino de temperaturas nuestras me desnudo. Pero había frío, no tanto para mí, y el panorama era blanco, aburrido, de esa blancura que llega a cansar. Tiempos en los cuales se evita la calle, deprimen esos crepúsculos a las cuatro de la tarde. En el techo de mi pequeño patio unas palomas anidan, abro la ventanita después de rociarla con agua hirviendo para desbloquearla. Ellas me conocen y no se asustan, saben que les dejaré unas migajas de pan y sobrevivirán como yo. Luego, cuando el hielo se derrita, volverán las acostumbradas broncas por un nido, huevos de más, picotazos, la vida continuará.

Vivo un poco alejado de la realidad, la experiencia me ha obligado, no solo escucho, estudio cada palabra, analizo cada movimiento con felina calma, permanezco casi siempre al acecho, me defiendo. Ese día estaba solo, ella había partido a su escuela, se estaba alfabetizando. Aunque estuviera allí era muy tranquila, solo rompía esa letanía nuestros pensamientos, ella vagando por su tierra y yo por la mía, pensaba tal vez en sus hijos, yo en los míos. Ella hundida en Moca y yo en La Habana, tierras parecidas, diferenciadas por el culantro, pienso. Coincidíamos a la hora de cambiar un casete, ella una bachata, yo un son. Sonó el teléfono y reaccioné, me llego hasta el chismoso y aparece número desconocido.

-¡Aló!- Fue parca mi salida, contesté de milagro, ya no lo hacía con números extraños.

-¡Oye mi hermano! ¿Sabes quién acaba de quedarse?- Fue una voz conocida.

-No tengo idea, ya nada me sorprende, cualquier día me dicen que se quedó Raúl Castro.- Contesté sin interesarme por el tema, me sentía defraudado.

-¡Coño viejo, no me dispares con esa!-

-¿Qué quieres que te diga? Ya no siento asombro por nada.-

-Bueno, te siento algo desanimado, pero si te sirve de algo te lo digo, se quedó Julito.-

-¿Julito el pescador?-

-¡No jodas compadre! Parece que ves fantasmas por donde quiera.-

-¿Tú crees?-

-No sé, me da esa impresión.-

-¿A cuál Julito te refieres? Hay tantos.-

-Uno que fue subordinado tuyo como Segundo Oficial.-

-¿En cuál barco?-

-Te está fallando la memoria, refresca, estuvo primero en el Casablanca y luego en el Bahía de Cienfuegos.-

-¡Ya caí! Ese fue alumno de mi socio Ríos en la promoción XVII.-

-El mismo que viste y calza, ese mismo.-

-¿Y donde se encuentra?-

-En casa de Manuel, ¿vas a ir a verlo?-

-Bueno, dentro de una hora puedo estar allí.-

-Okey, nos vemos allí dentro de una hora.- Ambos colgamos simultáneamente y comencé a vestirme en medio de una invasión de pensamientos extraños. No confiaba ni en Julito, ni en Juan, no confiaba en nadie, pero nunca me ha gustado demostrar temor ante nada.

No había nadie más que ellos dos en el apartamento de Manuel y el saludo fue efusivo, pero carente de esa sinceridad que sobrepasa a cualquier presentación, no hubo química en ese encuentro. Yo había llegado con una caja de doce cervezas y brindamos por su decisión. Pocos minutos después me mostraba algunos documentos existentes en su portafolio, se destacaban certificado de nacimiento, propiedad de la casa y el título de Capitán traducido al inglés. Luego pasó a relatarme todo el proceso para llevarlo hasta ese idioma y su costo. Me mostró también el nuevo certificado de la OMI (Organización Marítima Intergubernamental) Le dije que el mío ya se encontraba vencido. Poco rato después llegó Juanito con otra caja de doce cervezas. El tiempo transcurrió entre recuerdos de millas y días navegados juntos, perdido entre nombres y personajes de la flota conocidos por nosotros, salió a flote el nombre de un Capitán que años posteriores mantuvo buenas comunicaciones conmigo. Se perdieron repentinamente y el tipo me aparece de nuevo en un barco atracado en Cuba, mantenía negociaciones con el régimen de Castro. No dudo que me siga leyendo, lamento que su miedo haya logrado burlar los límites de la cobardía, pero yo no perdí nada, cobarde lo conocí. Julito y Juanito lo mencionaban con mucha admiración y yo me limitaba a observarlos, no puedo negar que yo hablaba y hablaba, soy muy conversador, pero uno muy raro, ese que estudia cada una de tus palabras y movimientos, el que te observa fijamente a los ojos y trata de descubrir una trampa detrás de cada frase, no es paranoia tampoco, se me habían desarrollado las espuelas.

Juanito siempre fue raro, rarísimo diría yo, un tipo con la misma proyección de aquel que había atentado contra mi vida, él se conocía mi historia al dedillo y yo nunca se la había contado. Luego de finalizar la primera docena, Julito me pregunta si yo tenía contactos para cruzarlo la frontera. Las tenía de veraz, pero no me daba la gana abrirme de patas tan rápido. Lo alumbro, eso pienso yo, le menciono varios nombres en los cuales no podía confiar por su actitud tan rara, compañeros suyos de promoción, él me escuchaba con mucha atención.

Quedé en pasar al día siguiente por él y así lo hice, una vez en mi apartamento le preparé almuerzo mientras conversábamos. Julito evadía darse un trago y yo no lo obligaba, se mostraba abstemio, algo nuevo para mí. Pensó que yo había olvidado la gran borrachera que agarramos en el bar “Hanabanilla” del hotel Jagua en Cienfuegos, preferí hacerme el desentendido, que creyera el tiempo me había convertido en comemierda. Lo observaba todo, era como si midiera cada paso de la sala al comedor, de allí al baño y la puerta de salida. No paraba de mirar por la ventana con la vista fija en los nombres de cada comercio, yo fingía que su actitud era normal, no dejaba de serlo para un recién llegado, pero en sumo exagerado.

Al día siguiente paso por el apartamento de Manuel a verlo, y me lo encuentro con sus ex-compañeros de estudios, ya estaban al corriente de sus intenciones de brincar la frontera, y de poco sirvió las alertas que le diera sobre mis dudas acerca de aquellos extraños personajes. Debo aclararles que no me refiero a desconocidos, hablo de ex –alumnos míos como Julito.

El tiempo iría pasando rápidamente en apariencias, solo que realmente no fue así porque la nieve y el frío se mantuvieron. Decidí apartarme un poco de aquel para mí nada raro personaje, solo existieron dos o tres encuentros informales. Después que me aseguró tener los contactos para cruzar la frontera en varias oportunidades, vino a recalar nuevamente a mí alegando desconfiar en los otros y lo conecté. Delante de mí se pactó precio y fecha de partida, yo no estaría presente.

Varias semanas después de aquel sonado acontecimiento, el socio que lo había sacado llegó a mí protestando. Me dijo que Juanito estuvo con una cámara de video filmándole todo el carro y el número de la placa, que estuvo a punto de renunciar, pero que el tipo le dijo que era solamente una medida de seguridad para garantizarle la vida a Julito. Después de aquella aventura no aceptó a otro cubano y razones le sobraban, me habló bajo constantes protestas de los años que llevaba pasando ilegales a través de la frontera y yo lo comprendía.

Tal parece que aquella historia acabaría con la salida de Julito y no fue así, allí era donde comenzaba. Su barco se demoró en puerto más del tiempo planificado para la carga, y muchos de los tripulantes mantenían estrechas relaciones con ex–miembros de la flota mercante cubana que habían desertado en Montreal. Fue así que nos llegó la noticia del trágico final de Julito en su paso por la frontera, no sé si me explico, la noticia fue difundida por los marinos de su barco entre nuestra gente, pero es mejor que lean ustedes esa fantástica versión, yo me cagué.

Pues el carro del socio lo llevó hasta el punto pactado y le dio las orientaciones acostumbradas; Tú arrancas por aquí, doblas aquí, paras allí, te llegas hasta tal cafetería, y si te para la policía pides refugio, ya estás en territorio americano y no te devuelven a Canadá. Bien, la versión dada por los marinos del barco cubano fue la siguiente; Julito al parecer siguió las instrucciones del cuban coyote, pero, en su trayectoria por aquellos campos minados de nieve, le sobrevino un ataque de falta de aire y salió hasta la carretera por donde transitaban los autos que llegaban del punto de control de la frontera. Uno de aquellos autos lo ve vomitando y llamó con su celular a la policía, pero cuando aquella arribó al lugar descrito había sido muy tarde, Julito era cadáver.

Bueno, hasta aquí todo puede ser posible, pero es sumamente raro que con lo sensacionalista que es la prensa en estos países, aquella noticia no fue difundida por ningún medio de prensa, por ninguno. La cosa no para ahí, los tripulantes del barco se encargan de aumentar la fantasía de aquella muerte, la adornan con argumentos tenebrosos que rompen el marco de cualquier credibilidad. Dijeron, y a mí no me crean, que Julito había desertado con su portafolios (hasta aquí es cierto porque yo lo vi con estos ojos), pero agregan lo que rompe y tira por tierra algo que bien pudo ser real con toda la sencillez del mundo. Manifestaron ellos que, Julito llevaba en aquel portafolio los restos de su hijita, quien había fallecido años atrás en una epidemia de dengue en Cuba, razón por la que estuvo rebajado de servicio en la marina por síntomas de esquizofrenia por varios años. ¿Creen que aquí acaba todo? Pues no, en el mismo portafolio llevaba ropita de la niña y un par de zapaticos. ¿No creen que con tal hallazgo, esa noticia hubiera recorrido medio mundo? Claro que si, y peor aún cuando se trataba de un Primer Oficial de la marina mercante cubana, de eso no me cabe la menor duda. ¿Creen que eso era todo? Pues se equivocan, para agravar aún más la situación del muerto, meten en el mismo portafolio la osamenta de su difunta tía, los documentos antes mencionados y unos dos mil dólares. Para qué contarles, no hay nada más sencillo que hacer el papel de comemierda.

Un día después de aquella trágica y escalofriante noticia, un momento, no puedo continuar sin decirles que el portafolio era bastante estrecho. Apto solamente para una cantidad limitada de papeles, pero sin capacidad para transportar toda esa cantidad de huesos, y menos aún sus cráneos. Pues al día siguiente recibo la llamada de Juanito muy conmovedora y sentimental, le tuve que soportar toda aquella arenga acerca de nuestro mártir y pactamos un encuentro en casa de Manuel.

Llegué mucho antes que él y me puse a analizar todo el caso de Julito, llegó el chofer que lo había llevado hasta la frontera y me explicó todo lo expresado con anterioridad. Se marchó temprano el hombre y estaba preocupado por cualquier complicación, logré tranquilizarlo un poco, no existían testigos, solo las filmaciones de Juanito. El socio me dijo que si surgía alguna maraña se lo iba a fumar hasta el cabo, no pasó nada afortunadamente, era indudable que no sucediera. Le pedí el número de teléfono de la madre de Julito en Miami y me lo anotó en una tarjetita. Salimos de allí hasta la iglesia de Guadalupe en la calle Ontario, Juanito pagó una misa por su socio para el día siguiente. Al llegar a mi apartamento llamé al teléfono de la supuesta madre de Julito en Miami y le di mi pésame a aquella juvenil voz. Me dijo ella que su hijo había recibido todos los honores por parte de muchos compañeros de la marina y que lo habían vestido con un uniforme de oficial, casi me conmovió. Dejé la tarjetita encima de la mesita del teléfono, ya había cumplido su misión.

Llamé a un pariente mío en USA y le pedí que averiguara con los servicios de Inmigración, Aduanas y fronteras del estado de Velmont sobre aquel extravagante acontecimiento, es de suponer que brindé fecha y nombre del supuesto difunto. ¡Nada caballeros! El muerto no aparecía por ningún lado, pero eso no fue todo tampoco. En Miami mandé a averiguar sobre su sepultura en el cementerio Caballero Woodland. ¡Nada caballeros! El tipo no apareció por ningún lado, ni allí se ofrecieron a brindar muchos detalles tampoco.

Al día siguiente pasé por casa de Manuel a esperar a Juanito para asistir a la misa pagada por el alma de Julito. Manuel me ofreció una película porno y la guardé en el bolsillo interior del abrigo, fue un pecado entrar a la misa por el alma perdida de aquel camarada, pero no tenía intenciones de regresar a su casa nuevamente, y estaba convencido de que asistiría a una misa por un vivo.

Dos o tres días después de la misa, Juanito me dijo que pasaría por la casa a conversar un rato, debo confesar que no me agradaba para nada su compañía, pero le dije que estaría en casa y se apareció. Era un tipo escurridizo como todos ellos, muy interesado en tus actividades, pero nadie conocía su verdadero paradero. Cuando regresé de colar café noté la ausencia de la tarjetita con el número telefónico anotado; no me preocupó mucho aquella acción. Cuando llegó el bill del teléfono llamé nuevamente a la supuesta madre de Julito y el teléfono estaba desconectado, ya conocía esta táctica también.

Juanito desapareció de la misma manera que Julito, la dominicana que vivía conmigo se mantenía muy asustada, ella conocía parte de mi historia. El momento de nuestra separación llegó y lo hicimos como amigos, mi familia ya estaba en camino. Pasaron varios años y lo había olvidado casi todo, pero un día me llamó un cubano que vivía a media cuadra de mi apartamento.

-Oye Esteban, ¿sabes quién está aquí?-

-¿Crees que soy mago o brujo?-

-Ni te lo imaginas, voy a ponértelo al teléfono.-

-¡Dime fiera! ¿Qué es de tu vida?- La voz me sonó conocida.

-¡Compadre! ¿Quién me habla?-

-Ni te imaginas. ¿Te acuerdas del Casablanca?-

-Por supuesto.-

-Llégate hasta casa de Braulio, voy a estar un rato por aquí.-

-Estoy allí en 10 minutos.-

Hacía años que no lo veía, fuimos socios en aquel barco, vivíamos en Alamar, yo conocía a su esposa y él a la mía. Le expliqué que solo vivía a unos metros de allí y no tuvo intenciones de pasar por mi casa, no insistí tampoco, no me interesaban las relaciones con cubanos de la isla, para qué mentirles. Estuvimos conversando durante bastante rato, Carlos andaba acompañado de unos gallos que estaban metidos en el negocio de la droga. Caímos en el personaje muerto tan dramáticamente en la frontera, él lo conocía tan bien como yo.

-Si supieras, un día estaba yo compartiendo con el chofer del Ministro, ¿te acuerdas de Romay?-

-¡Claro compadre!-

-Pues el tipo llama al chofer para que fuera a buscarlo para ir hasta casa de Julito, ese día llegaban sus restos a Cuba, el gobierno había negociado la extradición de sus restos.-

-¡No me digas! ¡Qué interesante! ¡Hasta me erizo de oír eso!- El tipo se dio cuenta que lo estaba vacilando, el buque partió y nunca fue por mi casa. Sabe Dios como se deba llamar ahora Julito, cada vez que voy a Miami no ceso de mirarle el rostro a la gente en los mercados.


Esteban Casañas Lostal
Montreal.. Canadá.
2004-05-15


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