MEDITACIONES SOBRE EL DESTIERRO Y EL EXILIO

Por Hugo J. Byrne


Dedicado a nuestro compatriota Jorge Maspóns, guerrero de la patria, veterano de Cuba y Vietnam.

Destierro y exilio son términos no necesariamente sinónimos, o tan siquiera nociones coincidentes. La divergencia profunda de ideas y de principios éticos entre los resortes de fuerza que se imponen en la sociedad cubana y el libre arbitrio, es lo que realmente constituye el exilio para nosotros. Exilio es una actitud ideológica. Destierro es una ubicación física (no siempre voluntaria) en la que a veces desemboca el exilio. Martí pasó en el destierro la mayor parte de su vida adulta, pero fue exiliado desde que a la edad de diez y seis años le mancornaron el tobillo a una cadena de hierro en la forzada labor brutal de las canteras. Fue su segundo castigo por oponerse a la tiranía colonial. El primero fue la angustia de ser esclavo de la Penísula, comprenderlo y resentirlo. El tercero fue el destierro. Martí fue exiliado casi desde que tuvo uso de razón.

Identifiquemos al gobierno. No necesariamente al gobierno totalitario o a los regímenes más o menos dictatoriales o cuartelarios. Definamos la función de gobernar, de dirigir la actividad social colectiva de un estado cualquiera. El primer presidente norteamericano George Washington, primordialmente soldado y por lo tanto con más facilidad para hacer que para decir, lo describió genialmente. Primero enunció lo que el gobierno no es, para agregar después de forma directa y brutal lo que sí es y las características que mejor lo definen.

Washington nos dijo que "…el gobierno no es razón ni elocuencia; ¡Es fuerza! Como el fuego, es un servidor peligroso y un amo temible." En 1959 el gobierno cubano funcionalmente dejó de representar a la nación, para erigirse en amo total de la misma. No aceptar ese amo nos hizo exiliados. Oponernos a él violentamente nos forzó al destierro.

Recordamos una oportunidad hace muchos años, en la que fuimos interrogados por un burócrata del gobierno norteamericano. Para nuestra ingénua sorpresa era un simpatizante castrista. Eran los tiempos en que cada cubano recienllegado era automáticamente (y razonablemente) catalogado como opositor a la tiranía. Al identificarnos como cubanos desterrados, nuestro interlocutor exclamó: "Presumo que eso hace de Vd. un opositor a Castro." Nuestra respuesta creo le pasó velozmente "por sobre su cabeza", a juzgar por su vacía expresión facial: "No señor, se trata de lo contrario. Por ser opositor a Castro, estoy desterrado."

Esa reflexión sobre nuestra condición de exiliados nos recuerda los multiples esfuerzos por terminar esta etapa de la vida que presumíamos muy temporal, a la que llamamos destierro. ¿Qué hemos hecho para restablecer nuestra dignidad nacional y cuál es la verdadera medida de nuestro éxito o de nuestro fracaso?

Juzgando por los resultados hasta hoy, un recuento honesto tiene que rendir aparentemente un veredicto negativo. No sólo la tiranía se ha mantenido en el poder por la mayor parte de 44 años, sino que con la vejez y la dispersión de medios en el destierro, nuestra capacidad de combate se disipa. Aceptemos nuestra parte de responsabilidad en cada derrota temporal, aun cuando no aceptemos el verdicto negativo.

¿De nuestras luchas, qué nos queda? En primer lugar el recuerdo sagrado de aquellos quienes murieron, unos en la anonimidad del combate en la ingrata lucha clandestina y otros ante el fatídico paredón. El recuerdo del abandono con que nos dedicamos a la libertad de nuestro suelo, en detrimento de nuestra integridad personal (que era insignificante) y de la felicidad familiar (que era importantísima). Varios empolvados documentos y cartas de nuestros compañeros de armas, algunos de los cuales todavía perduran.

Sería en vano ocultar que se reducen nuestras filas y que hay deserciones. A muchos se los ha llevado la muerte. A otros se los ha llevado la vida.

Perdura el recuerdo de las armas que portamos cuarenta años atrás, prestadas por otra nación que terminó siendo nuestra segunda patria. Pero de esa nación tenemos también recuerdos terribles, quienes hemos dedicado casi toda nuestra energía vital a la causa de la dignidad nacional cubana.

¿Quien puede olvidar el juramento a nuestra bandera? Sí, la de la estrella solitaria. Fort Knox, Fort Jackson. UC50 303 925. Compañía B4-1. 2800 soldados de Cuba libre al rescate de la patria. ¡Sueños de ingénua juventud! Ni es factible la lucha por Cuba a través del consentimiento extranjero ni es posible dividir lealtades. Este es un tema sumamente emocional, en el que los amables lectores tendrán que excusar una aparente incongruencia.

Pero hay método en nuestra locura. Es absurdo oponer efectivamente la pasividad ante la ofensiva enemiga. Cuando parte del destierro cubano proclama renunciar a la violencia, la tiranía castrista le responde con bombas incendiarias.

¿Transición pacífica? Bien, gracias.


FIN


Hugo J. Byrne


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