CUANDO LOS MUERTOS HACEN RUIDO

por Hugo J. Byrne


Mientras escribo estas líneas (me veo en la necesidad dolorosa de repetir esta frase semanalmente por la celeridad con que se acumulan los acontecimientos) la apuesta más popular entre los cubanos, quienes somos jugadores por antonomasia, es adivinar la situación vital de Fifo. ¿Ha muerto ya el pestilente Tirano o se prolonga aún más su merecida agonía? ¿Tienen a Fifo “entubado”, extendiéndole artificialmente una vida vegetativa? ¿Conservan sus restos en una gaveta refrigerada para anunciar su deceso cuando sea conveniente al régimen? Un servidor de los amables lectores detesta ese tema. Confieso que me molesta al extremo de afectar mi hipertensión.

Aprendí desde joven que desgraciadamente existe un elemento frívolo en nuestra cultura. Aprendí de más viejo y mediante el severo escrutinio de nuestra historia, que esa frivolidad nos ha hecho sombra desde los orígenes de la nacionalidad, que nos ha perseguido sin tregua y que no es un vicio nuevo o instigado durante cuarenta y ocho años por Fifo y su pandilla delincuente. No. Los usurpadores de nuestra patria se contentaron con sólo explotar esa vieja lacra, mientras con gran diligencia nos corrompían con otras muchas.

Aprendí a la postre que ese mal no nació en Cuba, sino que existía en el ámbito de nuestros antepasados peninsulares y que fue combatido valerosamente en dos continentes por individuos un billón de veces más talentosos que un servidor, como Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo y José Martí. Y si esos colosos de las letras castellanas alcanzaran sólo discutibles logros en su cruzada moralizante de virtud, austeridad y respeto, ¿Qué éxito podría esperar yo? Sin embargo, de acuerdo al inmortal Thomas Jefferson, cada esfuerzo individual cuenta: “Yo soy solamente uno”, observó acertadamente el prócer norteamericano, “pero soy uno”.

A pesar del vulgar refrán que reza; “hay muertos que no hacen ruido porque andan en alpargatas”, no existe fisiológicamente nada más silencioso que la muerte. La descomposición de la materia animal puede apreciarse de diversas formas, pero carece de sonidos. Paul Kruger, uno de los fundadores de la nacionalidad surafricana (que la suicida aberración blanca por hegemonía racial condenara al olvido), cuando muy joven por un breve tiempo creyó que los leones podían rugir después de muertos. No es broma.

Sucede que una vez el joven Kruger se encontraba entre varios de sus compañeros de aventura, observando a un león recién muerto por un certero plomo de gran calibre y uno de los jóvenes a guisa de broma saltó sobre los restos del difunto felino. Parece que algún aire permanecía aún atrapado dentro del león, quizás obstruccionado por un cuágulo de sangre. Sea lo que fuere, el cadáver de la fiera emitió un sonido gutural, semejante al de un rugido con sordina. Kruger y sus compadres se dispararon en todas direcciones, sin percatarse hasta después de que simplemente habían observado la sonora reacción mecánica de un cuerpo sin vida.

No obstante, hay ciertos muertos que provocan ruido, pero ese ruido de la muerte siempre lo hace un coro de vivos. En el caso de Fifo, deberíamos dejar que fueran sólo sus esclavos quienes participen en esa grotesca coral de pantomima.

Estoy aburrido de la cansona cantaleta. “¡Que ya se murió, que lo sabemos de buena tinta!” “Que nos lo asegura la prima de la sobrina de la amante de un hijo natural de Raulito”. “Que el Presidente Bush va a hablar dentro de las próximas seis horas” (¿?). Algunas de estas versiones parecen surgir de una imaginación infantil: ¿con qué objeto hablaría Bush sobre la muerte de Fifo? Sus acciones en el asunto cubano, incluídas persecuciones y arrestos por su Departamento de Justicia, negación oficial y arbitraria por su Secretaría de Estado del inalienable derecho de los exiliados en Estados Unidos a influir en nuestro destino, etc., no anuncian nada bueno para la libertad de Cuba por parte de su administración. Sin embargo, ¿qué podría decir Bush sobre la muerte de Fifo? ¿le extendería el pésame a “la china”?

Lo peor de este desafinado coro es que, una vez más, probablemente está dirigido desde La Habana por la aún sofisticada contrainteligencia comunista. ¿Propósito? Ridiculizar al exilio nuevamente. Restarle seriedad y por ende, crédito. Estamos acostumbrados inconscientemente a bailar al ritmo que nos toquen en Castrolandia. Aunque las evidencias apuntan a que el Tirano en esta oportunidad parece de veras estar en los estertores, no sería la primera vez que el depravado biranense “se muere para ver su entierro”. La única realidad es que sólo sabemos lo que sabemos y el resto son simples conjeturas.

Podríamos incluso caer en el síndrome de la fábula del pastor mentiroso que gritaba “!lobo!” y a quien cuando el lobo realmente atacara a su rebaño, nadie socorrió. Por eso cuando al final se anuncie oficialmente la inevitable buena noticia, no ha de faltar quien la niegue.

Trabajemos por diseñar, dirigir y ejecutar acciones positivas que realmente acerquen el día de nuestra feliz liberación del flagelo socialista y dejemos de participar inconscientemente en esta coral del absurdo. El canallesco viejo moribundo continuará haciendo ruido por algún tiempo hasta su mutis.

Ignorar ese ruido es la palabra de orden. Si tenemos la disciplina que ello requiere, cuando suene el último rebuzno de Fifo, este no será como el pavoroso rugido del león de Kruger. Más bien como el sonido que produce una vieja y deshechada gaita que, tirada en una sucia esquina, responde accidentalmente al pisotón de una alpargata.



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