FAROS EN LA LARGA NOCHE

Por Néstor Carbonell Cortina


(Fragmentos del discurso pronunciado en la Cena Martiana Conjunta celebrada en New Jersey el 27 de enero del 2002.


Alentar, sin espejismos, fue la palabra de orden. Cuba irredenta no se levanta con flagelaciones, sino con tónicos de fe)

Este acto tiene una honda significación porque en él se enlazan aniversarios memorables: el 149 aniversario del natalicio de José Martí; el inicio del año del centenario de la fundación de la República de Cuba; y, en unas pocas semanas, el 62 aniversario de la apertura de la Convención Constituyente de 1940, que nos dió una de las Constituciones más avanzadas de su época. Permítanme referirme a estos aniversarios de cara al presente y al futuro de Cuba.

En este dilatado exilio, azotado a veces por ráfagas de desaliento y claudicación, debe guiarnos el ejemplo martiano de voluntad inquebrantable, principios inconmovibles, abnegación inagotable y fe inextinguible. Para llegar a ser lo que fue - Apóstol de la libertad sin ira - y para lograr lo que logró - la cohesión de los grupos dispersos dentro y fuera de Cuba en un haz invencible de fuerzas afines - tuvo Martí que sufrir afrentas, encarar rechazos y superar enconos.

Antes de constituir el Partido Revolucionario Cubano - columna vertebral de la gesta emancipadora - el prestigio de Martí había mermado tras su rechazo del plan Gómez-Maceo por sus matices autoritarios. "Un pueblo no se funda como se manda un campamento" - le había dicho con hondísimo dolor a Máximo Gómez. Debido a una serie de acusaciones injustas, Martí tuvo que renunciar posteriormente a la representación de varios consulados y a la presidencia de la Sociedad Literaria Hispanoamericana. Quiso entonces concentrarse de lleno en impulsar la guerra necesaria, pero todavía no había visitado los dos grandes centros de la emigración cubana en Tampa y Cayo Hueso. Y su corazón se hallaba abatido por el regreso subrepticio a Cuba de su mujer con el hijo idolatrado.

En medio de su inmensa pesadumbre, Martí recibió en noviembre de 1891 una invitación a hablar, por vez primera, en Tampa para conmemorar el fusilamiento de los estudiantes. La invitación se la extendió el patriarca de Ibor City y veterano de la Guerra Grande, Néstor Leonelo Carbonell, en su carácter de Presidente del Club Ignacio Agramonte. Martí aceptó jubiloso el convite y fue allí, en Tampa, que pronunció los dos discursos más elocuentes que galvanizaron a los emigrados. En uno de ellos, bosquejó la República cordialísima y abarcadora del amor triunfante, cuya ley primera debe ser "el culto a la dignidad plena del hombre". Y en el otro discurso abogó por la alianza entre los veteranos y los jóvenes reclutas, entre los viejos robles y los pinos nuevos.

Con el apoyo obtenido en Tampa y después en Cayo Hueso, Martí fundó el Partido Revolucionario Cubano y asumió la dirección de los preparativos para la guerra libertadora. Su entrega a la causa fue absoluta, y su pasión fue volcánica. El ínclito poeta y tribuno devino entonces incansable conspirador y formidable organizador. Movilizó todos los recursos disponibles, y tocó a todas las puertas. Nada ni nadie lo detuvo ni lo amilanó: ni la carta hiriente del coronel Collazo, ni la catástrofe del decomiso de las tres embarcaciones clave en Fernandina, ni el encuentro borrascoso con Maceo en La Mejorana. Martí, en su homérica hazaña y sacrificio, trascendió su humanidad y entró simbólicamente en la órbita de los astros. La luz de su alma excelsa no se apagó en Dos Ríos. Brilla hoy, en la larga noche de la tiranía, entre crespones de luto, como un faro de esperanza.

A falta de una dirección unificada del exilio militante, el faro martiano despide suficiente luz para señalar nuestros deberes en las actuales circunstancias. En primer lugar, es menester alentar y apoyar a todos los que dentro de Cuba se oponga, de alguna forma, al régimen de Castro. La inconformidad es bienvenida, aunque sea tardía. El arrepentimiento es apreciado, siempre que sea sincero. Hay que sumar, sin odios ni rencores, como nos enseñó Martí. Pero esto no implica transigir con la tiranía ni aceptar el continuismo con nuevas caras. Esta lucha, consagrada con la sangre de tantos mártires y con las lágrimas de tantas madres, sólo cesará extirpando el comunismo de raíz para germine soberana la libertad.

En lo que respecta a este noble país que nos cobija, el momento exige cerrar filas junto al Presidente Bush y su gobierno, que con tanta valentía y acierto han enfrentado el reto maléfico del terrorismo internacional. Pero al extenderles nuestro parabién y respaldo, debemos recordarles que mucho antes de que los Talibanes y los Bin Ladens cometieran su vil agresión, el régimen de Castro y la Unión Soviética, desde Cuba, habían subvertido a tres continentes y amenazado con armas nucleares a esta nación. Y hoy, lejos de tonarse pacífico, ese régimen, en conspiración con el Foro de Sao Paulo, Chávez en Venezuela y las guerrillas comunistas en Colombia, y con el potencial para desatar la guerra asimétrica con armas biológicas, sigue siendo el enemigo número uno de la democracia en este hemisferio.

Independientemente de las medidas que Washington adopte para salvaguardar la seguridad interna, nosotros, representados por el insigne triunvirato cubanoamericano en el Congreso Federal, pedimos que se le otorgue a la oposición en Cuba la misma ayuda que recibió el Movimiento de Solidaridad de Lech Walesa para agrietar y liquidar la dominación comunista en Polonia.

Con miras al futuro de Cuba sin amos, hay que prepararse para rescatar nuestras tradiciones y limpiar las ofensas inferidas a nuestros valores, comenzando con Martí, cuya memoria ha sido profanada por un régimen que es la antítesis de todo lo que el Apóstol predicó. En este año del centenario de la fundación de la República, precisa reexaminar nuestro pasado, malévolamente deformado por Castro para tratar de justificar su traición y su crimen. Eso es lo que suelen hacer los sátrapas totalitarios: reescribir la historia con tintes sombríos para repudiar todo vínculo con el pasado, y poder así, sin frenos ni ataduras, erigir el aparato triturador de su horrenda tiranía.

Nuestra joven República, en su accidentada evolución, cometió errores innegables, pero más fueron sus logros y aciertos, que colocaron a Cuba entre los tres países con el más alto estandard de vida en América Latina. Hubo baches en el camino, pero no el abismo de barbarie en que ha caído nuestra patria. Hubo eclipses parciales de libertad, pero no el eclipse total que durante 43 años mantiene sumida en la oscuridad a la isla aprisionada. Serpenteó la corrupción en los gobiernos, pero hubo y habrá suficiente vocación de servicio público y decencia en la palestra para vindicar la alta política y clavar en la ignominia a los sepultureros de la República, que secuestraron a Cuba con la mentira y el terror.

Aun con sus lacras y defectos, la República produjo cubanos excepcionales que sobresalieron, dentro y fuera de Cuba, en todos los campos: científicos y literarios, políticos y empresariales, académicos y profesionales, artísticos y deportivos. Y en el ámbito jurídico e institucional, la República alcanzó numerosos éxitos, incluyendo su obra cumbre: la Constitución de 1940. A pesar de sus excesos casuísticos, esta Ley Fundamental fue celebrada por la Comisión de Juristas de las Naciones Unidas por haber logrado en sus preceptos un singular equilibrio entre los derechos individuales y los derechos sociales.

¿Por qué es tan importante tocar el tema constitucional en estos momentos? Pues porque pronto habrá de cesar la ya carcomida tiranía de Castro. Y cuando llegue ese día tan ansiado, ¿qué Constitución debe regir durante la transición a la democracia representativa? Hay quienes piensan, dentro y fuera de Cuba, que la Constitución de Castro, con algunos cambios o enmiendas, sería aceptable durante la provisionalidad. Nosotros decimos que no, porque esa Constitución es un engendro totalitario que supedita todos los derechos a la voluntad omnímoda de los que detentan el poder, y lleva en su articulado, como estigma infamante, la hoz y el martillo del comunismo esclavizador.

Como he dicho en distintas ocasiones, si queremos después de Castro ponerle fin a la usurpación y no caer en un nuevo despotismo, habría que restablecer las partes aplicables de la Constitución del 40, que no ha sido abrogada democráticamente, sino suspendida por la fuerza. Esa Carta Fundamental fue el leitmotiv de la lucha contra Batista y fue la bandera unificadora que enarbolaron el Frente Revolucionario Democrático, el Consejo Revolucionario y la Brigada 2506 para emprender la cruzada contra el régimen comunista. Y hoy organizaciones y figuras prestigiosas del exilio y de la oposición en Cuba abogan por su restablecimiento.

La Constitución del 40, que nos dió el Banco Nacional, el Banco de Refacción Agrícola e Industrial, el Tribunal de Garantías Constitucionales y Sociales, el Tribunal de Cuentas y el Tribunal Superior Electoral, entre otras instituciones, es la única Carta con visos de legitimidad que haría posible, después de Castro, pacificar y levantar el país con las garantías necesarias. Claro que no todos sus preceptos serían aplicables durante la provisionalidad, pero habría los suficientes para encauzar a Cuba hacia un Estado de Derecho, que les permita a los representantes o convencionales electos actualizar o reformar nuestra gran Constitución.

Lo importante es grabar en la conciencia ciudadana este principio cardinal: que ni los tanques golpistas, ni las turbas enajenadas, ni los paredones sangrientos confieren autoridad suficiente para derribar o mutilar la Constitución legítima de la nación.

Para concluir estas palabras, permítanme leerles lo que el ilustre repúblico Carlos Márquez Sterling escribiera sobre la significación simbólica que para nosotros tienen la figura señera de Martí y la Carta Magna de 1940.

"En varias oportunidades de mi vida pública he aludido a estas tristes realidades que se juntan al unísono para hacernos comprender lo que hemos perdido y necesitamos recobrar…"

"Fue necesario que José Martí se inmolara gloriosamente en Dos Ríos para que a partir de aquel instante tremendo se comprendiera a plenitud su vida, su obra y sus grandes sacrificios."

"Con la Constitución de 1940 ha sucedido algo parecido. Se precisó el desconocimiento de sus mandatos, la traición y el ultraje de todo su contenido para que los cubanos, una vez que ha dejado de regir en nuestra patria, tuvieran conciencia de que eran poseedores de unas de las leyes más fundamentales de estos tiempos."

"Tal vez sea por eso que nuestro Apóstol y la Ley Fundamental de 1940 se mencionen tanto y resulten en nuestro triste y amargo destierro dos puntos luminosos hacia los cuales vuelven los cubanos sus ojos cargados de esperanzas en esta lucha por la nueva independencia de la patria..."

Hermosa y acertada fue esta evocación de Márquez Sterling. El despotismo entronizado en Cuba mantiene cerrado el horizonte con obcecada maldad. Pero en nuestro firmamento refulgen, como puntos luminosos, Martí y la Constitución de 1940, y ellos habrán de guiarnos para que pronto alboree la libertad y el derecho en nuestra patria, y podamos los de acá y los de allá juntar corazones, sin odios ni venganzas, a fin de que nunca más se tiña de sangre el verdor esplendoroso de nuestros valles y la blancura apacible de nuestras playas.


FIN


Néstor Carbonell Cortina

Este y otros excelentes artículos del mismo AUTOR aparecen en la REVISTA GUARACABUYA con dirección electrónica de:

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