REFLEXIONES SOBRE LA PAZ Y LA VIOLENCIA

Por Hugo J. Byrne


¿Cuáles son las condiciones que en la vida humana justifican el uso de la violencia y cómo puede analizarse críticamente ese uso en los tiempos en que vivimos? ¿Es toda violencia moralmente condenable y dañina a quien la ejerce? ¿Es justificable la violencia en la obtención de una vida digna y libre para individuos y sociedades?

Cuando el poder político se obtiene de forma espúrea, como en los ejemplos de Sadam Hussein, Kim Jong Il y Fidel Castro, la violencia es un elemento imprescindible para su mantenimiento. El salteador de caminos, el ladrón de bancos, el contrabandista, el chulo que vive de prostituir a mujeres, el cobrador de impuestos y gravámenes de un un sistema totalitario y el abusador tirano que rige ese sistema, todos tienen el denominador común de ejercer violencia sobre la sociedad, para mantener su "modus vivendi" parasitario y criminal.

En todos y cada uno de esos casos, la violencia redentora requerida para acabar con su desafío inhumano, es un derecho natural del hombre. En el siglo XVIII ese derecho fue enunciado elocuentemente por Thomas Jefferson en la Declaración de Independencia de Estados Unidos y más tarde en el XIX en forma más humilde, pero no menos clara por Carlos Manuel de Céspedes. En octubre 10 de 1868, en el vetusto batey de la Demajagua, Céspedes afirmó que "El Imperio Español nos parece grande y poderoso porque hace cuatro siglos que lo miramos de rodillas".

La violencia empleada por las fuerzas armadas de Norteamérica y el Reino Unido en Irak, es sin duda el clásico ejemplo de como emplear la fuerza (moral y física) para hacer prevalecer el derecho de los hombres libres. Al mismo tiempo, la ejecución de tres cubanos por el "crimen" de intentar fugarse del estado-prisión que hoy es Cuba, junto a la condena a largas penas de encarcelamiento a otros por hacer pública su opinión negativa del régimen, contituyen un ejemplo indiscutible de violencia usada con propósitos genuínamente terroristas. Castro nunca dejó de fusilar, oprimir, perseguir, explotar y avasallar a los cubanos. Durante los últimos años lo hacía con discreción, ahora parece que encuentra apropiado hacer gala de su poder de señor de horca y cuchillo. ¿Por qué? Existen tres razones fundamentales. La primera es que lo puede hacer. ¿Pero, por qué ahora? Las otras dos razones lo explican: La guerra en Irak tiene al mundo distraído y en Estados Unidos casi nadie se ha enterado de sus abiertos desmanes, a pesar de una resolución condenatoria de la Cámara de Representantes que pasara con un margen de 414 a cero.

Sin embargo, la más fundamental razón del presente "crack down" es más sutil: Algunos de los miembros de los llamados grupos disidentes, empezaron a actuar como si se tomaran en serio a sí mismos. A veces cuando se repite una fantasía muy a menudo, esa fantasía puede mimetizarse en algo práctico y las diferencias monumentales entre percepción y realidad se nublan. La mafia que hace posible el régimen castrista tiene una relación simbiótica con el tirano. Castro y sus esbirros se necesitran mutuamente, y cuando parece que la dictadura se hace de la vista gorda en relación a ciertas actividades por algún tiempo, el megalómano de Birán siempre se acuerda que tiene que mantener "su base". Esa base no parece sentirse muy segura últimamente desde el notorio "desmayo" de Castro en público y sus recientes babeos e incoherencias. Era preciso demostrar un renovado liderazgo con plomo y oprobio. Los esbirros demandan sangre y el tirano los complace.

Contra el terror del estado colectivista, la violencia redentora de los hombres libres, no es solamente el derecho, sino la obligación moral de los bien nacidos. Y ese derecho, ha de ser ejercido en Cuba, haciendo caso omiso a las críticas interesadas y cobardes de quienes presumen aleccionarnos en deberes humanitarios.

Desaparecido el espejismo de los medios "pacíficos", el único camino que conduce hoy a la libertad de los cubanos es violento. Quienes lo hemos transitado sabemos que es una senda trágica y triste, preñada de decepciones y sinsabores. No es un viaje al que se vá contento.

Castro nunca ha dejado de ejecutar a sus oponentes, reales o probables. La imaginaria "moratoria" en la pena de muerte por delitos políticos, solamente existía en virtud de la propaganda castrista, la que sus desvergonzados apologistas siempre han tratado de avanzar.


FIN


Las credenciales específicas del columnista Hugo J. Byrne están descritas para información del lector en:

http://www.amigospais-guaracabuya.org/g_byrne.html


Éste y otros excelentes artículos del mismo AUTOR aparecen en la REVISTA GUARACABUYA con dirección electrónica de:

www.amigospais-guaracabuya.org