EL RETO

Por Santiago de Juan


El zumbido que hasta ese momento era lo único que perturbaba el silencio habia cesado. La mosca se habia posado sobre el borde interior de aquel redondeado agujero, liso y suave madera de pino que el roce de miles de nalgas por sabe Dios cuantos años, servía de tapa a aquel escusado rustico, asqueroso y mal oliente y a la vez tan necesario para los habitantes de aquella casa, si es que así se le pudiese llamar a lo que servía de vivienda a una familia de siete.

La mosca no era una mosca cualquiera de las miles que pululaban, no solo en aquella reducida casucha de madera y techo de metal corrugado, con tantos agujeros en ambos que proporcionaban una ventilación natural, permitiendo que el aire, el sol y la lluvia tuviesen acceso libre y que miradas indiscretas violasen la privacidad y hasta la cierta santidad de aquel lugar.

No era una mosca cualquiera porque brillaba como si fuera de oro, pero de color verde y de todas ellas, era la que mas odiaba aquel adolescente que, con la mirada penetrante de unos ojos muy negros, mas negros que sus intenciones, palo en mano, observaba con sigilo y sin apuro, mientras pensaba.

El palo medía unas veinte pulgadas y era parte de lo que alguna vez fue el mango de una escoba y que en la mano macilenta de aquel adolescente de unos doce años se convertía en arma mortífera. Odiaba más a las moscas verdes que a las comunes sin que su curiosidad eterna alguna vez se hubiese detenido a pensar de que el odio no tiene medida, sin embargo, cuando se le añade al miedo, este se agiganta. Y temía a aquel insecto porque sus amigos le aseguraban su picada era mortal, lo que daba a consecuencia que eliminarla era algo esencial que él tenia que hacer antes de poder sentarse en aquel escusado y hacer sus necesidades.

Inmóvil como una estatua, cavilaba. Sabía que tenía la practica suficiente como para de un golpe certero, convertir a aquella mosca en lo mismo que se encontraba en el fondo de aquel negro agujero, pero de distinto color, mas la idea no le gustaba, porque tendría que usar parte del papel de periódico para limpiar el asiento y porque prefería esperar a que esta levantase el vuelo y una vez en el aire, pegarle como se le pega con un bate a una pelota. El sonido que esto producía era música para su oído y el verla caer en el piso, herida de muerte pero aun revoloteando, lo consideraba como reverencia hacia él, el vencedor y no algo morboso.

Incontables eran las veces que había hecho aquello, por lo que sus movimientos eran casi involuntarios, sin embargo, la expectación, la excitación y el placer que le producía, nunca había perdido su hechizo.

Para él, era un rito.

Tal vez la mosca también pensaba y creyendo era el momento oportuno, levantó vuelo para solo chocar violentamente con algo que ocupaba el mismo espacio y tiempo que la ruta espacial que momentos antes mostraba despejada, haciéndole caer al suelo desde donde nunca jamás levantaría vuelo.

El rostro del jovenzuelo se iluminó con ese resplandor que el triunfo premia a los vencedores y observó con placer. Ya no sentía odio y mucho menos miedo hacia aquel insecto innocuo que con sus últimos estertores le impartía el valor necesario para combatir y derrotar a alguno de sus parientes que irremisiblemente tendría que afrontar en los próximos días. No había sido de su elección el encontrarse en aquel territorio hostil pero poco le importaba el encontrar a quien culpar por ello, sino el afinar su destreza, adquirir experiencia y fortalecer su espíritu, no solamente para librarse de aquella situación sino también, como preparación para enfrentarse a los obstáculos que la vida sabía pondría en su camino...y salir victorioso.


FIN


Winter Park, Florida
SantiagodeJuan@aol.com


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