LA MENTIRA MALDITA

Por Hugo J. Byrne


Para falsear la realidad no es imprescindible específicamente decir mentira. A menudo basta con ocultar o disimular la verdad. La moderna jurisprudencia en las sociedades civilizadas prescribe como delitos ciertas actividades como la estafa, en las que las víctimas se ven perjudicadas sin que se ejerza violencia contra ellas, ¿pero cómo se demuestra una estafa?

Un estafador para cometer su crimen no necesita en muchos casos apelar directamente a una mentira flagrante. Con frecuencia todo lo que necesita el bandido es ocultar o disimular la verdad. Infortunadamente el engaño y disimulo en transacciones cotidianas se ha vuelto tan sofisticado, que en la mayor parte de los casos es imposible probar estafa usando las leyes vigentes. Un viejo proverbio español dice que "quien inventa la ley, también inventa la trampa".

No estamos tratando de probar culpables de timo a quienes componen contratos en los que abunda la letra pequeña, como hacen esas compañías que venden toda clase de artefactos innecesarios o publicaciones por correo. Quienes firman esos contratos, si son mayores de edad y mentalmente competentes, están obligados por la ley a leer a entender todo cuanto se establece en ellos antes de firmar. Si no lo hacen, de acuerdo a esa misma ley deben afrontar (y sufrir) las consecuencias.

No cabe duda que la habilidad de despojar a la gente con impunidad varía de forma dramática, dependiendo fundamentalmente de la posición que los estafadores ocupen en la sociedad. Si son ejecutivos de negocios pueden fácilmente terminar en la cárcel, arruinados económica y públicamente. O peor. No hace mucho contemplamos algunos de ellos esposados y camino a la prisión, mientras que otro, avergonzado, optara por suicidarse.

Sin embargo cuando ese mismo delito se comete desde el poder político, casi nunca se encaran consecuencias similares. La única excepción de esa regla que conocemos en tiempos recientes es un antiguo presidente del "Ways and Means Committee" de la Cámara de Representantes (demócrata) durante los años de Reagan. Rostenkowsky sirvió prisión por bandido. Aunque el antiguo gobernador por Illinois, Ryan (republicano), amigo y simpatizante de otro criminal llamado Fidel Castro y altamente sospechoso de corrupción, sólo pagó en la urnas la pérdida de su gobernatura. Hasta donde sabemos, Ryan no ha encarado proceso criminal alguno y está cobrando una pensión (la que por supuesto, pagan los contribuyentes de Illinois).

Otro caso flagrante es el del gobernador Gray Davis en California. El sentido común indica que Davis fue electo por los votantes de ese estado para que protegiera sus intereses. Heredero de un presupuesto positivo en más de diez mil millones de dólares, Davis no sólo despilfarró los recursos del estado ayudando a grupos que le servían políticamente al extremo de convertir ese superávit en un déficit de más de treinta y ocho mil millones, sino que intenta ahora disminuir la ruina a costa de saquear más a los contribuyentes con impuestos brutales. Un conocido nuestro quien recién comprara un vehículo por el que pagó más de cuatrocientos dólares en impuestos, verá su cuenta de registro de automóvil subir a más de $1,200.00 al año.

Si el archinotorio "recall" tiene éxito en California, el señor Davis, simplemente abandonará su cargo para disfrutar de una pensión que nó debe ser pequeña. Davis ha "servido" en posiciones electivas durante dos décadas, viviendo del erario público y aunque no lo sabemos por seguro, sospechamos posible que cada uno de los diferentes cargos implique un "retiro" adicional.

Empero, la posición más cómoda de todas para estafar a la gente en una sociedad libre no es desde el poder político, sino desde los baluartes de lo que con justicia se ha llamado "el cuarto poder". Mentir, disimular, engañar, ocultar la verdad, no son delitos en nuestra sociedad a menos que se comprueben esas falsedades fueron juradas ante tribunales contituídos. Y aún así, como sabemos por el caso Clinton, el delito de "perjurio" es difilísimo de probar.

No dudamos que habrá quien nos acuse de atentar contra la libertad de prensa. Los vicios y los errores no constituyen delito en una sociedad civilizada y es justo que no lo sean. No abogamos por mordazas ni tiranías del pensamiento, lo que muy bien sabe el amable lector. Simplemente, ejerciendo el mismo derecho que tienen otros a exagerar, ocultar o mentir descaradamente, nosotros los acusamos y los señalamos por ello.

Y una vez más, siguiendo nuestra inalterable costumbre de citar pruebas de nuestras acusaciones, aquí van dos:

MSNBC en su versión del "internet" publicó recientemente una noticia cuyo "headline" rezaba: "El número de soldados muertos en el Irak de la postguerra sobrepasó a los muertos durante el combate el martes, llegando a 139 con la muerte de un soldado que pereciera en un bombardeo al lado de una carretera". La implicación es, por supuesto, que esos 139 soldados perecieron en acciones hostiles, o a consecuencia de las mismas. La inmensa mayoría de los lectores, quienes solamente leen los titulares y nó el resto de ciertas noticias deprimentes, se quedaron sin duda con esa falsa impresión.

Enterrada en el reportaje se leía la aclaración de que de esos 139, solamente 66 habían muerto por acciones hostiles a las fuerzas aliadas. De lo que se deduce que 73 de los muertos, perecieron en accidentes o por causas naturales, eventos que pudieron ocurrir en Bagdad, o en Wichita Kansas o Seattle Washigton. Esto es por supuesto, un ejemplo de disimulo cuyo único posible propósito es desmoralizar al público.

Aquí va el otro y este es mucho más serio, pues se trata de una mentira evidente: Hace varios años ese promotor de tiranías que se llama The New York Times, publicó un aparentemente anodino crucigrama cuya pista era el Senador Joseph McCarthy. La respuesta correcta era "HUAC", iniciales del "House Un-American Activities Committee". Cuando alguien aclarara que McCarthy solamente fue senador, nunca perteneció a la Cámara y jamás estuvo relacionado al "Comité de Actividades Antiamericanas", el Times arrogantemente contestó que "las ideologías de ambos eran coincidentes".


FIN



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