EL VALOR, LA AUDACIA Y LA FÁBULA

por Hugo J. Byrne


Mirando retrospectivamente, no recuerdo nunca haber siquiera intentado conscientemente un acto acto heroico. De niño pequeño entraba en camorra con muchachos mayores, pero esperando que que mi hermano me sacara las castañas del fuego. Al enfrentar al fin la consecuencia de mi bravuconería y sufrir una buena paliza, me tranquilicé. Después, por años evité peleas, lo que no era fácil para un niño de edad escolar en mi pueblo natal (o en ninguna parte). Por algún tiempo fui víctima pasiva de desafíos.

Más tarde, en algún momento entre los quince y los dieciséis años de edad y enfrentado por dos (quienes realmente no esperaban pelear, sólo divertirse a costa mía), descubrí que era ligeramente más corpulento y fuerte que el promedio de mi edad, sobre todo cuando me poseía “la furia”. Puse a ambos en malas condiciones y se batieron en retirada. Aunque terminé con labio y nariz sangrantes y varios chichones multicolores, me sentí como un millón de dólares. Esa experiencia fue a la postre negativa, pues me hizo creerme invencible por algún tiempo.

Ya viviendo en La Habana y siendo alumno de la Escuela de Arquitectura en la Universidad, recibí una segunda y mucho más completa paliza, la que, naturalmente, yo mismo me busqué. Esa última golpeadura sí me curó definitivamente la “guapería”. Cuando realizaba actividades anticastristas en Cuba, aunque lo arriesgaba todo, creía ya saber más o menos lo que estaba haciendo y por qué lo hacía. Pero incluso la confrontación individual (sólo marginalmente política) que tuve con un mal aprendiz de esbirro en Matanzas y a la sombra del reloj del Ayuntamiento, fue sólo el producto de mi impulsividad e imprudencia, nó de valor.

Mi última pelea callejera individual ocurrió en Fort Jackson en 1963. Después vendrían enfrentamientos violentos más serios con castristas, comunistas y compañeros de viaje en el sur de California. Pero ese fue otro tema que ya he cubierto. En esos encontronazos de hace más de treinta años, no estaba solo y durante esa lucha adquirí amistades de por vida.

¿Cuál es la moraleja de todo esto? La violencia individual no es casi nunca resultado de acción heroica, por el contrario es un acto que se origina en la adolescencia o el simple producto de la ignorancia. El arrojo concienzudo de héroes como Martí en su carga de Dos Ríos, o la lucha hasta el final de Ignacio Agramonte, víctima de la emboscada de Weyler en el potrero de Jimagüayú, o la obstinada defensa de la islita Wake en el Pacífico, por el habanero Mayor James P. S. Devereux y sus infantes de marina a mediados de diciembre de 1941, constituyen capítulos de genuíno heroísmo. No en balde después de la batalla por la avanzada de Roorke’s Drift, durante la guerra colonial contra los zulúes del reyezuelo Cetshwayo en 1879, once entre el escaso centenar de defensores británicos fueron recipientes de la muy prestigiosa “Victoria Cross”. Ni antes ni depués de esa fecha ha otorgado Londres tantas “Cruces Victoria” por una aislada acción de guerra. Recordemos que la “Victoria Cross”, como la “Cruz de Hierro” del Imperio Germánico, la “Legión de Honor” (de “Caballero” o de “primera clase”) o la “Medalla de Honor” de Estados Unidos, nunca se han adjudicado con liberalidad. Ese centenar de soldados, al mando de quien hasta entonces era un obscuro Teniente de Ingenieros, había resistido con éxito el ataque salvaje incesante, disciplinado y casi suicida, de más de cuatro mil aguerridos zulúes durante casi dos días. El heroísmo real, desde Las Termópilas a nuestros días ha sido bien reconocido por los historiadores serios, antes que las obscurantistas agendas “políticamente correctas” corrompieran la educación de nuestros hijos.

Esto nos lleva a la fábula de los “héroes de mentiritas” de la propaganda política mediática. El “osito” más publicitado del barrio caribeño, es por supuesto el viejo Fifo, quien puede que esté cercano al mutis definitivo. No deseo abundar en este trabajo sobre los otros “guapitos” menores de la propaganda, como el super hediondo Ernesto Guevara (nadie me lo contó, sufrí personalmente su hedor ofensivo en el antiguo “Ministerio de Industrias”, cuando me golpeó la nariz a más de ocho pies de distancia). Su caso ha sido ya cubierto por varios autores, entre ellos, recientemente, Marcos Bravo, en su interesante “La otra cara del Che”.

Concentrémonos en Fifo, quien no “nació políticamente” con el ataque al Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953. Su tendencia a los “actos heroicos” se remonta a su nativo Birán, donde en cuanto pudo alcanzar una escopeta del viejo Angel, volatilizó a cuantas gallinas tuvieron la fatalidad de ponérsele a tiro. No es que necesitara siempre de armas de fuego para ejercitar violencia total o tortura contra infelices animales indefensos. En un “video” obtenido por los monitores de Miami en la televisión de Castrolandia de hace escasamente cuatro años, su hermano menor y presunto heredero del trono, Raulito, en medio de un rapto de sinceridad alcohólica confesó riendo cómo la vieja Lina la emprendiera a “cintazos” con ambos, al descubrirlos descuartizando patitos vivos con una navaja de afeitar deshechada. Ambos eventos amigo lector, pertenecen a un historial perfectamente documentado.

Mucho antes del Moncada, sucedió el llamado “bunch” universitario, en el que el entonces joven Fifo participaba activamente, con pistola al cinto. No existe evidencia de que usara jamás la susodicha pistola enfrentándose cara a cara con nadie. Pero se han publicado versiones de su posible complicidad en el asesinato alevoso del líder universitario Manolo Castro, quien fuera balaceado en plena Habana por la espalda, en la segunda mitad de los años cuarenta.

Mucho antes del Mocada ocurrió el llamado “Bogotazo”, asonada comunista en la Colombia de 1948, utilizando como pretexto el asesinato del líder liberal Gaitán. El Bogotazo fue el inicio de una violencia política que aún perdura en esa sufrida nación sudamericana. De acuerdo a la versión oficial colombiana de la época, Fifo fue arrestado cuando se disponía a asesinar a un cura, capturado por la turba que capitaneaba el hijo de Lina. El diplomático cubano Guillermo Belt salvó a Fifo de un destino bien incierto, escoltándolo personalmente de regreso a La Habana. Una pena.

Mucho antes del Moncada, sucedió la malograda expedición anti trujillista de Cayo Confites. En esa oportunidad, cuando uno de los jefes del fallido intento, el Dr. Eufemio Fernández, se disponía a practicar cirugía de campaña en un caso crítico de apendicitis aguda, Fifo objetó esa actividad como una inadmisible distracción a la agenda contra “Chapitas” (mote del dictador Rafael Trujillo, referente a su debilidad por medallas y uniformes ridículos). El Dr. Fernández, quien sí era hombre de conocido valor personal, le propinó a Fifo una explosiva bofetada, reduciéndolo a la obediencia. De esta anécdota que muchos erróneamente atribuyen a Rolando Masferrer, quizás todavía estén vivos algunos testigos presenciales. Quien me la contó ya pasó a la historia. La que sí carece por completo de testigos es la presunta escapada de Fifo nadando hasta tierra firme, antes que las autoridades cubanas arrestaran a los frustrados expedicionarios. Lo único seguro y cierto es que Fifo escapó la suerte del resto, al igual que en Bogotá en 1948 y al igual que en el Moncada en 1953.

Quien no escapó a la venganza de Fifo fue Eufemio. En abril de 1961 y utilizando el pretexto del desembarco de la Brigada en Bahía de Cochinos, Fifo ordenó el fusilamiento del Dr. Fernández, quien había sido previamente arrestado y fotografiado en la compañía de otros patriotas cubanos recién capturados por la represión castrista. Todos fueron pasados por las armas durante los mismos días. ¿Estaba Fernández involucrado en actividades anticastristas? Sin la menor duda, pues desde muchos años antes le propinó a Fifo un tremendo bofetón. ¿Es necesaria mayor evidencia de actividad subversiva? No cabe la menor duda que Fifo es capaz de “comportarse heroicamente” y de que tiene memoria elefantina.

Mucho se ha debatido (aunque casi siempre fuera de Cuba), qué cosa le pasó a Fifo durante el ataque al Cuartel Moncada. La historia oficial es que el automóvil en que viajaba equivocó la ruta y llegó tarde. Sé de un buen amigo quien llegara tarde a una cita patriótica programada en Los Angeles en 1969, tardanza que por poco le causa el arresto. Todo es posible. Pero en el caso de Fifo extraordinariamente improbable: Se conocía desde niño las calles de Santiago como si se tratara de su domicilio. De haber llegado a tiempo al Moncada, él y su hermano quizás habrían sufrido el mismo destino que Abel Santamaría Cuadrado, quien sí llegara a tiempo, en cuyo caso Fifo no habría tenido oportunidad de invocar absolución de la historia.

Tengo que darle a Fifo el crédito de la audacia, que no es virtud idéntica al valor personal, pero es virtud. Es necesario tener gran audacia y una capacidad especial para tomar riesgos calculados para embarcarse en el yate Granma junto al “Chancho” Guevara. Olvídese el lector de los otros ochenta. El hedor de Guevara equivalía al de mil. Con el agravante de que el argentino se enfermó en el trayecto, con vómitos. Sin embargo, los que han estado cerca de Fifo, a quien sus compañeros en la Escuela de Derecho bautizaran “Bola de Churre”, afirman que Guevara y el gallego estaban de potencia a siete potencias. Antes de 1953 solamente ví a Fifo en 1951, en una reunión convocada en el Teatro Sauto de Matanzas. Fifo estaba en el estrado y yo casi en la entrada del repleto teatro. Por eso quiero darle a Fifo el beneficio de la duda.

Instalado en la Sierra Maestra por cortesía de Batista, sus Generales y Coroneles (con la molesta excepción del flaco Sánchez Mosquera, quien parece no había entendido bien la situación y quien era solamente Mayor), Fifo caracterizó su dedicación a la guerra por medio de un rifle deportivo con telescopio: Símbolo inequívoco. A diferencia de Ameijeiras y otros cabecillas alzados quienes arriesgaron la piel con alguna frecuencia usando armas de mucho menor alcance, Fifo insistió en participar desde la mayor distancia posible. Desde esa época se protege como ningún otro jefe de estado lo ha hecho en la historia contemporánea.

Solamente durante la semana que durara su peregrinación armada hasta La Habana, copiada de la Marcha a Roma de Mussolini en 1922 y en la que al igual que Il Duce procuraba amedrentar nó a sus pretensos adversarios ya en plena desbandada, sino a sus “aliados revolucionarios”, aceptó Fifo arriesgar un cierto peligro: En Campo Columbia y San Antonio de los Baños los B-26 de la Fuerza Aérea habrían fácilmente cumplido la orden de destruir su lenta y deliberada columna. En esta ocasión sí hubo un elemento de “Poker”: Fifo apostó que esa orden nunca sería dada en medio del desbarajuste y desmoralización militar imperante y porque quienes estaban en capacidad de dar la orden sentirían temor por el posible “daño colateral”. Para desgracia de Cuba, Fifo ganó esa apuesta. Nuevamente astucia, audacia y riesgo calculado.

Empero, todos sus antiguos e inmediatos subordinados (y hoy exiliados de su régimen), quienes lo acompañaran durante la “marcha hacia La Habana”, dan fe de su contínuo nerviosismo y prevención a todo cuanto ocurriera en el cielo durante esa semana. No era su actitud reflejo de valor personal. He visto a Fifo recular atemorizado einseguro en un estudio de televisión, cuando el entonces Embajdor de Franco, moderno émulo del Quijote, irrumpiera en el estudio blandiendo un índice acusador, a más de su rotunda quijada.

Como preámbulo a un artículo muy interesante y repleto de detalles de la publicación peninsular “Diariocrítico”, sobre el super sistema de protección personal que rodea a Fifo, el periodista Máximo Tomás del Departamento de Investigaciones de la revista electrónica La Nueva Cuba, afirma que el Tirano ha sido objeto de cinco fracasados planes de asesinato por parte la Agencia Central de Inteligencia, más otros tantos por parte de cubanos libres y que esto probablemente lo sitúe, junto a Gadafi y Sadam Hussein entre los jefes de estado a quienes más veces han tratado de eliminar en los tiempos contemporáneos. Agrega Tomás que posiblemente todos esos fracasos se deban precisamente a la muy sofisticada protección que rodea a Fifo.

Muy respetuosamente difiero de Tomás en ambos puntos. Por lo menos tres de los cinco susodichos planes de la CIA (incesantemente cacareados por los medios de difusión de la izquierda) nunca pasaron de esa etapa. En otras palabras, se quedaron en la fase de planificación. Los cubanos libres estuvieron más cerca de lograr su objetivo, e irónicamente fue la interferencia intencional de la CIA y de otras agencias federales norteamericanas las que malograran el objetivo más de una vez. Contrariamente a lo afirmado por Tomás, todas esas actividades tuvieron lugar muchos años antes de que la guardia pretoriana de Fifo adquiriera su presente nivel de eficiencia y sofisticación. De lo que se deduce que no sólo la seriedad de la CIA y del gobierno federal de Estados Unidos en lograr el objetivo de eliminar a Fifo está en una razonablemente histórica tela de juicio, sino que la relación causa-efecto es la opuesta a la que sugiere Tomás: Es Fifo quien se cuida más hoy, como consecuencia del peligro sufrido en los años sesenta.

Quien se lleva la palma de intentonas de asesinato entre los jefes de estado en la historia reciente no es Fifo, Gadafi o Sadam Hussein, sino el desaparecido Presidente y fundador de la V República de Francia, General Charles DeGaulle, quien fuera víctima de 31 atentados perfectamente establecidos y documentados, por los que mucha gente pagara con la vida. Entre ellos el conocido como “Petit Clamart”, en el que tanto el General como su esposa sobrevivieran milagrosamente, tema que cubrí en un artículo hace más de quince años. Tanto Hitler como Lenín y Mussolini sufrieron atentados contra sus vidas con mayor frecuencia que Fifo.

Para finalizar, observemos la desesperada furia conque Fifo se aferra hoy a la poca vida que le queda, tratando de estirarla al punto de, por lo menos ostensiblemente, hacer dejación de parte de sus prerrogativas de tirano absoluto. Hace algunos años muchos serios cubanólogogos (y hoy no estoy usando ese nombre con ironía) pensaban a Fifo capaz de un exhabrupto final, sumiendo a Cuba y a sus vecinos inmediatos en una hecatombe de proporciones históricas, al sentirse cercano a la muerte. Se equivocaron. Rebelarse ante suerte dura es una reacción cruel, pero definitiva y viril. Aún para desafiar al destino son necesarias entereza y determinación reales. Nada de eso: La agonía de Fifo no es la del hombre arriesgado y valiente que su propaganda siempre se ha esforzado por diseminar a los cuatro puntos cardinales, por el contrario, son los estertores de una rata.



Éste y otros excelentes artículos del mismo AUTOR aparecen en la REVISTA GUARACABUYA con dirección electrónica de:

www.amigospais-guaracabuya.org