LA AGENDA IRRACIONAL DE LA IZQUIERDA

Por Hugo J. Byrne

En una ocasión durante nuestra primera infancia, mi hermano mayor recibió un carrito de "bomberos" accionado por pedales y yo un triciclo, como regalos de Navidad. En la primera oportunidad en que fuimos al parque más cercano a nuestra casa para jugar con los regalos, sucedió algo que merece recordarse.

"¡Qué bochornosa exhibición de riqueza! ¡Qué ostentación! ¿Cómo es posible gastar tanto dinero en juguetes para chiquillos privilegiados, cuando existen tantos otros pobres niños que ni siquiera tienen un mendrugo que comer?" Todavía incapaces de interpretar el porqué del injusto desplante, nos percatamos más por intuición que por deducción que la descarga se refería a nosotros. Del sujeto que así se manifestaba ni siquiera recuerdo si era hombre o mujer, qué edad representaba, o cómo vestía. Los mecanismos de una mente sana borran parcialmente los recuerdos desagradables, en especial durante la primera parte de la vida; y no existe experiencia más desagradable que sufrir abuso físico o verbal, cuando todavía adolescemos de capacidad defensiva.

En todas las sociedades existen sujetos capaces de expresarse así, pero de acuerdo a mi experiencia proliferan especialmente en las plazas públicas de las ciudades de América hispana. No son necesariamente pobres ni desempleados y parecen tener tiempo sin límites (aunque sí limitaciones de la imaginación) para detenerse a observar maliciosamente cuanto sea ajeno. La mayoría de estos irracionales plañideros se unieron prontamente a la mafiosa caterva castrista. Eso fue una inclinación natural: ¿Quién puede imaginar a un presidente (o presidenta) del "Comité de Defensa de la Revolución", sin evocar a la clásica vieja chismosa (o viejo, o joven) que antaño espiaba con malévola fruición a su desprevenido vecino entre persianas semicerradas?

Antes de 1959 los chismosos cubanos se limitaban a rumiar sus insanos descubrimientos con otros individuos de sus mismas envidiosas inclinaciones, quienes por su parte les correspondían comunicándoles chismes similares. La actitud de las personas decentes era tan sólo de condescendencia burlona, mezclada con desprecio. Dejamos de ser tolerantes tardíamente, cuando los mirahuecos se convirtieron en delatores de Seguridad del Estado. Su venenoso chisme ya no sólo degradaba, sino que también podía conducir a una prisión brutal de largos años, o al patíbulo.

Mi pobre velocípedo y el humilde carrito de mi hermano no eran ni mejores ni más caros que los que podían adquirirse en la Cuba de 1939 (con sacrificios) por padres de clase media pobre, cuando ambos trabajaban y tenían como prioridad la dicha de sus hijos pequeños. Pero no me sentiría culpable tampoco si mis padres hubieran sido inmensamente ricos y capaces de comprarnos la juguetería entera. Por el contrario, los hijos de quienes vendieran los juguetes, de quienes los fabricaran, de quienes los transportaran y de todos los incontables otros cuyo peculio se beneficiara honestamente de esas transacciones, estarían en virtud de las mismas a salvo de hambre y necesidades. Esta cadena económica que refleja el proceso vital de la naturaleza y que los marxistas llaman despreciativamente "plusvalía" es el dínamo que genera la riqueza.

Los mecanismos económicos a que me refiero en el párrafo anterior, cuando son aplicados sin restricciones arbitarias producen, nó una sociedad egalitaria y por ende miserable y éticamente deficiente, sino otra, más libre, más digna, más próspera y más feliz. Por eso en Estados Unidos los habitantes más pobres de hoy viven una vida más larga y de calidad netamente superior a la que podían aspirar los millonarios norteamericanos del siglo XIX. La concentración de riquezas materiales que caracteriza a este país, no es otra cosa que el resultado directo de la libertad del comercio y de la propiedad privada, componentes fundamentales del estímulo a la industriosidad y el esfuerzo. De acuerdo a las estadísticas del Departamento de Comercio del año 2002, menos del 1.5% de la población norteamericana padecía parcialmente de necesidades básicas por falta de medios económicos. Amigo lector, este es el índice de pobreza más bajo de nación alguna en la historia de la Humanidad.

Por su parte Castrolandia, que reclama como logro una supuesta igualdad en la miseria, con la dramática excepción de la minúscula clase dirigente (más solvente en proporción al resto del pueblo cubano que la corte de Luis XVI a los franceses de su época), ha producido una sociedad en la que la mayoría de la gente tiene el único e irrefrenable deseo de desertar de ella cuanto antes, incluso a riesgo de la vida. El Tirano y su gentuza acusan de ese resultado nefasto al notorio embargo norteamericano, al que califican de "bloqueo económico". ¿Existe alguien con algún raciocinio y conocedor de la realidad que de veras se lo crea?

Recientes estadísticas económicas de Merrill Lynch indican que esta nación cuenta ya con más de dos millones de millonarios (casi el total de los habitantes de La Habana), pero eso es sólo teniendo en cuenta los capitales en líquido y nó las propiedades. Cuando se agregan estas, de acuerdo a estimados de Time Magazine, el gran total podría bien alcanzar la cifra de 8 millones o más, o sea, el probable 3% de la población norteamericana. No en balde el 5% entre quienes pagan impuestos por ingresos contribuyen con el 56% del total de recaudaciones federales por ese concepto. La vieja fábula marxista de que mientras existan más ricos, habrá más pobres, ha sido meticulosamente depositada por el capitalismo en el basurero de la historia, donde disfruta de un merecido sueño eterno junto a otras patrañas como la "piedra filosofal" de los místicos alquimistas del medioevo.

No obstante, quien crea que la cultura de la envidia yace muerta y enterrada en Estados Unidos, no lee periódicos ni mira televisión: El grito de denuncia ha llegado a la estratósfera, cuando se conoció que las ceremonias de inauguración del segundo período presidencial de Bush van a costar 40 millones de dólares. Para la irracional agenda política de la izquierda nada importa que esos gastos sean esencialmente cubiertos con donaciones privadas y muchísimo menos que esa inyección de dólares beneficie inmensamente a hoteles, a líneas aéreas, a comercios locales de Washington D.C., etc. Para esa mentalidad en bancarrota, los donantes no tienen más derecho a emplear su peculio, del que tenían dos niños de cinco y seis años respectivamente a disfrutar en paz un triciclo y un carrito de "bomberos" en la Cuba pre castrista de 1939.


FIN



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