IDENTIFICANDO AL ENEMIGO

Por Hugo J. Byrne


"Obras son amores y nó buenas razones."

Proverbio del Idioma Castellano.


Hace muchos años un buen amigo y devoto cristiano dirigiéndose a la congregación que entonces presidía enunció sus ideas fundamentales sobre el cristianismo de esta manera: "No es la actuación humana la que determina la salvación del alma, sino la aceptación de la fe. Una vida ejemplar llena de obras buenas nunca podrá obtener recompensa para el alma. Esta sólo se obtiene aceptando a Cristo como nuestro Salvador. Lo importante no es lo que hagas, sino quien eres."

Sin el menor ánimo polémico (no tenemos tiempo para polémicas y muchísimo menos en teología) nos vemos en la necesidad de expresar un desacuerdo profundo con tal concepto. Aunque por delicadeza nunca se lo dejamos saber, siempre hemos disentido filosóficamente con nuestro viejo amigo. Es la actuación humana el único reflejo de las verdaderas convicciones. En otras palabras, lo que eres se reflejará siempre en lo que hagas, a menos que tus acciones sean dictadas por el disimulo o la hipocresía. Si eres honesto, devoto y temeroso de Dios, actuarás en consecuencia. Son las acciones las que importan y dejan huella. Son las acciones las que nos avanzan o nos retroceden. Todos actuamos de una u otra forma. Es imprescindible actuar para poder vivir.

Con demasiada frecuencia los cristianos nos envolvemos en un dogmatismo aséptico y sumamente cómodo. Nada más fácil que pretender olvidarnos de cómo y porqué surgió la fe cristiana. No fue la devoción de Cristo, ni sus milagrosas revelaciones quienes pavimentaron su senda al calvario. No fue su mansedumbre ni su prédica al amor universal las que motivaron su arresto y crucificción. Estas cualidades despertaban en Caifás sólo una evidente curiosidad, no exenta de admiración. Esto se hace evidente tanto en la historia sagrada como en la laica.

Pero cuando la santa e indignada intransigencia de Cristo se trasmuta en acción violenta y con sus seguidores encabeza la expulsion de los mercaderes del Templo de Jerusalén, todo eso cambia. De repente el Galileo se convierte a los ojos del Sumo Sacerdote en un oponente peligroso a quien es preciso aniquilar. Es esa acción la que determina su destino y la que genera el nacimiento de la nueva fe. Para sus seguidores, es esa acción y sus consecuencias las que lo revelan como el Mesías. Para sus enemigos, es esa acción y sus consecuencias las que lo convierten con rapidez inusitada, de un rabino excéntrico a un rebelde peligroso.

Si las acciones loables identifican la bondad humana, las deleznables identifican sin dudas la maldad, incluyendo los crímenes de omisión. Hace unos pocos días unos amigos nuestros se quejaban con amargura de haber escuchado de labios del pastor de su iglesia (quien en el pasado siempre se había identificado con Cuba Libre y su causa) el anuncio de que en breve tiempo visitaría Castrolandia para "reconciliarse" con aquellos miembros de la congregación que habían decidido desde hace muchos años hacer causa común con la tiranía.

¿Reconciliarse con quién? ¿Con el crimen? Eso no se llama reconciliación, se llama complicidad. Ciertamente el cristiano legítimo profesa amar a los pecadores, mientras condena el pecado. Pero la única separación posible entre pecador y pecado estriba en el arrepentimiento voluntario y total. ¿Se han arrepentido los criminales del régimen castrista y sus corifeos? ¿Qué han hecho para demostrarlo?

Cuba fue nuestro primer templo. En su suelo bendito nos calentaron por primera vez los rayos del sol. Allí aprendimos el amor de Dios y su significado. El castrismo sume a Cuba en oprobio y afrenta. Aunque los Judas se cuenten por miles, algún día no lejano estos nuevos mercaderes de la infamia serán también expulsados del templo.


FIN



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