Reseña del libro "Impressions of Cuba in the Nineteenth Century: The Travel Diary of Joseph J. Dimock", editado por Louis A. Perez, 1998. Por Guillermo Belt


Impresiones de Cuba en el Siglo XIX


En pleno invierno de 1859 el vapor Empire City zarpaba del puerto de Nueva York rumbo a La Habana. A bordo, Joseph J. Dimock, agente mercantil, de 32 años de edad, casado con Isadora DeWolf, cuya familia era dueña de ingenios de azúcar en Cuba, emprendía un viaje de negocios a pedido de los parientes de su esposa. Una semana más tarde, el 9 de febrero, avistaría la costa norte de la isla y al día siguiente desembarcaría, entusiasmado, en la capital cubana.

Nada excepcional sería esta gira de dos meses en la que Dimock visitaría algunas ciudades en las provincias de La Habana y Matanzas. Unos cinco mil turistas norteamericanos viajaban a Cuba anualmente a mediados del siglo pasado, principalmente en invierno, buscando un clima más benigno. Pero este forastero, si bien se enamoró como otros del paisaje, de la fauna y de las frutas del país, supo mirar más allá de los atractivos naturales del trópico. Se adentró en la problemática política, social y económica de un pueblo que ansiaba ser independiente y, con evidente simpatía por su causa, aunque desde una perspectiva muy propia de su tiempo, asentó sus impresiones y sentimientos en un diario cuyo manuscrito original se conserva en la universidad de Emory.

Estados Unidos había puesto los ojos en Cuba y había ofrecido a España comprarla, por cien millones de dólares en 1848 y seis años más tarde, por ciento treinta millones. Tanto en ese país como en la isla se hablaba de anexión. Tan imbuído de la mentalidad del destino manifiesto estaba Dimock que, en su cuarto día en Cuba, afirma ya que la idea de la anexión es muy popular no sólo entre los criollos, sino también entre los jóvenes españoles que han tenido oportunidad de conocer Estados Unidos. Seguidamente resume su opinión personal así: "Cuba es un jardín del mundo, es esencial al crecimiento y la prosperidad de nuestra unión y eventualmente debe estar con nosotros y ser parte nuestra".

Dimock consigna con admiración la antipatía de los cubanos por la dominación española. Asegura que en "este bello clima de eterno verano se vive en una tierra sumida en la oscuridad política". Describe como el Capitán General Concha no sale a las calles habaneras sin su escolta de cien lanceros a caballo. Para los que dudan de la disposición de lucha de los criollos, señala que los cuarenta mil soldados españoles acantonados en Cuba equivaldrían a un millón de bayonetas extranjeras en los Estados Unidos. Sólo así, dice, puede mantenerse la ficción de la siempre fiel isla de Cuba.

Pero una vez más, el diarista parte de una realidad captada con exactitud para caer en una conclusión viciada por la óptica norteamericana del expansionismo: bastaría que la "joya de las Antillas" pasara a formar parte de "nuestra confederación" para que todo cambiara en esta tierra y para que su transformación, que vaticina en términos poéticos, llegara a "asombrar al mundo civilizado".

De regreso en Nueva York, cuando el barco atracó en el muelle al pie de la calle Warren, era medianoche y Dimock decidió dormir unas horas más a bordo para "soñar sobre los incidentes de mi viaje a Cuba". Lleno de gratos recuerdos no pudo imaginar que la muerte le esperaba como consecuencia de la fiebre tifoidea que contraería tres años más tarde, siendo oficial del 82° Regimiento de Voluntarios de Nueva York. Tampoco pudo prever que los cubanos , en condiciones aún más desventajosas que las advertidas por él, se lanzarían en 1868 a una guerra heroica de diez años, que no sería la última, antes de lograr a sangre y fuego su libertad y la independencia de Cuba.


FIN


Guillermo Belt

Book review Impresiones de Cuba en el Siglo XIX

(Esta reseña la preparó Guillermo A. Belt para la Revista Interamericana de Bibliografía. Se reproduce aquí con autorización de la Oficina de Cultura de la Organización de los Estados Americanos.)



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