"Y tú, ¿qué pintas en Miami?"

por Esteban Casañas Lostal


Vas a saborear un buchito de ese exquisito café cubano, es temprano y cualquier día de la semana. Encuentras algunas dificultades para estacionar tu hermoso auto, nadie sabe si lo compraste al contado, nadie te pregunta si lo pagas por letras, todos te siguen con la vista, es deslumbrante y te sientes orgulloso por aquella preciosa adquisición. El portalito de la cafetería del Versailles se encuentra abarrotado de ancianitos, recorres todas sus cabezas en busca de una negra cabellera y no la encuentras, observas cadenas que cuelgan a Ochún, otras a Changó, gorras y pullovers con banderitas cubanas. Te abres paso entre ellos, no saludas, nadie se molesta y continúan unos segundos después del silencio que impuso tu repentina presencia. En pocos minutos la atmósfera sube de temperatura y temes explote en una violenta tormenta.

Tomas tu colada y prefieres beberla en la puerta de tu auto, pasas el vasito a una delgada mano que traspasa la ventanilla. Pudiste sentarte en la comodidad del aire acondicionado, pero una fuerza extraña te ata a ese pedazo de ardiente asfalto, sacas un Marlboro y escuchas. Hasta ti rebotaban frases y palabras desordenadas, nombres conocidos de esa extraña farándula criolla, Elián, Posadas, Castro, embargo, babalaos, mulas, medicinas, remesas, visas, balsas, Mas Canosa, y un cojones que estremeció la calle 8. Lanzas el cigarrillo siendo sargento de primera y subes al auto, un fuerte chirrido de gomas detiene por instantes la atmósfera y se pierden en el aire aquellas frases y palabras en desorden, se nublan los nombres y cuando todo se disipa, se mantienen las cabezas canosas de aquellos viejitos hablando de pelota.

-Viejos cagalitrozos de mierda. Expresaste con todo el desprecio del mundo.

¿Cómo llegaste?, ¿en balsa?, ¿por reunificación familiar?, ¿por el bombo?, ¿en una cigarreta?, ¿por un tercer país?, ¿cómo prisionero político?, ¿te casaste con una yuma, la luchaste?, ¿quién pudiera saberlo?, ¿por qué te incomodan esos viejos? Te desplazabas a cincuenta millas por hora en busca del downtown, tuviste suerte, no apareció ningún policía.

En Bayside te relajaste un poco, el mar, los barcos, la música y ese constante andar de hermosas muchachas vestidas ligeramente, actúan como el mejor de los sedantes. Tus enojos contigo mismo eran intermitentes, como tu vida misma, sin metas, sin rumbos, sin planes, sin alegrías. Solo existías tú y solo tú en ese egoísta universo fantástico de tu mente, con preguntas que siempre te dirigías evadiendo sus respuestas. No podías responderlas por una razón muy sencilla, nunca has sabido quién rayos eres porque careces de identidad.

Odiabas el momento de regresar a Hialeah por su cercanía a las factorías, ocho horas verdaderas de trabajo constituían para ti la peor de las torturas capitalistas, ocho interminables horas de campana a campana. Sin reuniones del sindicato, sin actividades del partido, sin marchas con banderitas, sin trabajos voluntarios, sin movilizaciones a la agricultura. La detestabas por el canto de sus gallos en la mañana, las mesas de dominó del fin de semana, los vecinos hablando de portal a portal y los patios repletos de árboles frutales. Difamabas de ella hasta la saciedad por su pendeja cubanía, por sus charcos en tiempos de lluvia, porque hay totíes y sinsontes, porque hay tamales y minutas y en cualquier patio se asa un puerquito. Debe ser la nostalgia del inadaptado, pensaron muchas veces tus amigos.

Luego, y mientras tu mujer disfrutaba de una de sus estúpidas novelas, afición abandonada por el cansancio del que nunca trabajó de campana a campana, te conectabas a Internet para desahogar todas tus bilis y amarguras. Atacabas con saña a cualquiera que utilizara un lenguaje similar al de aquellos viejos de mierda del Versailles, beatificabas al padre de Eliancito y prostituías la memoria de su madre. Otras veces, actuabas con mucha cordura haciendo gala de palabras rebuscadas en los diccionarios, no podías olvidar o traicionar el puesto que ocuparas en Cultura, seguías siéndole fiel y te propusiste defender desde esa oscuridad a tus antiguos camaradas. Regresabas a tus viejas andadas, pero esta vez debías hacerlo de una manera más inteligente, como solo saben hacerlo las serpientes. Entonces, viajabas mentalmente por toda la calle 10 de Octubre ignorando sus baches, su mierda acumulada en cuarenta y siete años, su peste casi bíblica y su población de frustrados fantasmas. Ese recuerdo incrementaba el odio hacia Hialeah, un barrio obrero repleto de viejitos cagalitrozos. Y tú, ¿qué pintas en Miami? Preguntó un día tu conciencia, se produjo un profundo silencio.

Descubriste que existen otras maneras de hacer plata sin necesidad de esperar por el timbre de una fábrica, viajaste incansablemente como mula o caballo y te sentías el Rey de La Habana. Esta vez saliste del closet y te manifestaste abiertamente por toda la calle 8, y le colocaste una banderita a tu flamante auto, pasaste desafiante frente al Versailles, allí continuaban los viejitos cagalitrozos. Tomaste la figura de un líder cualquiera, el más barato, y te cubriste con el falso manto de defensor. Defendías irracionalmente los viajes a Cuba, te atreviste a mencionar algo sobre los derechos humanos. Fuiste un poco más lejos en tu patriótico reclamo, te uniste a esas voces que desde esa ciudad defienden a su amo. Reclamabas tu derecho a mover el culito con el ritmo de los Van Van y que uno de sus negritos gritara a toda voz un ¡viva Fidel! Eso era democracia, decías sin parar, en este país hay libertad de expresión y ese era tu derecho, ¿y allá, en la tierra de los viejitos? Muchos incautos te aplaudieron, muchos idiotas no comprendieron que se te había jodido el negocio. Te convertiste en eco de miserables oportunistas y arribistas llegados a esta playa y fuiste más activo, más demócrata de Bill Clinton, más católico que el Papa, más pacifista que Gandhi, más socialista que Zapatero, más chavista que Chávez y más promotor que Emilio Stefan para reclamar un Grammy para los infelices y sufridos artistas de la isla. Alzas la voz en contra de Posadas y te mantienes mudo por el hundimiento de un remolcador, ¿no son muertos, no fueron cubanos?

Y tú, ¿qué pintas en Miami? Se escuchó desde lo más profundo de su conciencia, se repitió el silencio como respuesta. ¿Por qué no regresas? ¿Regresar? ¿Y la casa, y la lancha, y el Explorer, y el Publix, y el Sedano? ¿Volver a limpiarse el culo con el Granma? Silencio, apagas el ordenador, la noche se mueve.


Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2006-04-17


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