DE LOS HEROES ANÓNIMOS

Por Hugo J. Byrne

Algo que siempre me ha sorprendido es la eterna búsqueda de héroes de ficción en este país, como el personaje de las inverosímiles películas de aventuras producidas o dirigidas por el castrista Steven Spielberg "Indiana Jones", aún cuando la historia esté siempre pletórica de héroes reales. No es posible imaginar aventuras más increíbles que las que viviera Theodore Roosevelt, antes y después de su paso por la presidencia. O las del Mayor General Frederick Funston del Ejército Libertador de Cuba, quien más tarde fuera también General del Ejército Norteamericano y ganador de la Medalla de Honor del Congreso en la campaña de Filipinas, donde personalmente apresara al líder de los insurrectos, Emilio Aguinaldo.

También sucede a menudo que ignoramos los portentos de muchos héroes, quienes por modestia o simple casualidad no aparecen en los archivos de la historia. Las hazañas de individuos como Alvin York o Audie Murphy llegan a nosotros a veces exageradas o distorsionadas por factores anecdóticos que podrían contribuir injustamente a empañar su fama, aunque nunca a disminuírla, pues está basada en la narración de acontecimientos que, en su día, muchos y diversos testigos presenciaron.

Pero las acciones heroicas de otros muchos han quedado inéditas en la historia. Por eso se les rinde colectivo homenaje, como lo hace la llama eterna que alumbra la tumba del "Soldado Desconocido" en el Cementerio Nacional de Arlington, Virginia. Esa tumba guarda los restos de un soldado muerto en acción durante la Primera Guerra Mundial, cuyo cadáver nunca pudo identificarse, pero con ella se honra la memoria de todos aquellos cuyos sacrificios anónimos contribuyeran a preservar nuestras libertades.

Sabiendo de un héroe real y reciente, ponemos con este trabajo un grano de arena para que sus actos heroicos sean conocidos y venerados por sus compatriotas. Este ensayo no hubiera sido escrito sin la invaluable información recogida en un excelente artículo del compatriota y veterano de Bahía de Cochinos José Juara Silverio, en una publicación de exiliados camagüeyanos y en la revista de la Brigada y la gran ayuda de otros amigos y hermanos del exilio. Estos son el también camagüeyano Alberto Montalván, el inigualable director de la Revista Electrónica Guaracabuya y veterano de la Brigada 2506, Miguel Uría y el actual Presidente de la Asociación de Veteranos de la Brigada, el legendario Félix I. Rodríguez.

Nuestra historia empieza con la capitulación del Teniente General del Ejército Imperial Japonés Tomoyuki Yamashita en la isla filipina de Luzón el 3 de septiembre de 1945. Yamashita era conocido por el sobrenombre de "el Tigre de Malaya" por su espectacular victoria casi cuatro años antes sobre los británicos del Teniente General A. E. Percival. Un día después del ataque a Pearl Harbor el aguerrido soldado nipón al frente de sólo 36,000 efectivos desembarcó al norte de Malaya, cortando el Itsmo de Kra que separa esa penísula de Tailandia y empujando a los 70,000 soldados de Percival hasta la isla de Singapur en el extremo sur de la Penísula. Percival rindió esa plaza el 15 de febrero de 1942, escasamente 10 semanas después del desembarco japonés. La superioridad numérica de los británicos era engañosa, pues sus fuerzas eran una amalgama de tropas disímiles y de dudosa calidad.

Retirado del frente de combate por el Premier Hideki Tojo al concluir la campaña de Malaya, Yamashita fue encargado de la defensa de Filipinas después que Tojo se viera obligado a renunciar en 1944. Derrotado decisivamente en las sucesivas campañas de Leyte y Luzón, Yamashita rehusó rendirse, refugiándose en el intrincado terreno de esa isla norteña del Archipiélago Filipino. Cuando Japón decidiera capitular en agosto del 45, Yamashita, obedeciendo a sus superiores, descendió de su refugio montañoso a principios del mes siguiente, con su estandarte, su sable y pistola.

El primer soldado norteamericano que se encontrara Yamashita era un paracaidista de la División 82, quien requisando la bandera y el sable, aceptó la capitulación del Jefe de todas las fuerzas japonesas en Filipinas. El nombre de ese paracaidista es Manuel Pérez García, oriundo de la provincia de Camagüey, en Cuba. No fue por casualidad que el general japonés se tropezara con Pérez García de entre quienes en primera línea cazaban a los remanentes de su ejército. El guerrero cubano siempre luchaba en avanzada, por lo que había sido herido repetidamente en el sangriento combate cuerpo a cuerpo de Luzón. Ya ostentaba tres "Corazones de Púrpura", tres "Estrellas de Plata" y tres "de Bronce", sumando más de ochenta condecoraciones y otras muchas citaciones por valor frente al enemigo. Pérez García tiene el record de oponentes muertos en combate individual en el teatro del Pacífico en la Segunda Guerra Mundial (83), por lo que recibiría un trofeo especial de su división de paracaidistas.

Manuel Pérez García nació el 23 de julio de 1909, por lo que al presente se aproxima a los 96 años de edad. Muy joven ingresó al Ejército Nacional de Cuba, del que eventualmente daría honrosa baja después de servir en él por varios años. Posteriormente emigró a Estados Unidos, en donde lo sorprendería el ataque a Pearl Harbor. Pérez García ofreció voluntariamente sus servicios al Ejército Norteamericano, cubriéndose de gloria. Al final de esa guerra el joven cubanoamericano regresaría a la vida civil.

Al invadir el tirano comunista Kim Il Sung a Surcorea en 1950, Manuel Pérez García se presenta de nuevo como voluntario. Esta vez sus servicios son declinados en deferencia a su pasada contribución, razón por la que el entonces Presidente Harry S. Truman le envía una hermosa carta de agradecimiento. En esa carta el Presidente Truman escribe elocuentemente: "Usted ha cumplido más allá de su obligación con Estados Unidos, como su brillante hoja de servicios lo demuestra". Esa guerra, sin embargo, constituye para Pérez García su máxima y más dolorosa contribución a la libertad: Su hijo, el Sargento Jorge Pérez Crespo perece en combate heroico en la Península coreana.

Siempre el peremne voluntario a la lucha sin cuartel por la dignidad humana y esta vez en su patria de origen, Manuel Pérez García se enlista en la unidad militar que más tarde se llamaría Brigada de Asalto 2506. Sus 51 años no lo arredran a servir de nuevo en un batallón de Paracaidistas al mando del inolvidable Alejandro del Valle. Comparte el entrenamiento rudo y riguroso con sus compañeros, más de 30 años más jóvenes, sin la menor queja ni jactancia. Es disciplinario por excelencia y no titubea en regañar duramente a sus compañeros al verlos transgredir esa disciplina. En suelo cubano combate con valentía y arrojo, enfrentando la derrota y la prisión con honor y estoicismo y encarando a sus carceleros con tal increíble desafío que lo tomaban por loco.

Los dos personajes centrales de esta crónica tuvieron destinos muy diferentes. El General Yamashita fue acusado de crímenes de guerra el 25 de septiembre de 1945. Aunque siempre declaró su inocencia y desconocimiento de las atrocidades cometidas por sus subalternos, Yamashita fue convicto de las mismas por un tribunal militar norteamericano y ejecutado por ahorcamiento en Manila el 23 de febrero de 1946. Sufrió idéntico y controversial castigo que el recibido por el Teniente General Masaharu Homma, quien conquistara Corregidor y a quien se responsabilizó por los horrores de la "marcha de la muerte" de Bataan.

Por contraste, el captor de Yamashita, paracaidista Manuel Pérez García aún vive en Estados Unidos, cincuenta años después del drama de Luzón, rodeado del respeto y la admiración de sus antiguos compañeros veteranos de la Brigada de Asalto 2506. Recientemente Pérez García donó al Museo de la Brigada más de veinte de sus condecoraciones de guerra, el trofeo que le otorgara la famosa División Aerotransportada 82, la carta del Presidente Truman y la bandera del Teniente General Tomoyuki Yamashita, héroe caído del Sol Naciente.


FIN



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