EL IMPULSO PERIODÍSTICO

por Hugo J. Byrne


¿Por qué escribimos periódicamente? ¿Qué motiva ese afán de difundir nuestras ideas entre aquellos a quienes deseamos influenciar y por qué la necesidad de influenciar o motivar a través de la letra impresa?

¿Qué significa ser periodista cubano en medio de esta confusión permanente, esta "Torre de Babel" que llamamos exilio? ¿Es esta acaso una pregunta frívola, una simple excusa para llenar cuartillas publicables en ausencia de un tema de actualidad?

Por el contrario, la actualidad no nos deja tranquilos y nos inunda con sus diversas manifestaciones: La designación ("Recess Appointment") de Otto J. Reich como Subsecretario de Estado para asuntos del Hemisferio y sus implicaciones para la libertad de Cuba, la avalancha de mercachifles y politicastros norteamericanos a Castrolandia, el arribo a la base naval de Guantánamo de los terroristas apresados en Afganistán, arrastrando capuchas y cadenas, la próxima visita a Castro por el que manda en México, o el silencio elocuentísimo rodeando la situación de la espía castrista Ana Belén Montes.

Cada tema demanda análisis y cobertura y cada vez que alguno desaparece del tapete o se convierte en "fiambre", otro salta a la palestra. A pesar de que jamás nos faltan temas que cubrir, a menudo nos asalta un deseo irreprimible de comunicarnos con los lectores en forma que trascienda ese devenir diario. Semana tras semana postergamos ese impulso apremiante en holocausto a la necesidad de comentar el presente. En cierto modo somos casi esclavos de ese presente, porque escribimos en la página editorial. De vez en cuando tenemos que sacudir esa dependencia sicológica a la noticia y mirarnos furtivamente en el espejo.

Hoy hacemos ese receso en el análisis cotidiano del acontecer, para dedicar esta columna al tema más permanente de nuestra labor como periodistas, sus motivaciones y sus objetivos.

Vivir es un costante intercambio de goces y sacrificios, en el que siempre los segundos abruman a los primeros y esa percepción (errónea o correcta), se aplica tanto a nuestra existencia en el orden personal, como a nuestra vida social. En la Cuba que conocimos en nuestra lejana niñez, aprendimos nuestras responsabilidades como ciudadanos en aquella asignatura que se llamaba "Instrucción Moral y Cívica" y cuya enseñanza era obligatoria para todos los planteles primarios, fueran públicos o privados.

Esa disciplina nos demostró la relación entre los derechos que nos otorga Dios y los deberes cuyo cumplimiento estricto garantizan que vivamos en una sociedad que respete y base sus instituciones en esos derechos. No solamente aprendíamos la estructura del gobierno republicano, sino también las obigaciones fundamentales que teníamos los ciudadanos para garantizar la existencia de la República.

Esencialmente, esa disciplina nos enseñaba ética. Observando y sufriendo el espectáculo vergonzoso de una sociedad en la que esa correlación entre derechos y deberes no existía, reafirmó nuestras convicciones cívicas.

El exilio para nosotros no fue consecuencia de confiscación de bienes. Por el contrario, ellos fueron confiscados como consecuencia de nuestro exilio. Bastó la confiscación de la libertad, el secuestro de nuestros derechos más fundamentales, para que nos rebeláramos violentamente contra una situación que mantenía la violencia constante del estado contra el individuo. Aprendimos temprano que la supresión del más humilde o del más poderoso miembro de una sociedad, anuncia siempre la supresión de todos. Mirábamos con infinito desprecio como la envidia se regodeaba ante el despojo arbitrario y criminal de los frutos del trabajo diligente y honrado y, como con el transcurso del tiempo los mismos envidiosos de antaño, inexorablemente también se convertían en víctimas. Luchamos contra eso, con uñas y dientes, incluso con armas letales y con todos los escasos medios a nuestra disposción. A veces fue lucha mortal, a veces tediosa y frustrante y siempre ingrata. En esa lucha transcurrió nuestra vida. El exilio fue solamente el capítulo más largo de esa lucha y la mayor parte de esa vida.

En esa batalla fuimos usando y agotando las tácticas a nuestro alcance: Vestimos temporalmente un uniforme y portamos unas armas prestadas por una nación que es cuna de libertad, nuestra segunda patria y cuya historia se abraza íntimamente con nuestra primera. Ese abrazo ha sido a veces demasiado apretado y otras muy suelto. Subimos a cuantas tribunas nos ofreció el mundo libre para denunciar a voz en cuello a la tiranía, utilizando las ondas de radio y las imágines de la televisión. Debatimos a nuestros enemigos en los salones civilizados con argumentos irrefutables y en las calles con los puños en ristre. Salimos airosos de cada batalla, pero todavía no hemos ganado la contienda. Sabemos que la victoria es de quien rehusa capitular. Por eso escribimos por Cuba y lo haremos con el último aliento.


FIN


Hugo Byrne

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