UNA VELA A DIOS…

Por Hugo J. Byrne


A Tito Rodríguez Oltzman, encyclopedia andante del exilio cubano, quien bien conoce del tema.

En marzo 10 del presente año la congregación católica llamada "Orden Brigidina" tomó posesión oficial de su flamante convento en La Habana. La ceremonia presidida por la nueva Abadesa, llamada Tekla Famiglietti, tuvo como personaje central, ¡sorpresa!, al "Presidente" Fidel Castro, quien recibiera de Doña Tekla un "toisón de oro", que lo eleva a la categoría "honorífica" de "Comendador" ("Comendatori").

"Comendatori", al igual que "Cavallieri", eran títulos honorarios que repartía entre sus corifeos el antiguo Rey de Italia Víctor Manuel y que constituían objeto de burla universal por parte del pueblo italiano. Para aquellos interesados en "trivia" histórica, Victor Manuel era el hombrecito ridículo (casi enano), que se retrataba a menudo en compañía de Mussolini durante los años veinte y treinta. Historiadores caritativos lo llamaron figura decorativa. Nosotros, no tan dados a esa exagerada piedad, lo consideramos un cobarde aprendiz de bufón, que por comparación habría hecho lucir a Rigoletto como un super héroe. Al final de la Segunda Guerra Mundial, los italianos tuvieron el buen sentido de mandar su esclerótica monarquía al basurero de la historia, adoptando el sistema republicano.

La noticia que leímos completa (y previamente tomamos medicamentos fuertes para la náusea), incluye una foto en la que Doña Tekla luce disponerse a abrazar al tirano. Castro aparece con el dedo índice a escasas dos pulgadas de la nariz de la monja, en actitud quizás evasiva, o de quien ha observado una obstrucción mucosa en una fosa nasal.

La ceremonia tuvo la asistencia de dos cardenales, uno de México y otro enviado por el Papa, como demostración de evidente acercamiento entre la tiranía castrista y el Vaticano. El enviado especial del Papado, Crescencio Sepe (no Pérez), le llevó a Castro un mensaje personal de Juan Pablo II. Dicho mensaje manifiesta el deseo del pontífice de "trabajar en solidaridad con Castro por una meta común…".

Ausente de la ceremonia estuvo el Cardenal cubano Jaime Ortega, quien ha manifestado muy recientemente ciertas leves inconformidades con la tiranía, pero quien no tuvo inconvenientes en celebrar una misa en honor a las recién llegadas monjas de la Orden Brigidina.

La noticia, tal como fue publicada en El Nuevo Herald, incluye detalles de como se suscitara el establecimiento de ese convento y del costo de $1,300,000.00 en la remodelación del inmueble que le dará cabida. Dicho inmueble no es otro que el viejo Palacio Montalvo, robado a sus legítimos propietarios, como casi todo lo que dispone hoy el régimen castrista.

Con actos deleznables como este, el Vaticano demuestra una vez más su profundo desprecio por derechos fundamentales como el de la propiedad poseída individualmente, y reafirma al mismo tiempo su doblez en relación a la libertad del pueblo de Cuba al ucupar un edificio al que el régimen castrista no tiene reclamo legal ni moral. Sin embargo, existe otro ángulo mucho más doloroso y ofensivo relacionado con esa ceremonia.

¿Qué habría pensado de esa bufonada Virgilio Campanería, ferviente y devoto católico fusilado en La Cabaña el 17 de abril de 1961? Tomás Fernández Travieso, miembro del Directorio Estudiantil Revolucionario, quien se salvara del paredón por ser menor de edad, asistió a la capilla ardiente de Virgilio y de otros siete de sus compañeros, quienes fueron ejecutados en esa madrugada. Virgilio, al observar que los zapatos de Fernández se veían gastados, les regaló los suyos: "ya no los necesito y así te llevas un par nuevo para el presidio". De esa calidad humana eran estos hombres. Todos murieron cristianamente, con firmeza y devoción. Y todos eran católicos prácticos.

Eran cubanos íntegros y fieles, incapaces de hipocresías ni dobleces. Se enfrentaron a la muerte seguros de la justicia de su causa, que para ellos era la de Dios y la patria.

Juan Pablo II, su enviado a Castro, los dos cardenales, Tekla y las demás miembros de su congregación se mofaron de la memoria de las víctimas católicas de Castro. Mancillaron sin piedad su recuerdo y no pueden argumentar ignorancia. Que Dios los perdone, pues nosotros no podemos. Para nosotros, la memoria de nuestros mártires es sagrada.

Y en este punto es menester aclarar con firmeza que la protesta de los Obispos de Cuba ante esta indignante irrespetuosidad, es solamente un expediente político, carente de significado práctico. ¿Imagina acaso el amable lector a la Abadesa Tekla y a las otras monjas de su órden protagonizando esa mascarada con Castro en desobediencia a los deseos del Papa? ¿Es que alguien duda de las credenciales de Crescencio Sepe como legítimo enviado personal de Juan Pablo II?

Es bien triste que impunemente el Vaticano encienda simultáneamente las clásicas velas a Dios y al Diablo. Es deplorable que los jerarcas de la Iglesia de Roma tengan una opinión tan pobre de la inteligencia y la memoria del pueblo cubano.

Nacimos y nos educamos en el catolicismo. Nuestras profundas raíces católicas se remontan a nuestros antepasados en Irlanda y en España. Persistimos en nuestra fe, pero al mismo tiempo nos percatamos de las muchas contradicciones entre los intereses temporales de un estado secular y el cumplimiento del verdadero deber cristiano. No tiramos la primera piedra, pero es nuestro deber señalar con el dedo. Y ese índice acusador señalará la injuria de la Santa Sede a Cuba hasta el fin de nuestros días. No olvidaremos.

Quizás no sea simple coincidencia que la soberanía del Vaticano fuera producto del convenio de Letrán, entre el Cardenal Gasparri y nada más y nada menos que el fundador del Fascio, el dictador de Italia Benito Mussolini. En esa ocasión, al firmar dicho tratado, el entonces Papa Pío XI (quien no debe ser confundido con Pío XII) afirmó contento: "El Duce ha devuelto Dios a Italia e Italia a Dios".


FIN



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