EL ASCENSO AL PODER DE RAUL CASTRO PUEDE QUE BENEFICIE A LOS REPUBLICANOS

Por Mario J. Byrne

Hasta ahora todo lo que se sabe del cambio de poderes en Cuba es lo que el régimen castrista ha permitido que se sepa, sea o no cierto. De un modo u otro, no cabe duda de que el dictador Castro está llegando al final de sus días, puesto que de otro modo no podría explicarse la súbita promoción de sus adláteres en la prensa oficialista. Personajes a quienes nadie, o casi nadie conocía en Cuba, de pronto son objeto de publicidad intensa y ésto, en un régimen tan unipersonal como el castrato, indica algo. El heredero y ya supuesto ocupante del trono, el equívoco hermanísimo, es el principal recipiente de la luz de los reflectores. Pero su ascenso puede que tenga consecuencias en los Estados Unidos, sobre todo en lo que se refiere al proceso electoral en este país.

Como sabemos, hay abundancia de “cubanólogos” que no se cansan de afirmar que el exilio ha cambiado y que “las nuevas generaciones de cubanos nacidos en los Estados Unidos” son menos intransigentes que sus mayores en cuanto a la problemática cubana se refiere. Lo anterior, por supuesto, queda desmentido cada vez que hay elecciones. El hecho de que los votantes cubanos prefieran en general a los candidatos republicanos tiene raíces históricas. Por mucho que traten de cambiar el pasado, el hecho queda que fue una administración demócrata la que nos traicionó en Bahía de Cochinos, la misma que poco más de un año después nos traicionara, de manera definitiva, en la “crisis de octubre”.

Sin embargo, han pasado muchos años y nuestra fidelidad al partido republicano puede que tenga sus límites, ya que aparte de gritos de “Viva Cuba Libre” y de los nombramientos de cubanos altas posiciones oficiales, hemos recibido poquísimo por nuestra lealtad republicana. En lo que de veras interesa, tanto para la redención de Cuba como para la seguridad de los Estados Unidos, que no es otra cosa que la destrucción del régimen creado por Castro y sus secuaces, muy poco hemos logrado. Un número creciente de cubanos con capacidad para influir en los votantes pone hoy en duda el “compromiso” republicano con una Cuba libre y democrática. Si este grupo simplemente se abstiene de ejercer el voto en las próximas elecciones, la pérdida neta sera para el partido del elefante. No hay que ser experto en estadística, ni cubanólogo graduado para constatar lo anterior.

Pero el ascenso de Raúl Castro al poder central en Cuba, si se consolida, y si son ciertas las afirmaciones (que yo tomo con un grano de sal) de que es menos dogmático y más dado a las componendas que su hermano mayor, pueden cambiar algo este panorama adverso para el “Grand Old Party”. La razón es muy sencilla y se trata de un problema de percepción. Para la mayoría del exilio cubano, asistida de nuevo por la historia, los demócratas son mucho más dados a hacer tratos con nuestros enemigos que los republicanos. Esta es la razón por la que nuestro exilio ha rechazado a tantos y tantos candidatos demócratas a través de los años. Al decir de este votante ( que influye decisivamente, espero yo, en los votos de por lo menos cuatro personas más) los republicanos nos compran, mientras que los demócratas nos venden. Esto puede ser una simplificación exagerada, pero no está muy lejos de la verdad histórica.

Si el nuevo “máximo líder” ( por selección hereditaria ) empieza a hacer carantoñas a Washington, es muy posible que, por muy escépticos que seamos de la “amistad” que la “cumbre” republicana sienta por nosotros, volvamos de nuevo, como niños buenos, a votar por los mismos por los que hemos venido votando por tantos años. Al fin y al cabo, tenemos buenas razones para desconfiar de los demócratas, tal vez más de las que tenemos para estar desencantados con los republicanos.


Fort Lauderdale, 2 de agosto del 2006

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