Y sin embargo, con raras excepciones como las de Lewis y Bonsal, la rápida, generosa y decisiva contribución habanera es ignorada en la historiografía de los Estados Unidos.
Otto Olivera
Junio 1998

España y Cuba en la independencia de los Estados Unidos


La ayuda del mundo español fue considerable --y en varios casos decisiva-- en la guerra de independencia de los Estados Unidos. No obstante, los historiadores norteamericanos que han escrito sobre ese período, con algunas notables excepciones han omitido --o desconocido -- hechos capitales que prueban ese aserto, acentuando, por el contrario, la contribución francesa. De modo que siempre queda la duda si eso se ha debido a sus escasos conocimientos de lenguas extranjeras o a la tradicional hostilidad del mundo anglosajón contra España. Por una causa u otra lo cierto es que el ciudadano americano medio en su gran mayoría desconoce también esa parte fundamental de su historia. Pero al mismo tiempo es justo decir que, a pesar de una creciente bibliografía en español sobre el tema, es evidente un desconocimiento semejante en Hispanoamérica y entre los hispanoparlantes de los Estados Unidos.

Los antecedentes históricos y políticos de la ayuda franco-española se hallan en la Guerra de los Siete Años (1756-1763). En ella, derrotadas por Inglaterra, Francia y España habían perdido principalmente el Canadá y la Florida respectivamente, aunque Francia en compensación cedió a España su colonia de Luisiana. Al sublevarse las colonias inglesas Francia y España vieron la triple oportunidad de vengar su derrota, recuperar sus posesiones perdidas y destruir el poderío inglés. Ambos países estaban gobernados por los Borbones y los unía un pacto de familia, que era en efecto una alianza ofensiva y defensiva, de modo que la insurrección de los colonos norteamericanos resultó ser la oportunidad esperada. Si bien tanto Francia como España comienzan su ayuda económica el mismo año de la declaración de independencia hay cierta diferencia en la política exterior de las dos ramas borbónicas en esa ocasión. En Francia la influencia ideológica del enciclopedismo y la atractiva personalidad de Benjamín Franklin -- representante del Congreso Continental de Filadelfia -- harán muy popular la causa americana. En España, por el contrario, predominaba un ambiente más conservador y una mayor cautela política debido a los daños que el poder naval inglés podía causar en sus colonias de América y en el comercio marítimo.

Tales fueron las razones principales que explican esas diferencias en la política seguida por los dos aliados: por parte de Francia, el reconocimiento de la independencia en diciembre de 1777 y, poco más de dos años y medio después, el envío del primer ejército expedicionario al mando del Conde de Rochambeau; en cuanto a España, una constante ayuda económica y de pertrechos militares, oculta por mucho tiempo, o a través de Francia, al igual que su resistencia a reconocer la independencia de las trece colonias. Y aquí conviene añadir que se prestaba toda esa ayuda a pesar de que no escapaba a los gobernantes españoles la influencia liberal que podía ejercer en sus colonias americanas la cercanía de un estado independiente y republicano.

La contribución de España a la independencia de los Estados Unidos presenta tres aspectos principales: el asilo que se da en puertos peninsulares y coloniales a los corsarios y barcos mercantes norteamericanos perseguidos por la flota inglesa y, relacionado con esto, el pago frecuente por reparaciones a esas embarcaciones; el empleo de fuerzas armadas en ataques a las posesiones inglesas en el Golfo de México; y, por último, durante los años de la insurrección, las numerosas donaciones de dinero bien para los pagos del ejército rebelde o para la obtención de ropa y toda clase de pertrechos de guerra.

Bien pronto, desde el comienzo de la insurgencia de los colonos norteamericanos, los puertos peninsulares de Bilbao,el Ferrol y Cádiz, entre otros, serán lugares de refugio para sus embarcaciones, mientras en América La Habana --que posee un magnífico arsenal-- se convierte en el refugio principal de Cuba, como lo será Nueva Orleáns en Luisiana.

Es necesario acentuar que la participación de Cuba es significativa en todos los aspectos mencionados. Si por su situación geográfica y por sus protegidos puertos la isla va a tener, ya antes de 1776, relaciones con las Trece Colonias, en actividades comerciales legales o de contrabando, a partir de esa fecha se convierte en el centro de operaciones de la monarquía española contra los ingleses. Por tal motivo de 1778 a 1780 el comerciante habanero Juan de Miralles va a ser el primer representante español ante el Congreso de Filadelfia. Nombrado por el Capitán General de Cuba, don Diego José Navarro, Miralles pronto establece estrechas relaciones con varios de los miembros del Congreso y con Jorge Washington. Como indica Herminio Portell Vilá el enviado cubano llegó a entusiasmarse por la causa de los colonos y por las posibilidades de una república libre, sin trabas comerciales, declarándose partidario de la guerra con Inglaterra. A su muerte en el campamento de Washington, a pesar de haber sido atendido por el médico del general, se le rindieron honores militares y Washington escribió sentidas cartas de pésame al Capitán General de Cuba y a los familiares de Miralles.

Miralles había sido partidario de la inmediata declaración de guerra a Inglaterra, lo que ocurrió finalmente en junio de 1779. Para entonces Luisiana dependía de la administración de la Capitanía General de Cuba. Y esa circunstancia histórica será otro de los factores que han de relacionar a la isla con la independencia de los Estados Unidos.

Tras el rompimiento con Inglaterra, Bernardo de Gálvez, el gobernador de Luisiana, organizó un pequeño ejército compuesto de canarios, tropas venidas de México y milicianos locales, blancos y negros. Con esta pequeña fuerza capturó en menos de un mes -- del 7 de septiembre al 5 de octubre de 1779-- el fuerte Manchac, al oeste del Lago Pontchartrain, y la plaza de Baton Rouge, forzando al mismo tiempo la rendición del fuerte Panmure, en Natchez. Estas victorias no sólo arrojaban a los ingleses del bajo Misisipí sino que les impedía las comunicaciones con sus ejércitos del norte y con las tribus indias aliadas de las márgenes del río. Pero como el objetivo principal de Gálvez eran las plazas fuertes de Mobile y Pensacola, sin dilación comenzó a preparse para conquistarlas, Con su pequeño contingente que apenas excedía de 700 hombres, e incluía tropas de La Habana y algunos voluntarios norteamericanos, Gálvez había de tomar la ciudad de Mobile el 14 de marzo de 1780, cuando se acercaba un ejército de Pensacola en auxilio de la ciudad. En esta ocasión Gálvez se quejaría de que las vacilaciones del Capitán General de Cuba en enviar suficientes refuerzos a tiempo le habían impedido destruir ese ejército y facilitar la conquista de Pensacola.

Durante los años de estas campañas, que habían de culminar con la captura de Pensacola, la tenacidad de Gálvez superó también otros muchos obstáculos, incluso los daños infligidos a sus efectivos militares de mar y tierra por varias tormentas.
Sin embargo para el 24 de febrero de 1781 se hallaban ya acampadas en las cercanías de Pensacola las tropas españolas venidas de Mobile, Nueva Orleáns y La Habana. Y al día siguiente comenzaron las operaciones necesarias.para el sitio de la ciudad.
La flota de La Habana, a la que acompañaba una pequeña escuadra francesa, había traído algo más de 1600 hombres al mando del Mariscal de Campo Manuel de Cagigal, uno de cuyos ayudantes era Francisco de Miranda, quien sería años después el famoso "precursor" de la independencia de las colonias españolas. Cagigal había nacido en Santiago de Cuba y llegaría a ser Capitan General de la Isla de 1781 a 1783. Según dice Francisco Calcagno en su Diccionario biográfico cubano fue "el primero que penetró en la brecha de aquella plaza [Pensacola]"; pero no hemos encontrado referencia alguna que lo confirme. En la fuerza expedicionaria que Cagigal había traído de Cuba se incluían, entre otros, los siguientes cuerpos de ejército: Compañías de Infantería Ligera Fijas de La Habana, Dragones de La Habana, Fusileros de La Habana, Gastadores (para trabajos de trincheras y preparación de vías) y Milicias, entre las que se contaba el Batallón de Voluntarios pardos y morenos libres. La oportuna llegada de la flota y las tropas de Cuba fue un factor importante en la captura de Pensacola, el 9 de mayo de 1781, como el mismo Gálvez reconoció por lo menos en dos oportunidades (Reparaz, 220 y 222). Un aspecto sumamente interesante --y generalmente desconocido-- relacionado con las tropas de Gálvez, es que sus descendientes tienen el derecho de ser miembros de las organizaciones patrióticas estadounidenses Hijos de la Revolución Americana e Hijas de la Revolución Americana,"aunque ni Gálvez ni ninguno de sus hombres vistió un uniforme americano".

Con esa última victoria, y la anterior de Mobile, se completaba la expulsión de los ingleses de sus bases del Golfo de México y quedaba en poder de los españoles la Florida occidental entre los ríos Apalachicola y el Misisipí. Si las campañas de Gálvez incrementaron el prestigio y las posesiones de la monarquía española, grandes habían de ser sus beneficios para los colonos norteamericanos. Según observa el historiador Caughey las "victorias [de Gálvez] inclinaron a Inglaterra a una mayor generosidad, con respecto a los territorios al oeste de las montañas Alleghany". Pero por otra parte, analizando la captura de Pensacola desde una perspectiva más amplia, dirá el historiador N. Orwin Rush:

Como nuestros libros de historia escasamente la mencionan, cuando lo hacen, la mayoría de los norteamericanos saben muy poco sobre la batalla que puede haber sido la más importante de la Revolución Americana.

Según contemplamos hoy un cuadro más amplio y completo, comenzamos a ver con mayor claridad la significación de la Batalla de Pensacola como un factor decisivo en el resultado de la Revolución, aunque ninguna de las trece colonias participó en ella. . . .

A pesar de la derrota militar de Gran Bretaña por las colonias americanas, requiere muy escasa imaginación el ver la posibilidad de una decisiva maniobra militar de la madre patria contra las colonias rebeldes, comprimiéndolas por medio de un ataque simultáneo del Canadá y la Florida, con tropas nuevas y reforzadas. Se podría ir más adelante y especular sobre lo diferente que podría haber sido la Guerra de 1812 si Pensacola hubiera permanecido en poder de los ingleses.

Rush destaca al poeta William Cullen Bryant y al editor Sidney Howard Gay como a dos escritores estadounidenses que fueron la excepción en comprender la importancia de la batalla en su libro A Popular History of the United States (1881). Las palabras de los dos autores, reducidas a su idea principal dicen: "Si Inglaterra hubiera estado en posesión del Misisipí y el San Lorenzo, durante las negociaciones de paz . ... no es difícil ver que los Estados Unidos hubieran tenido, con toda probabilidad, enteramente otro destino"

En 1946 la Sociedad Colombista Panamericana colocó una placa en la muralla del viejo arsenal de La Habana que menciona dos de los hasta aquí citados medios de ayuda a los colonos ingleses sublevados: el asilo ofrecido a sus buques, y las fuerzas expedicionarias en las campañas de Gálvez. Como síntesis de un momento histórico lo inscrito bien merece recordarse. Dice así:

Aquí estuvo el arsenal de la democracia durante la Guerra de Independencia de los Estados Unidos--1778-1781--. La "Medley", la "Carolina" y otros buques de la escuadra del Comodoro Alexander Gillon fueron reparados, armados y abastecidos en este arsenal, y de aquí salieron las expediciones mandadas por Juan Manuel de Cagigal, de las que formaron parte los milicianos cubanos que combatieron por la independencia de los Estados Unidos en la Luisiana y las Floridas.

Un tercer método de ayuda, no tan obvio como los anteriores, en no pocas ocasiones resultó ser para los colonos la diferencia entre la imposibilidad, de continuar operaciones militares, por escasez de recursos, y la victoria final al recibirlos. Donaciones y préstamos del erario español provenientes de la península, La Habana, Nueva Orleáns y México, así como toda clase de pertrechos de guerra, comenzaron a sostener la causa de los colonos aun antes del rompimiento de hostilidades en las trece colonias, aunque es difícil estimar en su totalidad el valor monetario y en artículos de varias clases. Lo cierto es que hubo constantes envíos de dinero por intermedio de Francia o directamente a representantes de los colonos sublevados. Y ocurrió que en alguna que otra ocasión esos representantes incurrieron en deudas no aprobadas previamente por las autoridades españolas y que sin embargo se aceptaron.

Ya desde junio de 1776 Carlos III había aprobado un crédito de 1.000,000 de libras tornesas para comprar armamentos y ropas que se enviaron a los colonos desde puertos franceses. De acuerdo con la lista de contribuciones compilada por Juan F. Yela Utrilla de 1776 a 1779 las cantidades principales remitidas a los colonos desde la península, por lo general en letras de cambio, sumaban 203,000 pesos y 1.210,000 libras tornesas, que incluían el crédito aprobado por Carlos III, a lo que habría que añadir, en noviembre de 1778, un pedido de 30,000 mantas hechas por el general revolucionario Charles Lee (2:375-377, Además de estos auxilios Morales Padrón menciona otras sumas considerables en 1781 y posteriormente (38-39).

La ayuda a los colonos norteamericanos, que comienza en Luisiana a fines del gobierno de Luis de Unzaga (1770-1776), continúa, y aumenta, con su sucesor Bernardo de Gálvez (1776-1785). Aemás del asilo dado a buques rebeldes y de sus campañas militares, según Yela Utrillo su socorro a los colonos llega a 73,905 pesos entre 1778 y 1781 (1:376-378). Pero si sus victorias sobre los ingleses en el sur son de capital importancia en la independencia de los Estados Unidos, lo será también su ayuda directa en ciertos momentos difíciles de los ejércitos revolucionarios en el norte. En 1777, cuando el General Charles Lee sufre una gran escasez de material bélico en Fort Pitt (hoy Pittsburgh), le envía 10,000 libras de pólvora por el Misisipí en un buque que elude las fortificaciones inglesas y, navegando por el río Ohio, llega felizmente al fuerte. Esa "pólvora hará posible la derrota inglesa en las campañas de esta región" (Reparaz, 18). Al año siguiente, en Illinois, la situación del General George Roger Clark es igualmente muy difícil al no poder obtener los recursos necesarios pedidos al estado de Virginia. Y, una vez más, aunque España es todavía neutral, Gálvez envía dinero y suministros suficientes para que los ejércitos revolucionarios adquieran el dominio de la región al norte del río Ohio {Reparaz, 19-20). Debe aclararse que una gran parte de los auxilios de Gálvez llegan a los colonos por medio del comisionado del Congreso Oliver Pollock.

En la mayoría de las fuentes consultadas la contribución pecuniaria oficial de Cuba no parece significativa. Por lo general se menciona que una Real Orden del 27 de marzo de 1778 autorizaba al gobernador prestar al Congreso de las colonias hasta 50,000 pesos con la promesa de otras sumas posteriores. Pero sólo consta que en La Habana se le adelantaron algo más de 14,424 pesos al jefe de escuadra de Carolina del Sur, Alejandro Gillon, por gastos de dos arribadas forzosas Y esta cantidad se le devolvió más tarde a Juan de Miralles (Yela-Utrilla, 2:378). Lo que no se considera por lo general es la ayuda prestada por fondos privados. Si Portell Vilá menciona igualmente "cuantiosas sumas anticipadas por las cajas de Cuba", así como pertrechos de guerra enviados a Oliver Pollock y a Bernardo de Gálvez en Luisiana, también recuerda casos como el de Juan de Miralles quien dio su respaldo a documentos de crédito "de su propio peculio, o en sociedad con comerciantes o armadores habaneros, cuando más difícil le resultaba al Congreso Continental el lavantar fondos (Los cubanos,8). Privado será también en gran medida el socorro cubano que va a ser parte importante de la victoria final de las trece colonias.

La situación económica del Ejército Continental es por lo general sumamente precaria durante los años de lucha contra los ingleses, a pesar de los frecuentes auxilios pecuniarios y militares de Francia y España. Esa situación se agrava durante los años 1780 y 1781, hasta el punto de ser con frecuencia desesperada tanto para los ejércitos de Jorge Washington como para las fuerzas expedicionarias francesas al mando del mariscal Rochanbeau. Bien lo confirma la correspondencia dirigida a Washington por Jefferson, Lafayette y un gran número de generales, gobernadores y miembros del gobierno. Un buen ejemplo es la carta del General Nathanael Greene del 7 de diciembre de 1780:

Nada puede ser más miserable y penoso que las condiciones de los soldados, famélicos con frío y hambre, sin tiendas ni equipo de campamento. Los del contingente de Virginia están, literalmente, desnudos; y en gran parte completamente incapaces de cualquier clase de servicio (Sparks, 3: 166).

En agosto de 1781 el oficial del ejército francés Ludwig von Closen describirá en forma semejante las miserables condiciones del ejército de Washington cuando atravezaba el río Hudson en los comienzos de su marcha hacia lo que sería la victoria sobre Cornwallis. En lo que puede considerarse una síntesis de sus sentimientos dirá von Closen: "le duele a uno el corazón al ver a estos valientes".

En carta a Jorge Washington, fechada el 23 de octubre de 1780, en Trenton, el Gobernador William Livingston expresaba su temor de que el conflicto insurreccional se convirtiera en una contienda de resistencia económica más que del poder de las armas. De modo que, considerando los vastos recursos ingleses y la penuria colonial, veía como la única posibilidad de éxito una victoria rápida y decisiva (Sparks, 3: 125-126). Por otra parte, desde un punto de vista estrictamente militar era evidente para muchos que el triunfo de la causa independentista dependía principalmente de tres factores: superioridad naval en los mares de Norteamérica, adquisición de pertrechos de guerra y la obtención de dinero. Esta había de ser la estrategia propiciada en 1781 por la esperada llegada a las Antillas de una flota francesa al mando del Almirante Conde De Grasse. Para mediados de ese año a la crítica situación del ejército continental se añadía el rápido agotamiento de los fondos de las fuerzas de Rochambeau. De modo que el Mariscal, anticipándose a la llegada de la flota a Cabo Haitiano, escribió al Almirante tres cartas, entre el 28 de mayo y el 11 de junio, con el más urgente pedido de auxilio. En ellas se describían las difíciles circunstancias tanto de las tropas francesas como de los ejércitos revolucionarios, solicitándose de manera apremiante la ayuda naval de De Grasse, el reclutamiento de tropas de la colonia francesa y la respetable cantidad 1.200,000 libras. En cuanto al lugar del desembarco en Norteamérica, se dejaba al criterio del Almirante, aunque se sugería la bahía de Chesapeake en Virginia.

A principios de agosto de 1781, tras varios meses de una campaña en Virginia, el General inglés Charles Cornwallis ocupó la población de Yorktown. Su salida al Atlántico por la bahía de Chesapeake le permitía mantener comunicaciones con el ejército de Nueva York, y hasta obtener refuerzos para la conquista del estado. Sus planes se basaban, por supuesto, en el dominio británico de los mares. Esta presunción y la llegada de la flota francesa a Cabo Haitiano, con sus varias consecuencias, habían de alterar el curso de los acontecimientos históricos a favor de las colonias sublevadas. La nueva posibilidad de un bloqueo naval de Cornwallis, combinado con ataques por tierra, hicieron desistir a Washington y a Rochambeau de atacar la muy bien defendida plaza de Nueva York para combinar las fuerzas revolucionarias en Virginia contra el general inglés. Por su parte Lafayette, con su pequeña fuerza de Virginia y otros cuerpos de ejército, comenzaba las actividades necesarias para cooperar al cerco del enemigo.

Mientras tanto el Almirante de Grasse, al encontrar las cartas de Rochambeau a su llegada a Cabo Haitiano, se dio inmediatamente a la tarea de cumplir con lo que se le pedía con tal urgencia. Aunque su misión principal en América consistía en operaciones conjuntas con los españoles en las Antillas, la importancia trascendental del ataque a Cornwallis lo decidió a emplear el poder de su flota por un breve período y obtener la ayuda necesaria, militar y económica, de las autoridades de la colonia. Fácil le fue obtener un contingente de 3,000 hombres, con la artillería necesaria, bajo el mando del Conde de Saint-Simon, más tarde famoso filósofo y reformador social. Pero lo que resultó ser una dificultad al parecer insuperable fue obtener en Haití las 1.200,000 libras para sufragar los gastos de la expedición y de los ejércitos en campaña. Las circunstancias especiales de esos días se revelan, sin embargo, en dos documentos contemporáneos. A pesar de que de Grasse ofreció como garantía sus propiedades de la colonia y de Francia se le impusieron condiciones inaceptables, entre ellas el empleo de parte de su flota para proteger mercancías en viaje a Francia. Como en contraste con la negativa de la colonia a ofrecer sus caudales a De Grasse son de especial interés ciertos comentarios del primer documento ("Journal of the Cruise"). En ellos el autor se refiere a la ciudad de Cabo Haitiano como la más rica de las Antillas, después de La Habana, y menciona con cierta envidia el lujo y la vida licenciosa de más de cincuenta terratenientes que gastaban miles de francos en sus concubinas mestizas (57-58).

Una vez convencido de la inutilidad de sus esfuerzos en Haití, De Grasse se dirigió al Marqués Juan de Salavedra, español y Director General de Aduanas residente en Cabo Haitiano, quien se ofreció a hacer llegar las cartas del Almirante al Gobernador de Cuba, el Capitán General Juan Manuel de Cagigal. Debe añadirse que en La Habana, con la entusiasta cooperación de muchos de sus habitantes y de Francisco de Miranda, ayudante del Capitán General, se recaudaron los fondos necesarios sin dilación. El segundo documento antes mencionado ("Journal of an Officer") indica que Salavedra había prometido hacer todo lo posible por aistir al erario público de La Habana con fondos privados y añade: "Debe decirse, en honor de los colonos [los habaneros], que todos mostraron gran interés en hacerlo; hasta las señoras, quienes ofrecieron sus diamantes" (152). Por su parte el historiador Charles Lewis dirá:
el tesoro público fue ayudado por individuos, entre quienes         se contaron señoras [de la capital] que ofrecieron sus diamantes. Cinco horas después de la llegada de la fragata. Aigrette, enviada por De Grasse, la suma de 1.200,000 libras estaba ya a bordo (138).

Confiando en obtener los auxilios de Cuba De Grasse había escrito a Rochambeau informándolo del éxito de su empresa y anunciando su llegada a la bahía de Chesapeake para fines de agosto. Su partida de Cabo Haitiano tuvo lugar el 5 de agosto de 1781 evitando las rutas más conocidas, con la ayuda de un piloto de Baracoa, para evadir la vigilancia inglesa. A unas tres millas al norte de Matanzas se le unió la Aigrette, "con su preciosa carga de 1,200,000 libras" (Lewis, 140-141), y el 30 de agosto la flota llegaba a su destino desembarcando las tropas sin interferencia enemiga ("Journal of an Officer", 152; Lewis, 154).

De haber fracasado la empresa de De Grasse muy diferente habría sido la historia de los Estados Unidos. Pero una vez establecido el bloqueo, desembarcados los refuerzos y distribuido el dinero para los gastos de la campaña, se cumplieron los más ardientes deseos de los colonos sublevados. De modo que el sitio de Yorktown y la rendición de Cornwallis, unos veintiún días después, pondrá fin a las posibilidades inglesas de victoria. Como dirá el historiadod Stephen Bonsal, los muy escasos recursos de Rochambeau y el más de un millón de libras de "las señoras de La Habana" bien pueden considerarse los cimientos de dólares sobre los que se erigió el edificio de la independencia norteamericana (119-120).

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