EN LOS «PELDAÑOS DE HIERRO»

Por Hugo J. Byrne

«Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.»

Francisco de Quevedo

El calor y la humedad son lo suficientemente agobiantes como para arredrar a cualquiera que haya vivido más de cuarenta años de edad adulta en un clima seco como el de California. Es necesario una inspiración genuína para desafiar a pié varias cuadras bajo el sol inclemente de Tampa, que nos cocina el alma al vapor.

Nuestra Meca son los "peldaños de hierro" de la famosa Tabaquería de Vicente Martínez Ybor, desde los cuales en 1892, el forjador de nuestra nación pronunciara una de sus piezas oratorias más brillantes. La transpiración profusa hace que la camisa se ciña a la espalda y las plantas de los pies resienten las baldosas candentes, aún a través de las gruesas suelas de los "Nikes".

Al fin, llegamos a la calle catorce de Ybor City, algún tiempo atrás bautizada como "Avenida República de Cuba". En la esquina apreciamos un busto de Martí, flanqueando un edificio con una escalera doble que dá acceso a un alto portal con cristales en los que brillan los colores de la bandera de Narciso López: Es el "Círculo Cubano de Tampa".

Al salir del desierto local, después de admirar los vetustos muebles y las fotos de insurrectos cubanos de 1895 (tanto embarcándose en Tampa hacia Cuba, como en plena manigua cubana) que adornan profusamente sus paredes, nos encontramos con un joven que nos informa que la vieja fábrica de Martínez Ybor se encuentra a sólo una cuadra de distancia hacia el oeste.

Casi inmediatamente reconocemos el archifamoso portal y su proximidad nos acelera el ritmo cardíaco. La emoción del momento es difícil de describir. La escalera de hierro está restaurada y minuciosamente preservada con pintura negra. Las columnas que soportan el techo del portal son blancas (contraste sugestivo) y el resto del edificio es de color mostaza con puerta roja y detalles sobre las ventanas del mismo color.

Súbitamente el tiempo se detiene. Ya no somos turistas de lugares históricos, alcanzando el humilde destino de nuestro peregrinar nostálgico. Parecería que la "Máquina del Tiempo" de H. G. Wells nos regresara a 1892. Allí está Martí, la amplia frente que parece henchirse por los embates de ese huracán que es su pensamiento, el cuerpo menudo pero incansable, el verbo enardecedor y persuasivo, la mirada firme y el ademán enérgico.

La temperatura hirviente de la tarde tampeña parece ceder ante una ráfaga de aire fresco y los peldaños negros ya no están vacíos. Los empleados del noble asturiano Martíndez Ybor, quien pusiera tienda en Tampa para huír de Cuba y de las represalias coloniales por su apoyo incondicional a la insurrección de 1868, en nuestra imaginación parece que se agolpan en ellos para oír el mensaje del genial Delegado del Partido Revolucionario Cubano. De vetustos exiliados del régimen castrista en 2003, de pronto y por obra de la imaginación, nos hemos tornado en tabaqueros tampeños de 1892.

El "mirage" dura sólo un instante de insensatez, pero ese instante es todo lo necesario para sugerir ciertas reflexiones. ¿Por qué una nación forjada en el impulso noble y heroico del discípulo de Mendive ha degradado al punto de llevar más de cuatro décadas avasallada y explotada por un vulgar resentido descendiente de aquellos sangrientos colonialistas españoles? ¿Qué maldita ironía del destino fuerza que prevalezcan de nuevo en Cuba los enemigos jurados de nuestra sociedad?

Recuperada la cordura, observamos los peldaños de hierro que ascienden al portal por tres escaleras convergentes: Están realmente vacíos. Los descendientes de esos pioneros de 1892 están bien lejos. Se dedican hoy (salvo raras y honorables excepciones) a muchas otras actividades más lucrativas y menos riesgosas. Ya no financian revoluciones. Y una razón fundamental de su actitud es precisamente ese riesgo casi inconmensurable que se cierne sobre todo aquel que conspire sinceramente contra los poderes del castrismo desde Estados Unidos. Pero no existe mal sin remedio. Eso nos enseñó Martí. También nos enseñó perseverancia y fé en el destino nacional. Y nos enseñó a actuar con imaginación.

Descendemos lentamente los peldaños de hierro. El busto del héroe de Dos Ríos proyecta su sombra sobre la calle.


FIN



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