LOS VENENOS MAS LETALES

Por Hugo J. Byrne

"Del agua mansa me libre Dios…"

Se cuenta en folletines seudo históricos que la famila Borgia durante su notoria prominencia en la Italia de finales del siglo XV y principios del XVI, siempre avanzaba sus ocultos intereses mediante el uso masivo de venenos sutilmente derramados sobre los manjares más deliciosos, o el de filosas dagas, ocultas en senos invitantes. Toda leyenda negra siempre se teje alrededor de algún evento real. La leyenda de la tendencia traicionera de los Borgia, ciertamente no es excepción..

Aunque para las costumbres y ética del Renacimiento, César Borgia no fue ciertamente el Fidel Castro de su era, tampoco se le podría adjudicar vocación de seminarista. Uno de los muchísimos hijos del Papa Alejandro VI, César Borgia no sólo utilizó el asesinato por envenenamiento para alcanzar sus fines políticos, sino también, mercenariamente, los encantos de su hermana menor, Lucrecia.

La leyenda de los Borgia es una perfecta alegoría del peligro mortal que con tanta frecuencia se oculta tras la frase elogiosa y condescendiente que tanto oímos con relación al "exilio histórico". Es un veneno activísimo disimulado en una sonrisa artificial, en un ademán de fingida amistad, o en una retórica frase de elogio. Nuestra idiosincracia nacional sin duda incluye un elemento vanidoso y frívolo, que nos hace víctimas facilísimas de esa toxina.

Porque desde hace mucho tiempo los cubanos del exilio sufrimos de esos venenos: Nos elogian, nos admiran, nos aman, nos "comprenden". Incluso llegan a justificar ciertas ilusorias y torpes alianzas electorales que hemos tenido con aquellos que el más ligero examen demostraba como sempiternos vendedores de "snake oil". Alianzas que por respeto propio nunca justificaríamos.

Hace algún tiempo alguien nos dijo que era "casi imposible" el perdón y el olvido hacia Castro por nuestra parte, pues habíamos sido "las más sufridas víctimas de su revolución". La implicación era por supuesto, generacional. Eramos los supervivientes de los años sesenta. Los que trataron con la mayor determinación la "herejía" de suprimir el castrismo (por los únicos medios que esto es, fue y será posible) y hacer justicia en Cuba. Somos el mismo exilio que espera el día de esa justicia en una cárcel de Panamá. El mismo exilio que nunca confió el destino nacional en manos extranjeras. El mismo exilio que no deserta y que no se rinde.

Recién leemos en el Net un artículo con el mismo sonsonete. Entre muchos ditirambos y alabanzas, escondido en el fondo de loas hiperbólicas hacia los militantes anticastristas, encontramos, agazapado y letal, el veneno sutil. Afirma el bien escrito ensayo que nuestro "odio fanático y saña inmisericorde" hacia Castro, que tan frecuentemente nubla nuestro raciocinio, debe ser comprendido y perdonado. ¿Por qué? Porque somos los más sufridos. Quienes más lucharon y los que más perdieron.

Podríamos con gran lógica afirmar que por el contrario somos la generación que menos ha sufrido. Es cierto que, temporalmente, perdimos la patria. Es cierto que muchos entre nosotros perecieron. Pero no tuvimos ni tenemos amo. Es cierto que pasamos dificultades al principio, pero fuimos y somos aún los dueños absolutos de nuestro destino. ¿Pueden decir otro tanto nuestros pobres compatriotas de la Isla? ¿O los que llegaron al exilio simplemente para resignarse a vivir en el extranjero? Es cierto que en tierra extraña abrimos el surco para que los exiliados más recientes tuvieran menos dificultades. Pero nunca hemos ni siquiera pensado en pasar la cuenta. Es cierto que quizás durante el resto de nuestras vidas nunca lleguemos a ver a Cuba libre y digna. Pero no es menos cierto que Cuba, libre y digna respira y vive entre nosotros.

No necesitamos del odio para enfrentarnos al tirano ni más ni menos que cualquier soldado ante un enemigo encarnizado y mortal. Nos anima el instinto de supervivencia, el amor a la patria y la vocación de justicia. ¿Es eso acaso lo que se difine en castellano como saña inmisericorde?

Jamás hemos buscado refugio en el pesar. Sabemos de la justicia de nuestra causa. Martí nos enseñó que todo concepto de justicia tiene su origen en la razón. Tenemos la convicción de que no es razonable esperar una presunta "transición democrática" en Cuba, con o sin el tirano Castro, sin importar que este último esté vivo, muerto o incapacitado. Sencillamente, existe demasiada gente en la cúpula castrista intrínsecamente identificada con el crimen. Saben ellos demasiado bien que en un estado de derecho irían a la cárcel o al patíbulo. Por otra parte, también hay muchísimos más que demandarán justicia. Y la inmensa mayoría de ellos están en Cuba, pues tienen el oprobio, la afrenta y la opresión muchísimo más frescas que nosotros en el exilio.

La noción de que los oponentes más peligrosos del castrismo están en Miami o en Union City es risible, como es risible una presunta declaración del Encargado de los "Asuntos Cubanos" en la Secretaría de Estado, sobre que ese exilio "debe jugar un papel secundario en cualquier transición en Cuba". De ser esta declaración cierta, hay que concluir que la Secretaría de Estado con Bush y Powell todavía está plagada de los mismos morones que por sus limitaciones mentales tanto ayudaron a los enemigos de América en los años cincuenta.

A menos que las sirenas sean capaces de demostrarnos algo con sus dulces y notorios cantos, pueden ahorrarse el aliento. Las alabanzas no ocultan el veneno.


FIN



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