MEXICO Y LAS HUELLAS DEL SOCIALISMO CUBANO

por Hugo J. Byrne


"La magnitud del fracaso (del socialismo) varía de acuerdo a la intensidad de su aplicación. Al igual que su magnitud de dolor y muerte."

Brian Crozier
("The Rise and the Fall of the Soviet Empire"-1999)

Cuando el primer gobernante mexicano más o menos electo popularmente en los últimos setenta años regrese hoy a su tierra después de visitar al tirano Fidel Castro, de seguro se verá obligado a contestar muchas preguntas a la prensa y a ciertas fuerzas dentro de su propio partido.

Sin embargo, las más graves preguntas que confrontan a toda persona son siempre aquellas que a menudo brotan de la propia conciencia. No existen razones válidas para concluir que Vicente Fox sea, como Castro, un individuo totalmente exento de conciencia. Un político a la usanza contemporánea de México, seguramente.

Un miembro prominente de esa corrupta élite racial y económica que impera en la tierra azteca y a la que en un ensayo previo bautizamos como "El Club de los Bitongos Mexicanos", sin duda. Sin embargo, no existe en su biografía ningún elemento de juicio que nos incline a clasificarlo como desalmado o criminal.

En la época contemporánea uno de los estadistas más exitosos (y cínicos) en nuestra memoria es el finado Charles De Gaulle. Ese héroe nacional de su país, presidente y fundador de la V república francesa, muy francamente siempre confesó que para él los intereses de Francia estaban por encima de cualquier otra consideración, por muy ética y razonable que esta fuera. De Gaulle afirmaba que "…una nación que merezca ese nombre, no tiene amigos, solamente intereses." No obstante, todo aquel que leyera sus memorias, sabe de la profunda amargura que dejaran en su espíritu las muchas decisiones políticas tomadas a rigor de la "necesidad de estado."

En el caso de Vicente Fox en su visita a Castro, no existen excusas que puedan aducir "necesidad de estado", si por ella se denotan beneficios a México. Fox sabe perfectamente bien que Castro carece de moneda dura para pagar de contado y que la inversión a crédito con el dictador del Caribe es de pronóstico reservado, con un historial paupérrimo desde 1986. México ya sufre del dolo fidelista, con deudas imcobrables que sobrepasan los $450 millones. La economía al sur del Río Grande, aun en largo y penoso proceso de convalescencia, no tiene margen para que el gobierno federal mexicano asuma una nueva deuda. Entonces, ¿cuál fue el objetivo de esta visita? ¿Qué poderosísima razón podría justificarla?

La visita es esencialmente política y tiene motivaciones que en nada se relacionan directamente con Castro y su régimen y mucho con la situación interna en México. Las poco realistas esperanzas de un beneficio popular inmediato desde su elección a la presidencia se han disipado en gran medida y la actualidad política mexicana es muy volátil, con evidentes indicios de un eventual resurgimiento del PRI y otras fuerzas antagónicas a Fox, todas a su izquierda.

Visitando Castrolandia, Fox les tira a esas izquierdas un hueso para roer, más o menos con el mismo propósito que inspirara al Primer Ministro británico Tony Blair en el arresto de Augusto Pinochet hace algunos años. Si esa maniobra le vá a rendir frutos o nó, está por verse, pero a cambio de la molestia de abrazarse al desaseado tirano y retratarse en medio de una algazara prefabricada al estilo de la Plaza Roja moscovita de hace doce años, Fox espera contra toda esperanza ciertos dividendos políticos.

Esa visita, de acuerdo a lo que parecen las expectativas irrazonables de Fox, puede proporcionar "un compás de espera" en la guerrilla chiapaneca y de otras areas y una cierta "contentilla" a todos esos morónicos sectores del llamado "nacionalismo mexicano" que demuestran pasión política sólo "oponiéndose a los gringos" y brindando apoyo a quien los hostigue.

Esa tradición cansona de la política azteca está ciertamente aparejada al miedo cerval que todos los gobiernos mexicanos han sentido por Castro desde los tiempos de los Juegos Olímpicos de 1968 y la masacre en la Ciudad Universitaria. Fifo podrá estar cansado y semisenil, pero es aun muy capaz de crear serios problemas para México y Fox lo sabe demasiado bien.

"Cien años de amistad", afirma Fox, caracterizan las relaciones cubanomexicanas. ¿Qué giro han de tomar esas relaciones cuando el péndulo político abata en dirección opuesta al estatismo totalitario y esclerótico que ha asolado a Cuba por más de cuarenta años? ¿Olvidarán los cubanos a quienes apoyaron incondicionalmente a sus verdugos durante décadas? ¿Es posible que Fox crea que el castrismo es irreversible y Castro inmortal? Su rapidísima y muy publicitada entrevista con la "disidencia" (y el inefable Elizardo a la cabeza) parecen sugerir lo contrario.

Después de encenderle un calabrote al Diablo, Fox decidió encender una velita, si nó a Dios, por lo menos a algún santito de tercera categoría.

Algunos creen que al igual que al desplome de las tiranías que impusieran los soviéticos en el oriente de Europa, las huellas del socialismo no han de producir en Cuba un movimiento nacionalista de larga memoria. Quienes así piensan no son prácticos.

Olvidan la terrible realidad que después de cuarenta y tres años y al precio de suprimir en sangre la libertad y dignidad por las que se sacrificaran dos generaciones cubanas el siglo XIX, Castro le ha dado a Cuba un poder adquisitivo de menos del 1% de lo que era en los años cincuenta.

Esas son las huellas del socialismo en Cuba. En el contexto de las actitudes de los gobiernos aztecas hacia la llamada revolución "cubana", esas huellas son un terrible augurio para las relaciones futuras entre Cuba y la patria de Juárez.


FIN


Hugo Byrne

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