UN PASADO A RETAZOS

por Marcelo Fernández-Zayas

Este ha sido un viaje tan largo que se ha hecho un modo de vida. Los viajeros hemos adquirido una doble personalidad. Una externa y real que refleja tiempo, espacio y personalidad con tonalidades lingüísticas adquiridas en el camino. Otra, que parece anclada en un puerto de recuerdos y anhelos de lo que pudo haber sido y sucedido. Una personalidad que permite la inmovilidad en una época determinada y la facultad de la rectificación y, algunas veces, el anti cristiano deseo de venganza. Posiblemente, esta personalidad está motivada por el anhelo de obtener recordando y fantaseando lo que no pudimos alcanzar viviendo.

Con el transcurso del inapelable e ineludible tiempo hemos envejecido en este mundo dual y fantástico. Muchas veces nos aferramos a un retazo a nuestra joven vida tratando de vivir en un pasado mejorado y expandido. Nos sentimos jóvenes y besamos pretéritos labios que tal vez nunca invitaron o limitaron el acto de amor. O, pronunciamos sentimientos que nos habíamos vedado o no supimos manifestar a tiempo. ¿Quién no ha buscado un retazo de nuestra historia, en busca de mejorarlo y expandirlo a base de la experiencia adquirida en la vida fuera del lugar de los sucesos? ¿Quién no ha mantenido silente diálogo con un ser ausente o muerto?

Lo irreal y bello del recuerdo es nuestra capacidad de visita al pasado desafiando cambios,tiempos y sistemas de gobierno. ¡Qué grato es ese pedazo de nuestra historia carente de canas, achaques y malos momentos! Posiblemente, la vida tiene como un propósito aledaño, el poder volver a vivir en forma mejorada lo que se ha perdido en el pasado. Analicemos la idea de un regreso físico al lugar de nuestra niñez. Este es un peregrinaje al pasado con la intención de hacer más vívido su recuerdo. No regresamos para conocer de cambios en el presente, sino para anclarnos más firmemente en el recuerdo.

Coloreamos y embellecemos los recuerdos del pasado porque lo hemos mejorado y alterado en nuestras mentes. Sí, todo tiempo pasado fue mejor, porque lo evocamos instintivamente no como fue sino con el prisma de una posterior experiencia que lo hace ver mejor. El recuerdo volitivo es selectivo y acomodaticio.

Cuando vemos que la vida del pasado es territorio vedado al regreso real más nos aferramos a los recuerdos. Es por eso que muchos ancianos disfrutan del silencio contemplativo. Están expandiendo y mejorando los recuerdos del pasado. Preferimos el retazo del recuerdo de nuestra juventud, en forma idealizada, que al realístico encuentro con hechos fidedignos del pasado. Nos negamos ver el rostro real del pasado para no sustituir la imagen del recuerdo que queremos evocar. Observemos, el viaje al pasado es un acto placentero aunque se altere la realidad histórica. La mente humana nos ayuda mitigando el dolor en el recuerdo.

Una vez fui invitado a una reunión de los graduados de secundaria de mi escuela. Tuvimos que ponernos etiquetas que nos facilitara reconocer los antiguos y familiares rostros juveniles. Fue una lección en desencanto. Los otroras tersos y radiantes perfiles habían sido reemplazados por caricaturas reales de lo que habíamos sido. Decidí abandonar la reunión para no contaminar mis recuerdos con el virus de un presente real, pero ajeno a mis añoranzas.

Regresar al lugar de tu nacimiento después de décadas de ausencia puede ser una experiencia traumática. Tu casa puede haber desaparecido y en su lugar se encuentra un parque desconocido. Un parque construido sobre uno de los mejores retazos de tu historia. El regreso tiene el precio alto de volver a una realidad que no ha sido mejorada ni expandida.

Puede regresar, sin miedo, quien tenga las fuerzas y el optimismo de enfrentarse a un pasado imperfecto. Los que ven en lo sucedido en nuestras vidas un motivo para reanudar un camino que no ha sido transitado aún. Los que piensan que el futuro puede mejorarse y expandirse. Esos están obligados al retorno al punto de partida. Ellos no viven de un retazo del pasado sino del todo de un futuro moldeable con sólo el caminar con optimismo.

Sin embargo, no importando otras consideraciones, los viajeros tienden a regresar al punto de partida. ¿Porqué retornar a lo que quizás ya no existe fuera de nuestras mentes? Tal vez por curiosidad, deseos de completar el ciclo, tal vez como palomas mensajeras por instinto. La idea de un regreso físico para los que emigran es difícil, temida y atrayente a la vez, aunque casi imposible de explicar su verdadera motivación. O, tal vez regresamos para cumplir con un voto hecho algún día. Regresamos para recordar el largo viaje que emprendimos y que juzgamos fructuoso.


FIN


Marcelo Fernandez-Zayas
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