Estampas del Paraíso

por José Sánchez-Boudy


Estoy leyendo una novela subversiva. No digo el título por que el autor vive en Cuba. Era un niño cuando llegaron el crimen y los asesinos. La novela pinta la destrucción física y moral de Cuba: las ruinas del barrio Atarés, de la calle Esperanza; de nuestra Cuba. El personaje principal de la novela entre aquella cochambre busca el pasado: el Paraíso. Ese segmento de tiempo nuestro, vivido por nosotros, de la Cuba Eterna. Por eso un balsero con el que hablé en un cafetín se señaló: “Ustedes tienen que recobrar su Cuba: el Paraíso. Como Cuba no existe yo no tengo que recobrar nada”. Yo le contesté: La Cuba es Eterna. Es la Cuba de todos los que la aman. Yo y el Exilio Histórico vivimos un segmento temporal de esa Cuba: el Paraíso. A ti, desgraciadamente, te tocó el infierno. A este hay que apagarle las llamas para que surja de nuevo el verde de nuestro Caimán.

Para apagar esas llamas no hay exilio en la historia con un tesón de reconstruir el Paraíso como el Exilio Histórico, no por eso hay un cubano que no haya dejado en prosa o en verso una estampa de su pueblo; de esa tierra a la que estamos unidos. No hay cubano que no se sienta llamado por su “conuco”, que no sienta en el oído el caracol siboney, el mismo que oyeron los brigadistas llamándolos desde las costas cubanas. Ayer me decía el impresor y literato filósofo René Mario, que había terminado un libro de María Argelia Vizcaíno sobre Guanabacoa. Donde recaló mi tio Ramón cuando de niño llegó de España. Con una guanabacoense se casó. Y yo siempre la recuerdo, porque de ella es ese inmenso caricaturista ido, Manolo Menéndez. El libro, me dice Remé Mario, estás “redondito”.

No hablo sólo del recuerdo, como ven sino a sí mismo de la unión entre la tierra y el alma; la Cuba Eterna. El Paraíso. Por eso, Alvaro de Villa para explicar nuestras desgracias me decía: “El hombre no puede vivir en el Paraíso, ya nos expulsaron de él” Y yo le decía: “Si, Alvaro, pero el Exilio Histórico volverá porque está hecho de ese Paraíso, y el caracol siboney nos llama”.

Sí, hemos reconstruido nuestra Cuba en el exilio. Ahí están las estampas que en su libro “Estampas Cubanas” nos deja un abogado, mi compañero de curso Emilio Cosío. Un camagüeyano que nos va dibujando aquellos días felices en que la bronca era una risa. Voy a hablar de su estampa sobre las broncas que él las estudia minuciosamente. Y yo me recuerdo cuando iba a buscar un testigo a un solar habanero y me encontraba una de aquellas broncas fingidas. Cuando veían aparecer al cobrador de la luz dos inquilino de solar empezaban a gritar en el patio, parecía que se iban a matar, y se oía: “!Aguántenme, que lo asesino!”. Las mujeres que lavaban se unían al coro de las malas palabras que se lanzaban los contendientes que, como les dije, estaban haciendo lo que en lenguaje popular se llamaba “un aguaje”, un fingimiento.

El cobrador de la luz se decía: “Lo mejor que hago es irme de aquí y volver otro día, antes que me den una puñalada”. Y partía raudo, mientras las mujeres ahora aplaudían, y los dos contendientes se abrazaban. Por lo menos en quince días no tenían que pagar la luz.

Emilio Cosío, del Camagüey señorial; de la tierra que Arnaldo Cebrián ha dejado en un libro donde se recoge la alegría y el vivir de los camagüeyanos de nuestro Paraíso, titulado “Papa Pío, triunfando a los noventa”. Del Camagüey donde en las sábanas se oía el grito de los güineos y, de vez en cuando, alguna de aquellas cejas de monte que son como nuestra Cuba Eterna. Estas estampas me llevan a Camagüey; me llevan a la rapidez del pensamiento del cubano, como la de los clandestinos que Cosío retrata y que eran aquellos que al llegar Castro afirmaban que habían hecho grandes cosas contra el gobierno anterior, y que cuando uno les peguntaba sobre ellas, contestaban: “De eso no puedo hablar sin el consentimiento de los que me acompañaron. Nosotros, todos, estábamos en la clandestinidad”. Era la salida jocosa, picaresca, heredada de los hombres que llegaron en las flotas españolas y que nos traían el alma del pícaro español como aquel Guzmán Alfarache, héroe de la novela picaresca, o el Buscón de Quevedo, que se retrató para la inmortalidad en un cubano vivillo como el clandestino, o como aquel que para vivir, sacando agua y carbón –como decía-, rifaba en los ministerios por una peseta un reloj inexistente; o el que estaba en la puerta del Ministerio y que por la misma cantidad decía que podía franquearte la entrada para que vieras al Ministro que era su socio.

Por las estampas de Cosío, estampas del Paraíso, va pasando nuestro pueblo. Aquel pueblo que ha pesar de todos los avatares y problemas había construido en cincuenta años de una nación quemada por la guerra donde los pájaros en el campo quemado morían de hambre porque ni semillas había en los campos, había construido una nación en donde se había llegado a lo que los economistas llaman “la etapa del despegue”, o sea, la antesala de la industrialización. En el 1959 existían en Cuba 36 mil centros industriales levantados del cero.

Aquel pueblo que se soleaba en Santa Fé, en Jaimanitas, que bailaba en la playa de Marianao y que formaba un tapón los domingos en la carretera de horas, porque abarrotaba las playas de Guanaba, Boca Ciega y otras. Aquel pueblo que de los Baños del Vedado pasó a la playa de Viriato. Cosío presenta su libro, y yo seré el presentador, muy pronto, en el Koubek Center. Allí hablaremos de las Estampas de la Cuba Eterna: la Cuba del Paraíso. De la Cuba Eterna.



Éste y otros excelentes artículos del mismo AUTOR aparecen en la REVISTA GUARACABUYA con dirección electrónica de:

www.amigospais-guaracabuya.org