NO HABRA FIANZA PARA EL BITONGO "PINCH"

Por Hugo J. Byrne


Las batallas se libran una a una y las victorias reales no son fáciles. Es por eso que siento un placer poco común empezando el presente año con el tema de una batalla en la que la victoria está no sólo a nuestro alcance, sino cercana. Cada derrota de los aliados del enemigo es una victoria para mí. Mientras más evidente sea la perfidia del derrotado y menos envidiable su predicamento, mayor ha de ser mi deleite ante su desastre. No soy dado a la introspección, pero acepto que ser magnánimo no es una de mis virtudes. No espero cuartel y es por eso que tampoco lo doy. Es probable que tenga que pasar por ello considerable tiempo en el purgatorio.

Hace poco tuvo lugar una conversación entre tres periodistas de lo que irrazonablemente se ha dado en llamar “main stream media”. Uno de ellos describía una discusión que tuvo con su padre durante los años trágicos de la guerra de Vietnam, quizás a fines de la década del sesenta o principios de la siguiente. Pregunta del padre:. “Si hipotéticamente se encontraran frente a frente un soldado norteamericano y otro de Vietnam del Norte, ¿quién desearías que pudiera balear a quién?” Respuesta del hijo: “Esa es la pregunta más estúpida que he oído en mi vida. Quisiera que fuera herido el norteamericano…”

La discusión de marras ocurrió entre el entonces Editor del New York Times Arthur Sulzberger y su hijo Arthur (“Pinch”) Sulzberger Jr., presente Editor del antaño influyente diario del este. “Pinch” era un “flower child” de los sesenta, un bitongo quien fuera arrestado un par de veces (e inmediatamente liberado con fianza pagada por su padre) por actuar con frecuencia fuera de la ley durante manifestaciones antinorteamericanas, de las que encabezaran apátridas como Hanoi Jane y John Kerry. Al llegar a este punto y en honor a la verdad debo confesar que mi agravio con el “Times” tiene más de medio siglo, pues data de cuando creía que ese periódico era una fuente de información seria.

Opuesto al golpe y a la usurpación de marzo de 1952 y en general ignorante políticamente, mis simpatías juveniles estaban con todo aquel que se manifestara de algún modo en contra del régimen de Batista. Sobre Castro sólo sabía que lo había visto unos años antes en el Teatro Sauto de Matanzas y que había dirigido mediocremente la palabra al público reunido en el entierro de Eduardo Chibás. Convencido que sólo la violencia derrocaría a quienes se valieran de ella para instalarse en el poder y sostenerse en el mismo, ví erróneamente el ataque al cuartel Moncada con sentimientos divergentes. Sin embargo, no tenía confianza en el bastardo de Birán. Algo había en el sujeto que apelaba afanosamente a mi cautela.

La prensa “main stream” de Norteamérica, en cuyo criterio absurdamente confiaba y cuya información creía fidedigna, me presentó a Castro como un individuo virtuoso y sincero. Incluso “anticomunista”, de acuerdo a Herber Mathews, quien era entonces decano de los editorialistas del New York Times y experimentado reportero. Mathews subió a la Sierra Maestra y entrevistó al futuro Tirano, quien lo embaucó olímpicamente haciendo circular a los mismos alzados como en un carrusel para aparentar un número de combatientes cuatro o cinco veces mayor del verdadero. Pero si yo hubiera conocido entonces la biografía de Mathews (tal como la conozco desde hace ya mucho tiempo) y en especial su actuación durante la Guerra Civil de España, habría comprendido que el viejo reportero tenía predisposición a ser embaucado.

¿Quién puede sorprenderse de que “Pinch” Sulzberger decidiera dar publicidad a un programa secreto de defensa nacional, a pesar de que la Casa Blanca le pidiera específicamente no hacerlo? Estamos discutiendo el mismo individuo que prefería ver a un compatriota herido antes que un comunista norvietnamés. He aquí la intrínseca deshonestidad de quien siempre antepone una agenda política personal al interés de sus conciudadanos, incluso cuando ese interés involucra peligro a la integridad física de los mismos. Pero la deshonestidad de Sulzberger en este caso incurre en violación de la ley.

El Ejecutivo ha ordenado una investigación para determinar quién pasó secretos nacionales al New York Times. Cuando la Corte, como es su obligación, demande esa información de “Pinch”, el bitongo tendrá que facilitarla y por consecuecia presentar incontrastable evidencia ante el mundo de la prostituta publicitaria que el New York Times realmente es, o negarse a hacerlo e ir a la cárcel. La disyuntiva para el Times, que tiene necesidad de publicar anuncios políticos pagados por Castro, que ha perdido cientos de miles de dólares en anuncios y subscripciones canceladas y que se ha visto forzado a despedir a más de doscientos empleados recientemente, no es muy excitante.. Mucho menos para “Pinch”, pues este bitongo antiamericano a quien le importan un comino las libertades civiles de sus compatriotas que simula defender y quien es sólo un miserable hipócrita, no tiene ahora un papá rico y poderoso que le pague la fianza y la defensa.

A veces, aunque los criminales puedan escapar sin el castigo ejemplar que realmente merecen, la opinión pública y la historia los condenan y eso es de gran importancia para mí. Tal fue el caso del Cardenal ex Arzobispo de Boston, degenerado protector de corruptores de menores y amigo de Castro, o el del bandido ex Gobernador de IllInois, también amigo y propagandista del Tirano. Cuando próximamente le toque el turno a “Pinch”, al igual que en esos otros casos, un humilde servidor de los lectores se frotará las manos con genuína fruición.



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