"EL MOJÓN QUE DETUVO UN CONVOY"

por Esteban Casañas Lostal


Quién hubiera adivinado que treinta años después, nos encontraríamos en Montreal y en medio de esas charlas nunca indiferentes a las nostalgias, nos acordaríamos de aquel viaje. Él se encontraba de oficial a bordo de la motonave “Moncada” y yo de segundo oficial en la “Renato Guitart”. Nos reímos mucho de aquel incidente y aparecían nombres de otros oficiales que con el tiempo permanecían guardados en el cajón del olvido, algunos se han convertido en simples fantasmas.

Cuando se hable de las tropas enviadas a la guerra de Angola, la mayoría de ellas transportadas a bordo de nuestros buques mercantes, no debe pasarse por alto aquel acontecimiento que detuvo un convoy en pleno Océano Atlántico Sur. Yo desempeñaba las funciones de clavista durante aquella misión militar, eso lo he manifestado en varias oportunidades. Un día, descifro un mensaje donde se nos solicita regresar sobre nuestros pasos para encontrarnos en un punto con el Moncada, nos enviaron sus coordenadas y solicitud de establecer contacto con aquella nave. Hasta esos instantes, las comunicaciones eran establecidas solamente con La Habana y bajo el control de la contrainteligencia militar. Un poco más debajo de aquel mensaje, se nos explica que tenían a un soldado en estado grave y debía ser intervenido quirúrgicamente. Me refiero a un convoy de barcos separados entre sí por períodos de tiempo de dos o tres días aproximadamente, no todos zarparon del mismo puerto, pero no debe dejar de reconocerse que fueron maniobras muy bien coordinadas. Nuestro buque lo hizo desde Cárdenas, nunca le pregunté a él desde dónde lo hizo el Moncada. Yo iba realizando la guardia del primer oficial y tomando como referencia la última posición obtenida por las estrellas, realizamos un giro Williamsom para caer en el rumbo contrario.

Se estableció contacto radiotelegráfico con el Moncada y periódicamente se transmitían las posiciones de estima de cada barco. ¿Por qué aquel encuentro en altamar? Porque no todos los buques estaban habilitados de un salón de operaciones, todos poseían equipos médicos militares, pero los salones fueron instalados cada dos o tres buques de los que participaban en el convoy.

Cuando la distancia lo permitió, se establecieron comunicaciones por VHF, esa distancia nunca fue superior a las veinte millas. Como era de suponer, aquel contacto se hacía bajo la supervisión del contrainteligente y para hablar lo necesario. El encuentro fue realizado con exactitud casi cronométrica, vale la pena destacar que en aquellos tiempos, los buques mercantes cubanos no poseían el sistema de navegación por satélite, pero en términos generales se contaba aún con buenos navegantes, salvo raras excepciones que luego inundaron la flota. Se realizaron las maniobras de rutina para hacer el cambio de combustible y reducir las revoluciones de la máquina a régimen de maniobra. La fuerza de la mar era de tres a cuatro y se le explicó al capitán del Moncada que nuestros botes salvavidas se encontraban en muy malas condiciones, ellos manifestaron que bajarían al enfermo en uno de sus botes. Por nuestra parte, se instruyó al contramaestre Bonachea que preparara los puntales de la bodega número tres, tuviera aros salvavidas, jibilays, grampines y redes dispuestos en el área donde se iba a recibir al enfermo. La parte militar dispuso se prepararan varios buzos listos para lanzarse al mar en caso de necesidad.

Pudimos observar la maniobra de arrío del bote y con los binoculares a cientos de personas siguiendo los pormenores de la maniobra desde su banda de babor. Ellos observarían un espectáculo similar en nuestra banda de estribor, más de mil doscientos hombres se habían concentrado para disfrutar de un espectáculo que rompía la monotonía de aquel fatigoso viaje. El bote se perdía de nuestra vista cada vez que caía en el seno de la ola, mientras ambos buques se atravesaban al viento y la mar con sus máquinas paradas. El Moncada abatía más rápido que nosotros y alejaba la posibilidad de una posible colisión, los bandazos se hicieron sentir cuando estuvimos totalmente atravesados. En el clinómetro llegaron a registrarse bandazos de 17 grados, nada peligrosos para un buque cuya estabilidad era excelente en esos instantes, pero muy rápidos y violentos, toda la carga pesada se encontraba en los planes de las bodegas y en esas condiciones, el buque se encontraba muy duro, como decimos en el argot marinero. Fueron largos minutos de angustia las vividas entre los pasos por las crestas y senos de las olas, imagino que peor tuvo que haber sido para los que tripulaban aquel bote.

Hora y media después o quizás un poco más, el bote se encontraba a escasos metros de nuestro costado y se dispuso a bajar el gancho del puntal para subir al enfermo en su camilla. Los buzos se sentaron en la borda mientras eran sujetados por varios soldados, los marinos se encontraban dispuestos con jibilays, salvavidas y grampines. Luego de varios intentos de aproximación, lograron enganchar la camilla y Bonachea le hizo señal al winchero para izarla, el bote se separó inmediatamente de ella, pero se mantuvo a corta distancia del casco. Una ola provocó que el buque se escorara a estribor con violencia y la camilla estuvo a punto de ser sumergida en el agua. Bonachea le pidió al winchero que izara con más velocidad y aquella maniobra evitó que el hombre tocara el agua. Desde el puente se podía observar el rostro pálido del enfermo, quien con sus escasas fuerzas, trataba de aferrarse a su camilla cargado de angustia, pánico y terror. La respuesta del buque hacia la banda contraria tomó a todos de sorpresa, el bandazo fue violentísimo y sobrevino un ¡coñoooooo, se jodiooooó! general. La camilla chocó con violencia contra el casco mientras era izada casi arrastrada contra él. Una vez que sobrepasó la borda, un grupo de marinos se abalanzó sobre ella para evitar que diera contra las tapas de las bodegas y lo acomodaron sobre cubierta. El bote regresaba a su barco ante la mirada indiferente de algunos soldados, todos concentraron su atención en el individuo que había detenido al convoy y con urgencia fue conducido al salón de operaciones.

-¿Y cómo está el enfermo? Le pregunté al cirujano jefe de la misión médica mientras nos tomábamos una botella de ron en el camarote.

-¿El enfermo? No hubo que operarlo, tenía un bolo fecal atravesado en el camino, pero lo soltó cuando el bandazo contra el casco.

-¡No te creo!

-¿Operarlo? Allá dejé a los enfermeros limpiando el reguero de mierda.

-¡No jodas, compadre! Así que toda esta maniobra ha sido por culpa de un mojón, esto hay que guardarlo muy bien para la historia.


Esteban Casañas Lostal
2007-06-11
Montreal..Canada.



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