HORACIO AGUIRRE: EL AMIGO SINCERO QUE NOS DIÓ SU MANO FRANCA

Por Néstor Carbonell Cortina


(Tomado de la grabación del discurso pronunciado en el homenaje del exilio cubano al Dr. Horacio Aguirre, Director del Diario Las Américas, ofrecido en Miami por el Colegio de Abogados de la Habana, 8/6/02.)

Muchas gracias a Pepe Miró por su presentación tan enaltecedora, en la que prima, con abundosa generosidad, el afecto entrañable que nos une.

Y gracias al Colegio de Abogados de La Habana en el exilio por el honor de invitarme a hablar en este acto, prestigiado con la presencia de figuras destacadas de la comunidad y del exilio, y engalanado con interpretaciones poéticas y musicales, que le han dado vibración y elegancia a este almuerzo de confraternidad cívica y patriótica.

Antes de trazar los perfiles egregios de nuestro homenajeado, permítanme una brevísima alusión al centenario de la fundación de la República de Cuba que conmemoramos este año. Los que usurpan el poder en nuestra isla infortunada cercenaron de un tajo el hilo histórico para poder así descubanizar a la nación y obliterar sus tradiciones. Nos corresponde a nosotros en el exilio, cada vez que podamos, fortalecer nuestras raíces y evocar, entre los errores cometidos, las grandezas estimulantes del pasado. \

Cúmpleme hacerlo en el día de hoy mencionando a tres generaciones de una familia insigne, enraizada en la historia de la independencia, de la República y del destierro: la familia que nos dió a José Miró Argenter, General de Brigada, Jefe del Estado Mayor del Ejército de Maceo en la Invasión de Occidente, y autor de la obra monumental "Crónicas de la Guerra."

La familia que nos dió a José Miró Cardona, ínclito profesor universitario, criminalista, Decano del Colegio de Abogados de La Habana en la República, quien presidió con acendrado patriotismo el Consejo Revolucionario de Cuba y murió en el exilio sin plegar sus ideales de libertad y decoro.

En fin, la familia que nos dió a José Miró Torra, quien hizo honor a su apellido en las arenas de Girón y hoy dirige con dignidad el Colegio de Abogados de La Habana en el exilio.

¡Tres generaciones de Miró al servicio de Cuba!

No hay nada más edificante y hermoso que homenajear a un hombre superior a quien se tiene mucho que agradecer. Por eso he venido aquí hoy, en este Día del Abogado: para rendirle tributo a un ciudadano eminente y amigo muy querido, quien tiene la alta distinción de ser abogado por partida doble: abogado por su sólida formación jurídica, y abogado por ser el defensor latinoamericano más constante, generoso, valiente y tenaz que ha tenido la causa de la libertad de Cuba en el exilio -- Horacio Aguirre.

Le rendimos este homenaje al Dr. Aguirre no sólo para exaltar sus méritos personales, sino también para expresarle nuestra profunda gratitud. ¿Qué es la gratitud? La gratitud es la medalla de honor que imparte el corazón. Es una flor inmarchitable de reconocimiento y aprecio por un bien recibido. Es, respecto a Horacio Aguirre, el abrazo efusivo del sentimiento con que correspondemos a la generosidad de un hombre que le ofrendó la tribuna de su periódico y la devoción de su alma a la Cuba militante del destierro.

Suerte ha tenido el exilio cubano de poder contar con el apoyo de este ciudadano ejemplar, de arraigados principios y vasta cultura humanista, cuya trayectoria y prestigio traspasan los linderos nacionales.

Nació en New Orleans, de padres nicaragüenses. Criado en Nicaragua. Graduado de Derecho en Panamá. Fundador con su hermano del Diario las Américas en esta ciudad, y director de la empresa pionera, que en el 2003 cumplirá 50 años de ejemplo dignificante y plena lozanía. Ex-Presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa y adalid incansable de la libertad de expresión y de los derechos humanos. Laureado por el Vaticano y condecorado por un sinnúmero de países. Patriarca de Miami. Ciudadano de Honor de las Américas. Y lo que tiene más significación para nosotros: ¡Hijo Adoptivo de la Cuba Eterna de Martí, Maceo y Máximo Gómez!

Plena conciencia tiene Horacio Aguirre de la alta responsabilidad del periodismo en todas sus manifestaciones, que, en alas de la tecnología moderna, ha multiplicado su enorme poder de sugestión e influencia sobre la mente humana. Influencia para el bien, si se ejerce con rectitud moral; pero también para el mal, si se utiliza para encubrir o deformar la verdad, atizar las pasiones, mancillar el honor, o resquebrajar los valores en que descansa nuestra civilización.

El periodismo esclarecido y noble que practica Horacio Aguirre no está supeditado a intereses angostamente materiales. Su periódico no es una veleta mercantilista que se inclina a un lado o a otro según sople el viento de la conveniencia. La dirección de su periódico tiene una brújula moral, tiene una aguja imanada que se dirige siempre hacia el norte de sus principios democráticos y cristianos.

Para cumplir su función social, el periodismo requiere de objetividad en la difusión de las noticias y de pluralidad en la manifestación de las ideas. Pero el director, en sus editoriales, debe dar la tónica del periódico, sin equívocos ni ambages. Y eso es lo que hace a diario Horacio Aguirre con valentía, elegancia y lucidez.

Sus editoriales no son exposiciones acomodaticias, amelcochadas o blandengues. Son saetas luminosas que van al fondo de las cuestiones planteadas. Para Horacio Aguirre no puede haber neutralidad, ni relativismo, ni mucho menos equivalencia entre el bien y el mal, entre la moralidad y la depravación, entre la libertad y el despotismo, entre la legítima defensa y la agresión, entre el amor y el odio.

En el choque inevitable de estas tendencias, Aguirre no se margina ni se cohibe. Sale a la palestra a luchar, sin ataques personales, sin ira, pero con firmeza y convicción, a visera descubierta.

Lucha contra la ceguera de los que no ven la secuela funesta del comunismo en las corrientes antiliberales, antinorteamericanas y antiglobalistas que convergen en el Foro subversivo de Sao Paulo.

Lucha contra la incongruencia de los que apoyaron el embargo contra el régimen de apartheid en Sudáfrica, y hoy se oponen al embargo contra el régimen que subyuga a Cuba.

Lucha contra el doble estandard de los que condenaron la rebelión contra Chavez por ser inconstitucional, y en cambio toleran y aceptan la tiranía vitalicia de quien arrasó en Cuba todo vestigio de justicia y legalidad.

Lucha, en fin, contra la bizquera moral de los que se preocupan por el trato a los Talibanes en Guátanamo y no les importa un bledo el calvario que sufren sus vecinos bajo el sistema más inhumano que ha azotado a las Américas.

No debe extrañarnos esta diáfana y valerosa actuación de Horacio Aguirre desde su trinchera de ideas, porque él es, más que un gran periodista, un misionero del civismo y un cruzado de la libertad, que Dios puso en nuestro camino para que nos ayudara en nuestra lucha por el rescate de la patria esclavizada.

No es ésta la primera vez que un Horacio cobra prominencia en la historia de nuestras luchas por la libertad. En 1892, un joven abogado norteamericano, Horacio Rubens, condiscípulo de Gonzalo de Quesada y devoto de José Martí, puso al servicio de la gesta libertadora todo su conocimiento del Derecho, sus contactos, su altruismo y su gran poder de persuasión. Gracias a los servicios de letrado, sin remuneración, de Horacio Rubens, se salvaron muchas de las 36 expediciones militares a Cuba, incluyendo los pertrechos de guerra decomisados en la hora crítica en Fernandina. Gracias, en gran parte, a la gestión de Horacio Rubens cerca del Presidente MacKinley, se evitó que avanzara la idea del armisticio, que hubiera paralizado o herido de muerte el ímpetu redentor. Y gracias, en gran parte, al cabildeo de Horacio Rubens en el Congreso de los Estados Unidos, se logró, por la vía de la enmienda del senador Teller a la Resolución Conjunta, que la intervención norteamericana fuese temporal y conllevase el compromiso de respetar el derecho del pueblo de Cuba a ser libre e independiente.

De cara a estos servicios extraordinarios prestados por Horacio Rubens, Gonzalo de Quesada exclamó que Cuba no tenía con qué pagarle todo lo que hizo por su emancipación. Pues bien, unos 60 y tantos años después, otro Horacio apareció como estrella bienhechora en nuestro firmamento. Secuestrada Cuba por una recua de traidores apoyados por Moscú, cientos de miles de cubanos fueron condenados al ostracismo, a vivir como lo describió Martí: "a látigo y destierro, oteados como las fieras, echados de un país a otro, encubriendo con la sonrisa limosnera, ante el desdén de los hombres libres, la muerte del alma."

En estas circunstancias desoladoras - triste sino del proscrito - el puntal más sólido que hemos tenido los exiliados cubanos para avivar y sostener la lucha durante 43 años ha sido Horacio Aguirre con su Diario, su distinguida familia y su equipo formidable de colaboradores. Cuando otros nos niegan el apoyo, Horacio nos ratifica su concurso. Cuando otros vilipendian al exilio, Horacio exalta sus virtudes. Cuando otros celebran los supuestos logros del régimen de Castro, Horacio denuncia sus crímenes. Cuando otros abogan por un entendimiento con la tiranía, Horacio respalda la resistencia para erradicar el comunismo y cimentar la democracia, sin componendas, rejuegos, ni lastres continuistas.

Puede decirse, sin caer en hipérbole, que poco quedaría de la militancia de este exilio, si no hubiéramos contado, en todo momento, con el clarín de nuestra rebeldía, que es el Diario Las Américas, y con el espaldarazo vital de su Director, Horacio Aguirre. Él representa la orden más alta de la caballerosidad y la nobleza, que es la amistad. No la amistad oportunista que se exhibe en el desfile multitudinario del triunfo, sino la amistad verdadera que se sella en la hora solitaria de la desgracia.

Como en el caso de Horacio Rubens, Cuba no tiene con qué pagarle a Horacio Aguirre todo lo que ha hecho en pro de su libertad, como no sea con nuestra eterna gratitud. Por eso, interpretando el sentir del exilio cubano, le digo a Horacio que el modesto tributo que hoy le ofrecemos no es más que un anticipo del magno homenaje que se le rendirá en nuestra patria liberada. Cuando llegue el día tan ansiado de la redención, que ya se vislumbra en el horizonte, Horacio será escoltado por una ancha avenida de corazones abiertos, entre palmeras enhiestas coronadas de esperanza. Y en la tribuna levantada bajo un cielo azulísimo y cordial, alguien tendrá el honor de decirle al pueblo cubano: ¡Aquí tenéis al más gallardo de nuestros defensores a lo largo de la lucha; aquí tenéis al "amigo sincero que nos dió su mano franca!"


FIN


Nestor Carbonell

FIN


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