EVOLUCIÓN Y REVOLUCIÓN

por Marcelo Fernández-Zayas


Muchas veces me pregunto, ¿ Por qué la palabra revolución es tan atrayente para los latinoamericanos? ¿Será que nos hemos criado en países que romantizaron el vocablo; será que la evolución no condujo a nada tangible o que queríamos saltar al futuro sin transitar por un tedioso hoy? Puede haber muchas razones. Revolución por definición consiste en cambios profundos y casi siempre violentos. Cambios que muchas veces, bien analizados, pocos quieren contribuir seriamente a los mismos, porque conllevan a una dolorosa modificación de conducta.

Es muy probable que muchos de los que claman por revoluciones no estén conscientes del dolor que estas traen. Es probable también que el deseo de algunos cambios se confunda con la palabra revolución. Estas modificaciones muchas veces consisten simplemente en hacer cumplir las leyes sin necesidad de violencia fratricida. Hubo un tiempo en que leí varias constituciones de países hispanoamericanos y noté gran similitud en lo conceptual y, al mismo tiempo, una falta de familiaridad de los términos con la cultura de los pueblos que regían. Estos documentos hablaban de un camino a seguir en el futuro no de un mapa específico para transitar en el presente.

Era como si los pensadores que hicieron estas constituciones hubieran legislado para sociedades venideras, pero inexistentes en el momento de su aplicación. Eran conjuntos de principios y leyes para pueblos de un futuro quimérico. Muchas de estas constituciones eran copias de otras promulgadas para regir sociedades de una etnia, lengua y cultura ajenas al pensar e historia nacional. Eran leyes para vivir políticamente en el extranjero.

Cuando llegué a residir en los Estados Unidos varias cosas me llamaron la atención. La preocupación de los ciudadanos por los cambios atmosféricos. La despreocupación de la policía por los precintos electorales en días de comicios. Y que se dejaran los periódicos en una esquina para que las personas los compraran y pagaran el dinero sin que nadie las vigilaran. Con el tiempo aprendí el significado de cada una de estas costumbres. En esta nación todo se cree, todo se verifica. El mentir es peligroso porque te cancelan el crédito moral que te dieron.

Este país no era mejor que el mío sino totalmente diferente. Vivía en los Estados Unidos, pero mentalmente residía en Cuba. De España aprendí también una gran lección cuando escuché lo siguiente: La ley se acata, pero no se cumple. Simplemente las leyes pasaban a ser letra muerta en los códigos y eran ignoradas por las autoridades competentes. Con el tiempo la legislación pasaba a ser un ejercicio literario y semántico. ¿Para qué estaba en los libros si no se cumplían? La ley ignorada es la más frustrante experiencia corruptora de un pueblo. Esto en sí me lleva a pensar que en muchos países una revolución equivale a implementar lo que inicialmente se acordó hacer. Los latinos somos relativistas legales. Y la relatividad en el cumplimiento de la ley es un vicio cultural que no se remedia con una revolución.

Las culturas políticas evolucionan lentamente en un proceso ambiental de varias generaciones practicando el cumplimiento de las leyes. Las revoluciones generalmente generan nuevas constituciones y leyes que son incumplidas cuando el fervor revolucionario amaina. Los países para avanzar necesitan tener voluntad de implementar lo establecido en forma honesta y equitativa. Si no existe un cumplimiento total de las leyes, una revolución no es más que un cambio violento de gobierno para establecer leyes de letra muerta. Los revoltosos no pueden cumplir las leyes porque carecen de nalgas conducentes al asiento, estudio y la meditación de lo bueno y malo. Los agitadores profesionales, en realidad agitados perennes, que claman por una revolución, carecen de tiempo y voluntad para cumplir las leyes y terminan luchando en contra de lo que predicaron y establecieron. Sólo los que creen en una imaginativa evolución llegan a cumplir o modificar un poco los preceptos constitucionales que heredaron. Habrá una revolución mayúscula en Latinoamérica el día que se cumplan las leyes existentes.


FIN


Marcelo Fernandez-Zayas
8 de agosto de 2000

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