LAS GUERRAS JUSTAS Y NECESARIAS

Por Hugo J. Byrne


Hoy vamos a meternos de nuevo con Carlos Alberto Montaner. Quizás lo hagamos con tanta frecuencia que corramos el peligro de que uno de estos días nos mande los padrinos… o nos mande a la porra. Por supuesto eso es una broma, pero aún en serio tendríamos que aceptar el riesgo. Porque nos impacienta que alguien con tanto talento pueda abrazar el absurdo tan a menudo. Dicen que el hombre es el único animal capaz de tropezar con la misma piedra más de una vez, pero ¿por qué tantas veces Carlos Alberto?

Montaner aborrece la violencia. En su última visita a California señaló el daño de la misma a las legítimas aspiraciones cívicas de Cuba. A pesar de lo cual, antaño sirvió voluntariamente en las Unidades Cubanas en Fort Knox y Fort Jackson. En su juventud Montaner quería liberar a Cuba por medios violentos, pues la tiranía castrista no ofrecía alternativa. La tiranía, como sabemos, no ha cambiado. Montaner sí. Todos hemos cambiado, incluso el tirano.

Castro ha envejecido, su paso ha perdido elasticidad y su palabra coherencia. Todo parece querer abandonarlo, hasta la dentadura postiza. Desgraciadamente lo que no ha cambiado es su gusto por el poder absoluto y su habilidad para retenerlo. Frustra que un intectual como Montaner no aprecie las implicaciones de esa realidad. Empero, esa no es la única realidad que escapa al escritor exiliado.

En su ensayo titulado "¿No hay otra manera de liquidar a Sadam Hussein?" Montaner sugiere que el ejecutivo norteamericano podría caer en un error político de graves consecuencias en Irak. Afirma que no hay "causas justas" para una guerra abierta contra el régimen de Hussein. Atacar, de acuerdo a Montaner, le podría costar a Bush incluso la reelección en 2004.

No es que Montaner ignore la peligrosidad de Sadam. Tampoco que afirme que ella no justifique el uso de legítima defensa por Estados Unidos, aún implicando "unilateralismo", con o sin "Naciones Unidas", con o sin alianza militar. Montaner deja ese extremo diáfanamente claro en su trabajo. Sus objeciónes a una acción no encubierta son enteramente políticas. Afirma con razón que a los norteamericanos les ha ido mal con frecuencia en acciones "unilaterales": "Ganan las batallas", nos dice, "pero en seguida comienzan a perder la paz." Lo que parece olvidar es que las consideraciones políticas se tornan secundarias cuando el peligro es mortal e inminente.

No en balde Jefferson escribió "vida" en la Declaración de Independencia, antes de "libertad y búsqueda de felicidad." Entre todos esos derechos que llamó "inalienables", la vida era el primero, pues sin ella los demás derechos pierden toda importancia. Cuando en el pasado los Estados Unidos tomaron acciones por propia iniciativa, que terminaran a menudo en "fiascos", siempre fue con el propósito de defender intereses nortamericanos, tal como eran vistos a la sazón por Washington. Algunas veces el objetivo era avanzar la posición estratégica norteamericana. Pero no existe una sola instancia histórica (gracias a Dios) en que esta nación se viera --como hoy-- en la necesidad de actuar preventivamente para autopreservarse.

Si bien es cierto que la opinión pública norteamericana se oponía a la guerra en 1941, también lo es que los servicios de inteligencia del U.S. Navy habían logrado penetrar la criptografía naval japonesa. Gracias al trabajo de un genial matemático de la inteligencia naval llamado Rochefort, no sólo pudo Norteamérica conocer de la inminencia de un ataque japonés, sino incluso determinar la fecha aproximada del mismo. Con esa ventaja Estados Unidos más tarde logró la espectacular victoria de Midway y después dar muerte al Almirante Yamamoto en una emboscada aérea en el Archipiélago de las Solomon. Muchos historiadores coinciden en que la capacidad de conocer previamente los movimientos enemigos, dieron a Washington ventaja en el Pacífico. ¿Cómo habría afectado eso la opinión norteamericana de haberse hecho público? ¿Por qué no se informó de ello a la ciudadanía? ¿Por qué no se tomaron tan siquiera las medidas más elementales de dispersión de unidades navales y aéreas en Pearl Harbor? Esas preguntas son todavía motivo de especulación histórica.

El Primer Ministro Neville Chamberlain y sus contrapartidas franceses, tuvieron amplia oportunidad de parar militarmente (y derrocar) a Hitler antes y durante los primeros meses de la Segunda Guerra Mundial. Si alguna tragedia histórica pudo evitarse, fue esta. Los Aliados perdieron prenda cuando Hitler ocupó militarmente Renania en violación del Tratado de Versalles. Perdieron prenda cuando anexó Austria. Perdieron prenda cuando en Munich en 1938 entregaran vergonzosamente a Checoslovaquia. Finalmente perdieron prenda en 1939, cuando para poder invadir Polonia, Hitler desguarneciera el frente occidental, ignorando la protesta de sus generales. Una ofensiva menor en el occidente lo habría forzado a capitular. En tres de esos cuatro casos, aunque no habían sido atacados todavía, los aliados no sólo tenían el derecho a la acción preventiva, sino la obligación de hacerla que demandaba su supervivencia. En los años 20 los alemanes se negaron a continuar el pago de las reparaciones establecidas en Versalles y el Presidendente Poincaré de Francia ocupó militarmente al Ruhr sin contar con nadie. A pesar de los chillidos de los plañideros apaciguadores ingleses, Alemania tuvo que pagar y los soldados franceses retornaron a sus cuarteles. Aquí paz y en el cielo Gloria.

Por contraste, la negligencia apaciguadora con Hitler devastó al occidente: Francia sufrió en 1940 la derrota más humillante de su historia, con cientos de miles de muertos y la ocupación alemana por cuatro años. Aunque victoriosa gracias a la ayuda norteamericana, Gran Bretaña terminó la guerra postrada, sufriendo la disolución final de su imperio y la pérdida de su posición como potencia mundial. Para Chamberlain, el resultado fue nada menos que"el fin de su carrera política, en medio del escarnio de sus compatriotas", para usar con propiedad la frase figurativa de Montaner. De haber actuado con la energía que demandaba la amenaza nazi, Chamberlain habría pasado a la historia como el británico más ilustre del siglo y Churchill como un vocinglero fracasado antiguo Primer Lord del Almirantazgo y (a pesar de su afición al lienzo), miembro incoloro del Parlamento británico.

Las operaciones "semi encubiertas" que se usaran para derrocar a los gobiernos de Guatemala e Irán, tuvieron éxito porque los enemigos no eran régimenes totalitarios en pleno uso de los recursos que implica semejante poder. Tratar de usar tal método en Irak conduciría probablemente a una debacle de mayores proporciones. ¿Acaso Montaner ya olvidó Bahía de Cochinos? La realidad es que Sadam Hussein, al igual que Fidel Castro, hace muchos años desató la guerra terrorista contra Norteamérica. Ignorarlo es "políticamente correcto". Reconocerlo equivale a simplemente aceptar la realidad que nos rodea.


FIN



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