DE LOS DIABLOS

Por Hugo J. Byrne


“Lo menos que un acontecimiento pueda anticiparse,
ya sea de género doloroso o placentero, mayor ha de ser
el sufrimiento, o la dicha que produzca”.

Xenophon


Huele espantosamente mal en Castrolandia. Nunca ha olido tan mal durante los últimos cuarenta años o más. No se trata de la peste de desperdicios sin recoger durante semanas, o de la corrupción inevitable entre los escombros del destrozo de lo que antaño fuera San Cristobal de La Habana. El hedor no es producto del moho dejado en paredes dilapidadas (que no han recibido pintura en cuatro décadas), por la humedad que impregnaran los aguaceros torrenciales de “Alberto”, mas los de los diez ciclones que le precedieran. Tampoco es causado el olor ofensivo por los detritos de famélicos perros callejeros, o los de seres humanos que rebosan en servicios sanitarios públicos, los que por carentes de servicio son todo menos sanitarios. Indudablemente hay fetidez física en Castrolandia, pero ahora hay también otra.

Algo en el ambiente se pudre sin remedio y de ese algo emana un potente vaho metafórico, pero bien capaz de competir en intensidad con el de las axilas del Tirano. Parafraseando la tragedia clásica de William Shakespeare, Hamlet; hay algo irremediablemente podrido en Castrolandia.

De pronto “la nomenklatura” ha empezado a mirar al futuro y éste le inspira terror. Desesperadamente trata de “reinventarse” a sí misma, creando un tinglado “legal” que en teoría le permita a los usurpadores disponer indefinidamente del botín, sin importar en qué dirección sople el viento cuando “Fifo” reviente. Están tan acostumbrados al régimen por decreto que incluso parecen empeñados en dictar el porvenir. De lo que ni siquiera son capaces de percatarse es que toda esa marcha inversa a los decretos de “Fifo” de los primeros años de la década pasada, demuestra exactamente lo contrario de lo que han estado afirmando por todos estos años.

Las nuevas “leyes” del castrato procuran darle validez legal permanente al control de ciertos jefes de aparatos represivos en las corporaciones que se organizaran para explotar el saqueo del patrimonio ajeno. En realidad constituyen un reconocimiento implícito de temor a un futuro fracaso. Representan la primera admisión de que “Fifo” no es inmortal y de que su totalitarismo caribeño puede que no lo sea tampoco. Se trata de la más importante concesión de Castro a sus herederos en cuarenta y siete años, haciendo manifiesta su preocupación por lo que ocurra en el poder en el caso de una eventual pérdida o merma de sus facultades intelectuales. Para algunos es la antesala de la “transición”, pero para sus eventuales beneficiarios es una posible garantía de continuidad en el disfrutre de bienes robados y en consecuencia, del poder político.

Un esfuerzo que es a la postre inútil y que encabeza las raras noticias que nos llegan de la Isla es lo que los castristas llaman la “defensa cibernética”. Esa tecnología que está siendo usada ofensivamente por el Tirano contra los cubanos libres, por su naturaleza tiene más capacidades agresivas que lo contrario. Sabemos que en la contínua guerra viral del “ciberspace”, se producen agentes dañinos y otras amenazas con mucha mayor velocidad que se desarrollan los escudos defensivos y como resultado la frecuencia con que limpiamos esas acechanzas a nuestro “disco duro” y hacemos “backups” de nuestra información, se ha tenido que multiplicar. Como en todo lo demás, por los caminos de la Red “Fifo” podrá correr, pero nó esconderse.

Sin embargo, de todas las noticias surrealistas que nos llegan de La Habana ninguna tiene las posibles implicaciones del cada día más caliente “vaudeville” cuyo escenario es el edificio de la antigua Embajada Norteamericana en el Malecón habanero y que protagonizan el régimen castrista y la llamada “Sección de Intereses” de los Estados Unidos. Aunque en el terreno práctico todos los gobiernos norteamericanos han protegido a la tiranía de sus verdaderos oponentes garantizando su poder por casi medio siglo, Washington no ha podido ignorar por completo la increíble vitalidad política que muestra el destierro cubano en Estados Unidos aún al cabo de todos estos años.

En consecuencia, el Tirano y la presente administración están desde hace tiempo en una competencia de relaciones públicas que fuera iniciada incluso antes de la presencia en la Sección de Intereses de Washington del previo Embajador James Cason: El “Protestódromo”, las reuniones con “disidentes”, los cartelones y adornos navideños con mensajes, los letreros lumínicos, las concentraciones masivas, las banderas negras y los berreos del Tirano y sus esclavos, etc. Hay que tener en cuenta que Castro no sabe entrar en una controversia sin contínuamente “subir la apuesta”. Ese es su estilo desde sus años de gangstercillo universitario. Esa característica suya en los últimos meses ha tomado implicaciones ominosas, como la interrupción de agua y fluído eléctrico al edificio que aloja la misión norteamericana. Por su parte, la “Sección de Intereses” parece muy interesada en quemar documentos, actividad que tradicionalmente preludia al mutis diplomático. ¿Ganaría algo “Fifo” con ese mutis? ¿Qué ventaja representaría un “Protestódromo” ante un edificio vacío?

A excepción de la primera medida (que es políticamente un retroceso para Castro), todos estos palos de ciego hieden. Y sus tufillos combinados se convierten en una peste descomunal: Es olor a muerto mezclado con la fetidez del azufre. Porque a diferencia del “Die Götterdämmerung” de Richard Wagner, el ocaso que contemplamos no es de dioses, sino de diablos.

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