DICIEMBRE 11 DE 1941

Por Hugo J. Byrne

"Vamos, pues, hijo viril:
Vamos los dos: Si yo muero,
Me entierras: si tú… ¡prefiero
Verte muerto a verte vil!"

José Martí (Versos Sencillos)

En esta maltrecha época en que el carácter y la honradez casi han dejado de ser virtudes, es muy conveniente releer el pasado en busca de inspiración. En la primera mitad del siglo XX nos encontramos varios capítulos de la historia nortemericana, capaces de brindarnos ese imprescindible buen ejemplo. En nuestro criterio, muy pocos se aproximan al que escribieron con sangre los defensores del atolón Wake durante los días inmediatamente posteriores al ataque japonés en Pearl Harbor.

Situado en el corazón del Océano Pacífico y compuesto de tres islotes separados por brazos de mar y llamados respectivamente Peal, Wake y Wilkes, el atolón conforma un casi perfecto ángulo agudo. Su posición geográfica, de valor estratégico indiscutible, está a menos de 1,200 millas al suroeste de la isla Midway, donde más tarde ocurriría la batalla aeronaval más decisiva de toda la guerra en el Pacífico. La base japonesa más cercana estaba en el atolón Kwajalein, un poco más de 600 millas al Sur de los tres islotes. De esa base saldría la fuerza invasora con destino a Wake. El área total de Wake es un poco más de una milla cuadrada.

Wake carece de fuentes de agua potable y tiene poca vegetación. Los primeros colonizadores del atolón en los años treinta instalaron una planta de desalinización de agua de mar y reservorios para recolectar agua lluvia. En diciembre del 41 su defensa consistía en un destacamento de la Infantería de Marina de 447 hombres, más unos 75 oficiales de la Marina y el Cuerpo de Señales del Ejército. Unos 1,200 contratistas civiles trabajaban en la construcción de pistas adecuadas para el uso de aviones de combate del Cuerpo Aéreo de la Infantería de Marina. Ya existía en embrión la primera pista y era usada improvisadamente por una docena de cazas F4F "Wildcat", avión de combate más lento y menos maniobrable que su contrapartida japonés, el archifamoso Mitsubitsi "Cero". La artillería de Wake contaba con tres baterías de cañones de 5" (dos unidades por batería) y unos 20 cañones antiaéreos de 3". Varias ametralladoras cal. 30 estaban adecuadamente parapetadas detrás de los pocos arbustos de Wake. Carente de radar u otro tipo de detección antiaérea electrónica, Wake dependía de binoculares y señales para esos efectos.

El oficial a cargo de Wake era el Comandante de la Marina Winfield Scott Cunningham, quien recién había tomado posesión de su comando el mes anterior. Sus subalternos eran el Mayor James P. S. Devereux, a cargo de los Infantes de Marina y el Mayor Paul Putnam, comandando la pequeña fuerza aérea de las islitas.

Devereux carecía de un físico heroico: Calvo, delgado y de estatura menor del promedio, con grandes orejas y un bigotito chapliniano, a primera vista lucía insignificante. Pero las fotos que hemos podido examinar de cerca nos recuerdan la descripción que de Máximo Gómez hiciera el Brigadier Frederick Funston del Ejército Libertador de Cuba: "Era un hombrecito de aspecto corriente, hasta que uno se fijaba en los ojos. La mirada echaba fuego: Dura y resuelta, reflejando determinación y voluntad de acero". Curiosamente, James P. S. Devereux nació en Cuba, de padres norteamericanos y recibió su educación en Suiza y Estados Unidos.

El combate en Wake empezó con una derrota crítica para los defensores. Cuatro de los "Wildcats" salieron en misión de patrulla momentos después de que la guarnición había sido puesta en alerta, tras el ataque a Pearl del día siete. Poco antes del mediodía, mientras volaban sobre densas nubes a 12,000 pies de altura, 36 bombarderos enemigos debajo de esas mismas nubes alcanzaron el atolón sin ser interceptados. Siete del resto de los aviones de combate de los marines fueron destruídos en tierra y el octavo "Wildcat", severamente averiado. Los cuatro aviones restantes de los "leathernecks", sin embargo, serían capaces de derribar a seis bombarderos enemigos entre los días cuatro y once.

Súbitamente, en la madrugada del memorable día once, las luces de una flotilla invasora fueron detectadas por los defensores. El comando enemigo contaba con tres cruceros ligeros, dos destructores, varios barcos de patrulla y dos de transporte de tropas. Al amanecer los japoneses empezaron a hacer preparativos de desembarco. El comandante de la plaza ordenó a las baterías de 5" no iniciar fuego. Esas baterías habían perdido sus telémetros y otros dispositivos de control durante los bombardeos y para ser remotamente efectivas necesitaban tirar casi a boca de jarro.

Cuando los barcos de guerra del Japón estaban todavía a casi cuatro millas de las costas de Wake, estos abrieron fuego sobre las instalaciones costeras del atolón sin recibir respuesta de los cañones de Devereux. Pero al aproximarse los invasores a 4500 yardas, los norteamericanos desataron una andanada letal, alcanzando con impactos directos a dos de las unidades atacantes. Uno de los dos cruceros, maltrecho, se vio obligado a retirarse. Uno de los destructores fue alcanzado en el almacén de municiones, volando en mil pedazos que rápidamente se hundieron en el océano.

Algunos minutos después el otro destructor fue puesto en malas condiciones. Luego le tocó el turno a uno de los transportes de tropas y finalmente al mismo destructor restante, el que se hundiría al poco tiempo. El jefe de la flota invasora Almirante Sadamichi Kajioka, considerando que había sufrido demasiado, ordenó la retirada de vuelta a Kwajalein sin haber siquiera intentado el desembarco. Regresaba derrotado, sin dos de sus destructores, con daños y averías en todas sus unidades y la pérdida de más de 500 muertos en acción. Los infantes de marina tuvieron un muerto y dos heridos en el furioso encuentro que durara menos de una hora.

Sin embargo, esta victoria expectacular era sólo el primer "round". Wake era demasiado importante para que la armada del Sol Naciente la dejara en manos norteamericanas. Los bombardeos sobre el atolón continuaron sin abatirse. El día 23 de diciembre un Kajioka humillado y sediento de venganza regresó a Wake con seis cruceros pesados, dos de los portaaviones empleados en el ataque a Pearl y una fuerza invasora élite de 2000 veteranos escogidos. En la primera ola desembarcaron más de mil. Los marines, repartidos por las tres islas no podían defender simultáneamente todo el litoral. Muchos de los trabajadores civiles decidieron voluntariamente unirse a la defensa final en lucha cuerpo a cuerpo. Eventualmente pagarían esa decisión con la vida. En el islote de Wilkes el Capitán Wesley Platt al frente de 60 infantes de marina aniquiló una unidad invasora de más de cien soldados japoneses. En el amanecer del día 23 Wake había sido bombardeado de nuevo implacablemente.

No puede escribirse la historia increíble de la defensa de Wake sin hacer honor especial a los cuatro "Wildcats" de Putnam, enfrentándose a la fuerza aérea naval japonesa en desventaja de veinte a uno. El último interceptor de los marines, piloteado por el Capitán Herbert C. Freuler, derribó dos bombarderos japoneses de los llamados "Kate" el día 22 de diciembre. Severamente herido en esa acción por la que recibiera la Estrella de Plata, Freuler se vio obligado a un aterrizaje forzoso con su "Wildcat", el que ya semejaba un queso suizo.

Con el último "Wildcat" fuera de combate, el cielo pertenecía totalmente al enemigo. Los pilotos "leathernecks" restantes, encabezados por el Mayor Putnam y el Capitán Henry Elrod, empuñaron rifles para seguir defendiendo Wake hasta la muerte. Putnam sobrevivió, no así "Hammering Hank" Elrod, quien recibió póstumamente la Medalla de Honor del Congreso, única otorgada en la defensa de Wake. Al caer mortalmente herido, Elrod todavía aferraba una granada de mano. Fue Elrod quien hundiera con dos bombas de cien libras al destructor japonés Kisaragi el día 11 de diciembre. Una fragata de misiles de la marina norteamericana de hoy, ostenta el nombre "Capt. Henry Elrod."

La orden de rendición de la plaza, motivo de controversia hasta nuestros días, fue forzada al Mayor Devereaux por su superior, el Comandante Cunnigham. En justicia, aunque es preciso reconocer que las probabilidades de victoria eran remotas cuando el aguerrido Devereux acatara esa orden bajo protesta, sus marines estaban lejos de haber sido derrotados. Devereux nunca sintió gran respeto por su superior, quien se mantuvo en la retaguardia durante las fases críticas del combate.

La toma de Wake costó conservadoramente más de 1,200 muertos a las fuerzas invasoras entre el 11 y el 23 de diciembre del 41. De los marines, un total de 19 perecieron en combate, o como consecuencia del mismo. La Marina norteamericana sufrió 54 muertos. De los más de cuatrocientos militares norteamericanos prisioneros, algunos murieron en cautiverio, víctimas de tratamiento infrahumano. Más de uno fue ejecutado ilegalmente, en represalia a las desproporcionadas pérdidas sufridas por los japoneses. Casi cien de los contratistas civiles que participaron heroicamente en la defensa del atolón fueron sumariamente ejecutados. Ese crimen cobarde se hizo al amparo de las mismas "convenciones" de Ginebra a que tanto recurren hoy en día los desvergonzados políticos liberales en su defensa de los "derechos" de los terroristas.

Devereux, liberado de un campo de prisioneros al final de la guerra, se retiró en 1948 del Marine Corps con el grado de General de Brigada, muriendo en 1988 después de servir en el Congreso norteamericano por cuatro períodos y criar caballos de carrera en Maryland. Cunningham se retiró de la Marina con el grado de Almirante en 1950 y escribió sus memorias en 1961, reflejando en ellas su amargura por lo que consideraba un tratamiento injusto hacia él por los historiadores en el drama de Wake. Esa amargura lo acompañó hasta su muerte en 1986.

El Hollywood de mediados de los años cuarenta (que ¡por favor!, no debe confundirse con el de hoy) filmó una película sobre la heroica defensa de Wake, con el desaparecido actor Brian Donlevy en el papel del Mayor del US Marine Corps James P. Devereux. Eran los años en que todavía aspirar al estrellato no requería odiar a Estados Unidos, ni como al presente, excresencias de la calaña de Michael Moore, Jane Fonda y John Kerry, podían alcanzar prominencia mediante la traición.


FIN



Éste y otros excelentes artículos del mismo AUTOR aparecen en la REVISTA GUARACABUYA con dirección electrónica de:

www.amigospais-guaracabuya.org