"UNA DEUDA IMPAGABLE"

por Esteban Casañas Lostal


Hace muchos años que tenía una deuda pendiente con mi nieto, la contraje antes de que él naciera y en ocasión de escribir “La Atlántida”. Sin aún saberlo, mi nieto es el personaje central de aquella narración escrita por él supuestamente y donde le rendía homenaje a su abuelo. Mi nieto es el nieto de todos aquellos viejitos a los que intencionalmente se les rendía un merecido tributo en ese trabajo, y por supuesto, mantiene una firme y enconada vigencia. Prometo incluirla al final de este trabajo.

Ya he cumplido gran parte de aquellas deudas contraídas con mi nieto, ¿y saben una cosa?, comienza a proyectarse tal y como lo describo en aquella historia que ya cumple más edad que su adorable existencia. Ayer se produjo una acción inesperada de mi parte, fortuita digo, porque soy bastante planificado en todo lo relacionado a mis movimientos. ¿Pregúntale al niño si desea ir con nosotros a la montaña? Se me escapó decir a eso de las nueve y media de la mañana. Cargaba sobre mis pupilas el peso de todo el sueño acumulado por los años, los más recientes y agotadores, los de una edad donde todo comienza a pesar y se siente con los pasos, un cansancio que nunca llega a vencerse y va aumentando. No le encuentro una explicación lógica a esa inesperada propuesta, tal vez deseo ganarle tiempo al tiempo que se agota, solo eso.

La respuesta no se hizo esperar, abandoné todos los pocos proyectos que tenía para este día al enterarme que ya se estaba vistiendo, no eran muchos tampoco cuando la vida comienza a sentirse con una monotonía agobiante. Siempre disfruto de su compañía cuando viaja en mi auto, le digo mis tonterías para tratar de provocarlo y arrancar en él ese ángel que lleva de nosotros, los cubanos. Mi nieto es un arbolito que va creciendo con tres lenguas y dos culturas, sabe perfectamente que es canadiense y va tomando conciencia de ello, pero es más cubano que muchos de nosotros, desafortunadamente.

Durante el ascenso, se produjeron las mismas escenas de la historia. Las ardillas que vinieron a tomar las vainas de maní en nuestras manos, sin miedo, temores, con esa confianza que se acerca al descaro. A nuestro alrededor, la misma gente descrita, de todos colores y razas, variedad de lenguas y credos, turbantes, ojos rasgados, labios que conocemos por bembas, pasas que como pelos pasan y la paz que siempre nos hizo falta, esa tranquilidad que penetra hasta el alma.

Un poco lejos, el gran mirador donde se disfruta y tomas como enanos los grandes edificios de la ciudad. Después de ellos, el majestuoso río San Lorenzo. Lo senté sobre el muro bajo las protestas de mi esposa y mi boca quedaba justo al lado de su oído, y mi corazón le trasmitía todas sus palpitaciones a través de su abrigo y el mío. Bajo sus pies, existía una altura que provocaría el miedo de cualquier niño. No se asustó y permaneció confiado, escuchando como le describía todo el paisaje, traté de realizar la explicación con toda la dulzura que no existe en este enfermo mundo, detuve su mirada junto a la mía en el puente Jacques Cartier. Lo hice con la intensión de que recordara cuando yo le faltare, es una de las obras que más admiro de esta ciudad y que me cautivó mucho antes de que su padre fuera un proyecto de mi vida.

Sentí unos inmensos deseos de contarle las razones por las cuales había nacido aquí, pero no es justo comenzar a cargar su mochilita con todos nuestros pesares. ¿Qué le diría de nosotros? ¿Cómo le encontraría una justificación acertada a sus nacientes gustos por lo nuestro y lo apartado de su geografía? ¿Qué pudiera contarle de mi pueblo? Porque indudablemente él tiene el suyo, ¿y nosotros?, la idea de contarle algo me atormenta, es muy niño, ¿y luego, no podrá ser demasiado tarde?, ya me encuentro en la cuenta regresiva, debo apurarme, se lo dejo por escrito.

¿Cuál sería su primera pregunta? Abuelo, ¿por qué nací aquí y no en Cuba? Porque aunque ustedes no lo crean, ya él disfrutó los privilegios de ser un turista en nuestra tierra. Él no lo sabe, pero sabrá quizás cuando yo me encuentre muerto, que sus primos no podían disfrutar del mismo hotel donde se hospedó, bondades maravillosas que ofrece la infancia. ¿Por qué naciste aquí? Se me ocurrirían miles de respuestas que luego, cuando yo no exista, tal vez no las comprenda y me acuse de extremista.

¿Cómo comenzaría? Naciste aquí porque fuimos unos pendejos, por no defender lo que nos correspondía. ¡Pero hablas en plural!, exclamaría al leer estas notas escritas antes de mi muerte. ¡Claro! Porque yo no fui yo solamente, fui parte de un todo que nunca despertó.

¿Cómo comenzaría? Naciste aquí porque nunca quisimos aportar nada, porque gustamos de los velorios sin muertos, porque desconocemos que todo tiene un precio en la vida y hay que pagarlo. Naciste aquí porque nunca aprendimos de las lecciones que nos dieron otros pueblos y siempre nos consideramos superiores a ellos, el ombligo de un mundo sin vientre para colocarlo, eso fuimos. Naciste aquí porque allá murieron todas las esperanzas y los sueños se convirtieron en pesadillas, pero aún así, no tenemos derecho a nada, porque nada sacrificamos y todo tiene una justificación. Naciste y nacerán otros así como tú, porque en su equipaje los padres guardaron bien ocultos sus miedos y éstos viajan a cada lado, calle, ciudad, país. Nacerán dispersos por el mundo una cantidad infinita de niños como tú, ese es el castigo que corresponde a los pendejos, castrados, timoratos, débiles. Es la pena arrastrada por aquellos que no desean arriesgar sus nombres, la de los extremadamente piadosos, las de aquellos que creen en diálogos donde solo existen monólogos, la del que no quiere ensuciarse, la del condenado a silencio por la falta de cojones. No sé si sería saludable dejarle escritas estas notas a mi nieto.

¿Cómo comenzaría? Te diría que naciste aquí y tus primos no pudieron entrar al hotel, porque sus padres, abuelos, tíos, primos y vecinos no quisieron involucrarse, comprometerse, señalarse. ¿Por qué? Porque perderían el derecho a cosas sumamente importantes, tanto, que eran imprescindibles a sus vidas. ¿Cuáles? No te rías y me acuses de ridículo. Hablemos del derecho a comprar un televisor, un refrigerador, un apartamento, una casa en la playa, un ventilador, un puesto de trabajo. No estamos hablando de muertos, ya sabemos que nadie quería aportar el cadáver y todos deseaban asistir al velorio. No te creo, respondió mi nieto acostumbrado al régimen de vida en su país. No me creas y no te asombres cuando te manifieste que recibiré decenas de acusaciones y agresiones por escribirte estas líneas sin excluirme de ellas, no me preocupa mucho, cuando leas estas notas ya no estaré entre ustedes.

¿Cómo comenzaría? Ayer mismo, cuando llegamos del paseo y saliste con tu padre, llegaron unos amigos de visita, ¿amigos?, no confíes en el significado de esa palabra, al menos, cuando te relaciones con gente de nosotros, ha perdido su verdadero significado. Antes de cenar nos tomamos unas cervecitas, ya sabes que solo bebo vodka con jugo de naranja. Bueno, un rato antes de la cena, se me ocurrió poner un DVD de Willy Chirino, tiene por título Cubanísimo. Créeme, ese es uno de los tipos más cubanos que he conocido, no personalmente. En fin, hay una parte de ese DVD que se desarrolla en un campamento de balseros en Panamá, corría el año 1994, tú no soñabas nacer ni estabas en los planes de tus padres. Varias veces me sentí invadido por una nostalgia desaparecida, se me hizo un nudo en la garganta cuando interpretaba “Ya viene llegando” y me levanté con el pretexto de prepararme un trago. Con el rabillo del ojo pude observar a tu abuela, extremadamente apolítica y a nuestros amigos, secándose las lágrimas de sus ojos. Me conmovió y no me conmovió aquel ataque repentino y silencioso de esa nostalgia que cargamos todos. No me inmuté ante el dolor de ellos porque el mío lo guardo silenciosamente desde hace quince años y no lo muestro en público. Aparentemente soy frío y calculador, pero siento lo mismo que cualquier ser humano e imagino que esos sentimientos han embargado a todos los que me antecedieron. Pienso que todo ese dolor oculto lo sintieron miles de viejitos que han muerto sin regresar a su país, pienso que aflojar las tuercas y cabos de amarre sería una gran traición a la memoria de ellos. Es mejor que siempre pienses que tu abuelo nunca fue así, digamos flojito, esa es una de las razones por las cuales naciste aquí.

Tu padre viajaba a Cuba con frecuencia y nunca le manifesté mis disgustos al hacerlo, cada ser es un mundo y no el que deseamos imponerle. Un día, pensando que era libre, al menos, pensó haber cortado el cordón umbilical con aquella terrible isla donde no naciste, y me alegro mucho de ello. Pues manifestó algo que molestó a los peones que siempre giran alrededor de la corona, y qué te cuento, lo llamaron desde el mismo Consulado para informarle que no podía regresar nuevamente a la isla, el diablo le cerraba las puertas del infierno, o Dios las del paraíso, solo nosotros lo sabemos.

¿Sabes por qué naciste aquí? Esta parte de la historia no puedo ocultártela, porque vinimos de un pueblo pendejo, tan pendejo, que nunca aprendió las lecciones de otros pueblos. Naciste aquí porque viajamos con nuestros miedos, porque mucha de esa gente que nació allá, donde no pudiste nacer, no tiene los suficientes cojones para vincularse a tu padre o nosotros. ¿Sabes por qué? Porque si lo hacen no pueden regresar más a su país, al de ellos, al que una vez fue de nosotros, y del que me alegro nunca hayas nacido.

Ya ves que existen millones de justificaciones para explicarte el por qué naciste aquí, escucharás miles de alegaciones tratando de justificar nuestras cobardías. Podrán acusarme de extremista e intransigente, felicidades, es lo único que se me ocurre. Alégrate de haber nacido en esta tierra y no en una isla donde la libertad de una nación dependa de la visita a nuestra abuelita, madre o tía, esas son las salidas más elegantes. No hablemos del hijoputa que viaja hasta su tierra para descargar todo su morbo reprimido con sus hijas. No hablemos, no hace falta poner cadáveres, no hace falta hablar de un pueblo cuya libertad tiene el valor de una visa y los dólares que recibe. Un pueblo, el de aquí y el de allá, ¿hablamos de pueblo?

Naciste aquí porque tu abuelo no defendió sus derechos allá, porque no quiso poner el muerto, pero hasta allí llegó como otros viejitos que han muerto. Naciste aquí porque un día aprendió a ser libre y renunció a sus pendejadas y miedo, porque un día comprendió que se puede decir no sin ser valiente, solo es necesario despojarse un poco de ese miedo. Un día me agradecerás haber nacido aquí y reconocerás que la intransigencia puede ser una virtud de los valientes.


Esteban Casañas Lostal
Montreal..Canadá
2006-10-10



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