EL AZOTE FANATICO

por Hugo J. Byrne


Cuando el dogma empieza a obstruccionar el raciocinio y las acciones humanas parecen indicar una ciega obediencia a directrices ideológicas, el individuo inicia una caída inexorable hacia el fanatismo.

Si alguien nos preguntara cual es la característica más notable de un fanático, podríamos contestar con bastante precisión que es la carencia de curiosidad. Al fanático nada le sorprende y nada le maravilla. Su mundo se circunscribe a ciertos factores que considera fundamentales o inmutables y ante los cuales el resto de las cosas carece en absoluto de importancia. Por eso es que se ha dado en llamar "fundamentalistas" a los fanáticos religiosos. El hombre civilizado tiene ciertas prioridades. Su vida se compone de asuntos que estima importantes y de otros de importancia menor. El fanático no tiene prioridades. Sólo es capaz de seguir, como el caballo percherón, una directriz que no ha determinado por sí mismo. Su brújula está siempre en manos ajenas. El hombre civilizado hace avanzar a la humanidad. El fanático la retrasa. El fanático es por definición anti individualista. Pertenece totalmente a su clan o a su dogma. Fanatizarse es un proceso de autocastración intelectual. Es renunciar al libre arbitrio por propia iniciativa. Es odiar la inteligencia y abrazar la estupidez.

Hace pocos días sostuvimos un amigable debate con un inteligente lector sobre el artículo en el que demandábamos una declaración de guerra formal contra el Talibán. Las conclusiones más notables de esta discusión, tal como ocurre con frecuencia, nada tuvieron que ver con el tema en debate, sino más bien con el análisis del comportamiento de los fanáticos suicidas. Coincidimos en que Afganistán es simplemente la denominación geográfica de una cierta región del centro de Asia. Ciertamente no es un país y ni siquiera un estado. El fanatismo tribal y religioso lo mantiene dividido y en guerra permanente. Por eso se desarrolló en Afganistán el estado teocrático mahometano y en ese fanatismo y adoración del absurdo es que surgió el Talibán.

Estos fanáticos religiosos que se inmolan al mismo tiempo que destruyen vidas y haciendas de inocentes son ciertamente los más extremos en su fanatismo, pero no son los únicos fanáticos. ¿Quién no recuerda al "Reverendo" Jim Jones y la masacre en Guayana hace casi tres décadas? ¿O a los miembros de un culto dirigido por un anciano con cara de orate que hace varios años convirtieron su "autocastración intelectual" en física, antes de cometer suicidio colectivo? No hace mucho confirmamos el fanatismo cristiano de un amigo quien se esfuerza siempre por aceptar la Biblia al pie de la letra. Irónicamente ese fanatismo se nos reveló en medio de un estudio de "interpretación bíblica."

Tampoco debemos creer que sólo las religiones demandan fe ciega. Si lo hiciéramos tendríamos que concluir que el marxismo es también una religión. Tanto el marxismo, como el "socialismo democrático", la "actitud políticamente correcta", el anarquismo y los "crímenes de odio" son nociones fanáticamente altruístas e incapaces de resistir análisis. ¿Existen acaso "crímenes de amor"? Si alguien nos asesina premeditadamente por odio religioso, racial o político, es acaso ese alguien más culpable que quien cometa el mismo crimen para robar lo que llevamos en el bolsillo?

La irracionalidad fanática a veces tiene extremos tan grotescos que producen risa. Un tema favorito de los fanáticos altruístas es la equivalencia moral de todas las culturas. Lo más cercano al fanatismo en la vida pública de este país lo representó la administración del Presidente Jimmy Carter. Muchos historiadores serios consideran su gobierno el peor de la historia norteamericana y no creemos que ambas cosas sean coincidencia. A pesar de ser un cristiano muy ferviente, Carter es también (por propia confesión), un místico creyente en las virtudes del "multiculturalismo religioso." En un libro reciente Carter nos afirma que durante los debates que concluyeron en los acuerdos de Camp David entre Egipto e Israel, el entonces Presidente Sadat notó una evidente expresión de dolor en el antiguo comerciante de maní. Al enterarse Sadat de que Carter padecía de un caso crónico de dolorosas hemorroides (todo esto contado con minuciosos detalles fisiológicos por el ex-presidente), le ofreció no sólo orar por su curación, sino recabar oraciones de todo el pueblo musulmán egipcio con el mismo propósito. Carter afirma que sus hemorroides se curaron como consecuencia de la oración colectiva de los muslines de Egipto.

No es posible verificar con exactitud si la recuperación de tan molesto padecimiento del ejecutivo se alcanzara a través de las maravillas de la proctología moderna o, como lo afirma el propio paciente y antiguo residente de Plains Georgia, debido a los cánticos sonoros de los muecines desde los minaretes de las mezquitas del Cairo, Port Said, Suez y Alejandría.

Lo que sí nos gustaría saber es el medio que usara el desaparecido mandatario egipcio para recabar de sus devotos compatriotas oraciones para sanar las hemorroides presidenciales norteamericanas. ¿Quizás a través de una transmisión radial o televisada? ¿Es posible que lo hiciera en un editorial de Al Ahram, equivalente del New York Times para los egipcios? De ser esto cierto, en Egipto se enteraron de las hemorroides de Carter más de veinte años antes de que lo supiera el pueblo norteamericano.

¿Cómo es posible que alguien como Jimmy Carter fuera presidente de Estados Unidos por cuatro años?

El fanatismo es un azote.


FIN


Hugo Byrne

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