LAS RAICES NACIONALES

Por Hugo J. Byrne

¿Es el nacionalismo una idea fundamentalmente colectivista y por ende anti intelectual y retrógrada? La vieja noción de una patria común y su implicación fraternal, ¿representa en realidad un concepto cavernícola, provincialista y obtuso y un verdadero obstáculo a una deseada e "ideal" fraternidad humana de carácter universal?

Si estas interrogantes siempre recibieran una respuesta afirmativa, como cuando confirman el absurdo adagio victoriano que demanda acatamiento ciego; "Mi país siempre, con razón o sin ella", entonces el patriotismo norteamericano que se origina en el concepto filosófico de libertad individual, constituiría una verdadera contradicción en términos. Nada más lejano a la realidad, como tan elocuentemente demostrara el genial estibador-sociólogo Eric Hoffer en su obra maestra "The True Believer".

Aquí encontramos precisamente la clave de ese sentimiento que definimos como patriotismo (nacionalismo para muchos). El nacimiento de una identidad colectiva o nacional, refleja siempre un elemento práctico de interés colectivo. Ese interés trasciende las fronteras de la cultura y el idioma, como la demuestra palpablemente la historia cruenta de la independencia en los pueblos de este continente.

Esas luchas de rechazo a la tutela europea (y por ende a las naciones colonizadoras que nos legaron un idioma y una cultura), surgieron del convencimiento de que teníamos un interés colectivo diferente y separado del que imponía la dependencia a esos poderes lejanos. Y ese interés rechazaba la opresión política que mantenía la explotación económica europea de América. Al percatarnos de nuestras profundas diferencias de intereses, decidimos poner tienda aparte. .

Es esencial enfatizar esos dos elementos, el económico y el politico, pues en nuestro caso (Cuba) representaron la clave del nacimiento de nuestra nacionalidad. El tercer elemento que contribuyó al separatismo en Cuba fue racial, aunque no de manera decisiva como en Haití.

El nacimiento de una identidad nacional cubana tiene todas sus raíces históricas en el rechazo violento al despotismo colonial del que Castro es heredero indiscutible. No es posible separar el nacimiento de la República de Cuba como entidad social independiente y legítima (aún con limitaciones a nuestra soberanía superadas mucho antes de Castro), del concepto ortodoxo y martiano de libertad individual y democracia política, pues son precisamente esos loables objetivos los que dieran vida a nuestra nacionalidad.

El énfasis que la tiranía castrista hace en la exhibición de los símbolos nacionales y su cacareada defensa de la soberanía cubana representan la quintaesencia de la hipocresía. En términos reales Castro y su corrupta dictadura de más de cuarenta y cuatro años constituyen una contrarrevolución histórica indiscutible que ha forzado el retroceso de la sociedad cubana a los niveles económicos y políticos de los tiempos coloniales. Estas conclusiones son inescapables cuando se observa de manera objetiva la ingrata realidad de Cuba.

No es ético ni razonable considerarse cubano sin oponerse activamente y sin reservas a un régimen que es antípoda de la cubanía. No es honesto transigir en un ápice con la contínua explotación y opresión de nuestra patria, para satisfacer los complejos insanos de un tirano corrupto y su parasitario cortejo, quienes han demostrado por cuarenta y cuatro años su desprecio a nuestro país y su profundo odio a nuestras raíces nacionales.


FIN


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