SEÑALANDO EL CAMINO

Por Hugo J. Byrne


“Pasión es nobleza. Los apasionados son los primogénitos del mundo. Los fuertes procuran dominar la pasión; pero en cuanto logran extinguirla, cesan de ser fuertes.”

José Martí


Históricamente la senda a la libertad de Cuba ha pasado siempre por la prisión. Cuando casi de niño Martí sufriera el rigor del presidio político arrastrando un pesado grillo en las canteras, en ese instante germinó la semilla de nuestra independencia. La enseñanza en las aulas escolares de la República que deshizo el castrato, glorificaba a quienes ofrendaran la vida en su lucha por la libertad de Cuba.

Sin embargo, quienes fueran injustamente condenados a privación de libertad, castigo que sufrieran cientos y hasta miles de nuestros próceres, constituían una categoría narrada sólo por los más estudiosos entre nuestros historiadores. Uno de los dos oficiales cubanos de mayor rango en el Ejército Libertador que sobrevivieran la guerra, el General Calixto García Iñiguez, fue víctima de dura prisión impuesta por la colonia. Al igual que hoy, durante nuestra lucha redentora del siglo XIX, los poderes que oprimían al pueblo no diferenciaban entre delitos “políticos” y comunes. El condenado a Chafarinas era, para el espúreo mandón peninsular en La Habana, un vulgar “filibustero”. Los alzados del Escambray en los años sesenta fueron clasificados como “bandidos” por Norberto Fuentes, repulsivo admirador de los atributos viriles del finado terrorista Arnaldo Ochoa y ex plumífero del castrato. Para vergüenza de esta nación y del exilio cubano, esa alimaña aún se pasea impunemente entre nosotros.

Nunca he sufrido prisión. Encerrado habría enloquecido instantáneamente. Existen todavía viejos testigos a mi absoluta determinación de perecer antes que ser arrestado por los esbirros de Fifo. No se trataba en lo absoluto de vocación al martirio o al acto heroico, sino el terror irracional y claustrofóbico al horrible confinamiento de una celda. Quizás sea por eso que admiro tanto a quienes sacrificaran largos años de sus fecundas vidas padeciendo injusto encierro por la libertad de la patria.

La prisión como castigo por involucrarse o complotarse en acciones libertadoras, no se ha limitado a las que impusieran los tiranos. Después de las arbitrarias penas a privación de libertad en el territorio de Cuba, han sido los tribunales constituídos de los Estados Unidos de Norteamérica quienes históricamente han condenado a prisión a la mayor cantidad de revolucionarios cubanos por actividades patrióticas que, en teoría, violaran las leyes federales. Digo “en teoría”, porque no existe evidencia alguna de que esas actividades redundaran en el menor perjuicio de los Estados Unidos, sus intereses o sus ciudadanos. Por el contrario, Castro y su régimen, los enemigos de Cuba libre, se han evidenciado también históricamente como la némesis de esta nación, sus instituciones y su modo de vida. Un servidor no cree en los llamados “crímenes sin víctimas”, noción irracional de la llamada “filosofía políticamente correcta”. Nunca perdamos de vista que el propósito de la ley es impartir justicia. Cuando la ley y la justicia más elemental se dan de cachetes, el resultado es siempre tan doloroso como arbitrario. Esta es sin duda la noción absurda que impone un injusto castigo de confinamiento a Santiago Alvarez, Osvaldo Mitat y Luis Posada Carriles, entre otros muchos patriotas cubanos. Al igual que en el pasado, estos presos nos señalan hoy el camino del deber.

Una breve visita a ese pasado nos indica que esta comunidad exiliada no es la primera en sufrir prisión en Estados Unidos por la libertad de Cuba. Desde los tiempos coloniales, cuando la agencia privada de investigaciones Pinkerton servía mercenariamente los intereses de Madrid, muchos patriotas sufrieron infame prisión en Norteamérica como resultado de sus actividades. Cuando el Presidente Carlos Prío, derrocado en marzo de 1952 por un golpe militar, tratara de combatir a los usurpadores, fue arrestado por las autoridades federales norteamericanas y humillantemente exhibido, con esposas en sus muñecas, ante las cámaras de los periódicos. Yo no era partidario de Prío. En 1948 todavía era demasiado joven para votar, pero de no haberlo sido, habría apoyado a su oponente liberal, el Dr. Ricardo Núñez Portuondo. Empero, Prío era nuestro presidente y su imagen en la primera plana, como la de un rufián común, fue un insulto para todos los cubanos dignos. Aunque todavía la Agencia Pinkerton existe, no se dedica mucho (hasta donde sé) a procurar el arresto de individuos supuestamente involucrados en actividades contrarias a los gobiernos de otras naciones.

Sin embargo, existen evidencias circunstanciales, pero abrumadoras, de que los intereses extranjeros, aún en el caso de regímenes totalitarios antagónicos a Norteamerica como el castrista, son en la actualidad celosamente protegidos por ciertas agencias federales norteamericanas. ¿Qué otra explicación tiene que al día siguiente a una acusación del libelo “Granma” contra Santiago Alvarez y Osvaldo Mitat, fueran ambos arrestados por el Buró Federal de Inteligencia? ¿Qué otra explicación tiene que el “testigo estrella” del FBI contra ellos fuera un obvio y notorio agente castrista?

¡Cuidado!, esa sanguijuela comunista que responde al nombre de Jean-Guy Allard, desde su cubil de “Granma”, la emprendió el día 13 de noviembre contra varios cubanoamericanos, precisamente agentes del FBI. Su diatriba se basa en la desinformación de Ann Luise Bardach en el notorio y venenoso Washigton Post. Entre otros, Allard acusa a un hijo de mi buen amigo, el patriota cubano Luis Crespo, a quien de paso, de nuevo acusa de “terrorista”. Parece que estos agentes fueron quienes condujeran la investigación que culminara en el arresto de los cinco espías castristas. ¡No en balde!



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