¿CUESTION DE NUMEROS?

Por Hugo J. Byrne


Escribo esto el 24 de febrero del año 2006, a ciento once años de la sublevación de Baire y a diez de que dos interceptores de la fuerza aérea castrista derribaran a dos avionetas civiles y desarmadas de la organización “Hermanos al rescate”. Ese crimen resultó en la muerte de cuatro residentes de Florida, tres de los cuales eran ciudadanos de los Estados Unidos.

Basándose en el resultado de investigaciones internacionales y la declaración de testigos oculares en un crucero turístico, una Corte de Forida determinó que los pilotos castristas cometieron un asesinato premeditado sobre aguas internacionales. La misma Corte condenó a prisión perpetua a dos espías de Castro, quienes fueron previamente convictos de conspiración en ese crimen y otras acusaciones relacionadas al mismo. Un Tribunal de Apelaciones, notorio por su protección a criminales e historia de obstruccionar la aplicación de la ley ha anulado (temporalmente) esa sentencia.

Pocas horas después de cometido el asesinato, el Tirano Castro asumió completa responsabilidad personal por el derribo de las avionetas, declarando su derecho a defenderse de lo que caracterizara como “provocaciones del imperialismo” y “violaciones del espacio aéreo cubano”. Usama Bin Laden no reconoció su culpabilidad en la masacre del 11 de septiembre del 2001 hasta mucho tiempo después de ocurrida y sólo cuando las evidencias de ella en poder de las agencias de investigación de este país eran abrumadoras. Estados Unidos prácticamente no hizo nada en el primer caso, pero fue a la guerra en el segundo. ¿En qué estriba la diferencia?

En febrero del 1996 fueron volatilizados tres norteamericanos y un residente de este país, mientras el 11 de septiembre del 2001 las víctimas fueron casi tres mil, en su inmensa mayoría ciudadanos de los Estados Unidos. ¿Quiere esto decir que la diferencia de la reacción oficial en Washington entre un caso y el otro es de naturaleza numérica?

No dudo que una respuesta positiva a esta pregunta satisfaga a quienes se contenten con esquemas simples. Se trata de la misma mentalidad que hallaría circunstancias atenuantes en el crimen de Castro: “Las víctimas habían violado el espacio aéreo cubano en el pasado, el ataque a las torres gemelas y el Pentágono fue sin provocación previa, etc, etc.”

Sin embargo, existen antecedentes históricos que sitúan a Estados Unidos en actitud beligerante cuando las vidas e intereses norteamericanos eran afectados, sin parar mientes en que se tratara de muchos o pocos. Durante la administración de Theodore Roosevelt, un notorio bandido rifeño conocido como El Raisulí secuestró a un norteamericano llamado Ion Perdicaris junto a un pariente de este, en la costa Atlántica de Marruecos.

El pudiente Perdicaris, quien era oriundo de Grecia y naturalizado norteamericano, constituía un posible buen negocio para El Raisulí, quien pidió considerable compensación por devolver a su presa. Roosevelt sospechaba que el Sultán de Marruecos no estaba haciendo todo lo necesario para obtener el rescate de Perdicaris.

En virtud de esas sospechas el Presidente norteamericano envió un telegrama al Cónsul de Estados Unidos en Tánger en el que, entre no muy veladas amenazas, exigía: “Perdicaris vivo o El Raisulí muerto”. Roosevelt enfatizó su actitud agresiva con un barco de guerra que repleto de infantes de marina merodeaba por las costas de Africa occidental. Quizás no sea necesario agregar que Perdicaris y su pariente regresaron a Estados Unidos poco tiempo después, sanos y salvos.

Quizás alguien indique que esa amenaza de “Teddy” Roosevelt pertenece a una pasada era de “gun boat diplomacy”. Es muy cierto. Sin embargo, esa anécdota enfatiza claramente la legítima responsabilidad que los líderes de este país sentían por la seguridad de sus ciudadanos (sin importar el número de ellos) hace escasamente cien años, cuando el poderío relativo de esta nación era muchísimo menor. Debemos tener en cuenta que Perdicaris no había sido asesinado con premeditación por órdenes del Sultán de Marruecos, sino simplemente secuestrado por un malhechor notorio.

Tengamos también en cuenta que la novel tradición norteamericana de no responder a directas y flagrantes agresiones se inauguró durante la nefasta administración de Jimmy Carter: Cuando los llamados “estudiantes musulmanes” irrumpieron en la Embajada Norteamericana en Teherán, secuestrando al personal diplomático acreditado en ella y ocupándola indefinidamente con el respaldo del régimen de Kuomeni, Irán cometía un flagrante acto de guerra contra los Estados Unidos. Agresión que de acuerdo a todos los cánones diplomáticos y legales, Washington tenía el derecho y la obligación de responder: El suelo de toda embajada o sede diplomática propiamente acreditada en cualquier país del mundo es legalmente territorio soberano de la nación representada.

Lo irónico era que el flamante régimen islámico-fascista de Irán que tan duramente atacaba a Norteamérica, debía su propia existencia en gran parte a las duplicidades y traiciones que el Sha y su gobierno sufrieran a manos del gobierno de Carter. Era la época en que el Presidente de Estados Unidos pretensamente avanzaba la causa de los “derechos humanos”, en todas las latitudes… en todas menos donde ejercieran su nefando dictado los marxistas y sus “compañeros de viaje”. Eran los años en que desvergonzados activistas pro-totalitarios como Andrew Young y Wayne Smith se convertían por nombramiento del Ejecutivo en Embajadores Norteamericanos ante Naciones Unidas y el régimen castrista respectivamente. Eran los días en que el ex comerciante de Plains depositaba un repulsivo beso en la mejilla de un tirano sangriento llamado Leonid Brezniev.

No es cuestión de números. La diferencia no es cuantitativa, sino cualitativa. La traición a los verdaderos aliados de Estados Unidos y el apaciguamiento hacia los enemigos, continúa sin pausa bajo la presente administración republicana, a pesar de la conveniente retórica. Washington responde al ataque terrorista-musulmán porque es expediente y factible desde el punto de vista político y porque no tiene alternativa, pero sospechosamente ignora la abierta complicidad castro-chavista en esa agresión, cerrando los ojos a la relación natural y estrecha que siempre ha existido entre ambos enemigos.

Es imperioso que la presente administración conteste honestamente muchas legítimas preguntas. ¿Qué explicación tiene la ya abierta hostilidad de las agencias federales de administración de justicia dirigida contra los cubanos militantes fuera de un vergonzoso apaciguamiento hacia los archienemigos de Estados Unidos y de sus libertades fundamentales?

¿Qué razón legítima puede justificar la contínua aplicación del vergonzoso decreto de la administración anterior sobre inmigración cubana llamado “de pies secos y pies mojados”, que virtualmente convierte al Servicio de Guarda Costas de la Secretaría de Comercio de Estados Unidos en una extensión de los organismos represivos de Castro? ¿Qué excusa tiene el presente gobierno para su absurda actitud tolerante ante el activo y agresivo antiamericanismo de Chávez y comparsa?



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