¿Castro comunista?

by Servando González


Los positivistas lógicos llegaron hace tiempo a la conclusión de que cuando dos personas difieren diametralmente en sus opiniones en cuanto a algo, la mayor parte de las veces esto se debe a que usan distintos nombres para denotar la misma cosa, o a que denotan cosas diferentes con el mismo nombre. O sea, que para los positivistas lógicos la causa de las desavenencias humanas se reduce a una simple cuestión se semántica.

Aunque no creo que todas las desavenencias sean cuestión de semántica, coincido en que algunas veces lo son.. Por ejemplo, desde hace más de treinta años llegué a la conclusión de que el loco asesino que desgobierna la Isla nunca fue, es, o será marxista, y mucho menos comunista, y eso me ha ganado muchos detractores.

El hecho de que el loco no es marxista no admite discusión. Aparte de su propia confesión de que nunca leyó más allá de las primeras páginas de El Capital, un somero análisis de sus discursos evidencia una ignorancia total de los más elementales conceptos del marxismo. Sus ideas de construir el socialismo y el comunismo al mismo tiempo, de usar la guerra de guerrillas como instrumento para movilizar las masas hacia la revolución comunista, y la creencia de que la clase más revolucionaria no era la obrera, sino los intelectuales y los estudiantes, siempre fueron consideradas disparatadas por los ideólogos comunistas soviéticos. Su pasión por la lucha armada le ganó el odio de Nikita Jruschov, quien por esos años había lanzado su doctrina de la coexistencia pacífica. La teoría del "foquismo", la cual le sopló al oído al cándido francesito Regis Debray, quien luego la publicó como suya en un panfleto que tituló Revolución en la revolución, tiene mucho de las teorías putschistas de Mussolini y Primo de Rivera, quienes no eran marxistas, sino fascistas. Su alegato "Condenadme. No importa. La Historia me absolverá", con que terminó su autodefensa en el juicio por el ataque al cuartel Moncada, lo tomó literalmente de las palabras finales del discurso que pronunció Hitler en el juicio por el fallido putsch de 1923.

De modo que, repito, no existe el menor indicio de que el loco haya sido alguna vez en su vida marxista. Ahora bien, ¿es el loco comunista? Porque tal vez exista la duda de que, tal vez, se pueda ser comunista sin tener conocimiento alguno de la teoría marxista. Pero esto es casi imposible, porque el comunismo es una doctrina política que se basa en las teorías de Karl Marx. Ser comunista sin ser marxista equivaldría a ser cristiano sin saber nada de la doctrina de Cristo, o ser budista ignorando la doctrina de Buda.

Sin embargo, muchos cubanos del exilio, entre ellos algunos amigos a quienes respeto y admiro, están firmemente convencidos de que el loco es comunista, y no hay quien los haga cambiar de opinión. Y aquí es donde debemos volver a remitirnos a los positivistas lógicos y preguntarnos, ¿qué cosa es el comunismo? ¿Será que estamos usando el mismo nombre para denotar dos cosas distintas, y que mi definición del comunismo difiere de la de ellos? Veamos.

Si la definición que uno tiene del comunismo es que es una doctrina inventada por Carlos Marx, que preconiza la lucha de clases, y cuyo objetivo final es la liberación a la clase obrera de la opresión de los capitalistas explotadores --y me imagino que esta es la definición que tiene en mente la mayoría de la gente, incluídos los cubanos del exilio--, entonces no cabe duda de que el loco asesino no tiene nada que ver con ese tipo de comunismo.

Ahora bien, si la definición que tenemos del comunismo es que es una doctrina desarrollada por los capitalistas monopolistas para mejor explotar a los obreros, los campesinos, la clase media, y a todo el mundo con excepción de ellos, y que expresó engañosamente en forma de doctrina su agente secreto Moses Mordecai Marx Levi, entonces no cabe duda de que el loco asesino fue, es, y será comunista hasta el último día de su vida. No hay que olvidar que, cuando tenía tan sólo doce años de edad y era alumno del Colegio Dolores en Santiago de Cuba, la bestezuela de Birán le escribió una carta al presidente Roosevelt en la que le pedía veinte dólares (una mala maña de la que nunca se ha curado), y terminaba con una posdata en la que le ofrecía sus servicios a los imperialistas yanquis, a quienes ahora tanto dice odiar, para ayudarlos a localizar y mejor explotar las riquezas minerales de Cuba. Lamentablemente, Roosevelt nunca le envió los veinte dólares, y a nosotros nos ha tocado pagar con creces la tacañería del Presidente.

Fíjense bien que cuando uso la palabra "capitalistas" hago la distinción de añadirle el calificativo "monopolistas". Aunque por razones personales no soy un fanático del sistema capitalista, no dejo que reconocer que es el mejor, o, si se quiere, el menos malo, de los sistemas económicos que el hombre ha inventado. En particular porque el capitalismo inherentemente necesita darle a los ciudadanos la libertad de comprar y vender, y esto automáticamente obliga a concederle otras libertades, como la libertad de movimiento, de asociación, de expresión, de posesión, etc. Además, el capitalismo, por su propia esencia, tiene que garantizar la propiedad privada y, como bien afirmó George Washington, "La propiedad privada y la libertad son inseparables."

En realidad, la mayor parte de los males que se le achacan al capitalismo aquí en los Estados Unidos no se deben a fallas inherentes a este, sino al comunismo que los izquierdistas han logrado infiltrar dentro del capitalismo, como, por ejemplo, la educación pública, la medicina socializada, el impuesto gradual y el banco central. Por si alguno no lo sabe, casi todas estas cosas las mencionó Marx en el Manifiesto Comunista como condiciones necesarias para la implantación del comunismo en un país.

Pero, por razones difíciles de explicar, una vez que acumularon cuantiosas fortunas gracias al capitalismo y la libre empresa, algunos capitalistas llegaron a la conclusión de que el capitalismo se había convertido en un obstáculo para llevar a cabo sus ambiciones monopolísticas. John D. Rockefeller, a quien muchos consideran el epítome del capitalismo, dijo cierta vez que la competencia era un pecado. Prueba de que lo creía es que dedicó toda su vida a luchar contra una de mejores características del capitalismo: la libre competencia. Haciéndose eco de la voz del amo, John Foster Dulles, uno de los agentes de alto rango de los conspiradores, publicó un largo artículo en un número de la revista Foreign Affairs en 1926, en el que ensalzaba las ventajas del capitalismo monopolista sobre el de libre competencia. Son estos mismos capitalistas monopolistas los que, a través de sus fundaciones "filantrópicas", le inculcaron a la izquierda norteamericana las ideas de protección del medio ambiente. Si en este país hoy no hay suficientes fuentes baratas de petróleo, gas natural, o energía nuclear, se lo debemos a esta alianza tácita entre la izquierda radical y la derecha más reaccionaria.

Fueron precisamente estos capitalistas monopolistas los que, al ver que la Rusia imperial se estaba convirtiendo en una amenaza para sus monopolios petroleros, enviaron a Rusia en un tren blindado repleto de oro a su agente secreto Vladimir Ilich Ulianov, también conocido como Lenin, para que hiciera una "revolución". La operación fue todo un éxito. El resultado fue que metieron a Rusia por más de 60 años en un congelador llamado comunismo, eliminando así el peligro de la competencia petrolera rusa.

Estos fueron los mismos intereses petroleros que, temerosos de que los empresarios azucareros cubanos descubrieran que la caña de azúcar es la materia prima de un excelente combustible mejor que los derivados del petróleo, ordenaron a su agente secreto Alex que derrocara a su títere Batista, cuya utilidad había llegado a su fin. Ante el fracaso del asalto al Moncada, intercedieron con Batista para que la condena fuera leve, y luego le ordenaron que lo indultara. Más tarde contribuyeron con dinero y recursos a la victoria de Alex y sus revoltosos en la Sierra Maestra, y, finalmente, le ordenaron a Batista que hiciera mutis por el foro y le dejara el camino expedito a su agente. La destrucción sistemática de la industria azucarera cubana no se originó en la mente alucinada del loco asesino. Lo más probable es que haya sido concebida en la Pratt House en Manhattan, sede del Consejo de Relaciones Exteriores.

El capitalismo monopolista, tanto en su versión fascista como comunista, ha demostrado ser altamente dañino para la sociedad. La causa real de que estemos pagando la gasolina a precios astronómicos en este país no es el precio artificialmente alto del petróleo, sino el monopolio de la industria petrolera. Y lo mismo sucede con el gas, la electricidad, el agua, las medicinas, y otros servicios y productos en los que no existe libertad de competencia. Si Bill Gates hubiese logrado su sueño de monopolizar la industria, el precio de una computadora de baja calidad no bajaría de veinte mil dólares.

No cabe duda que el sistema económico, político y social que el loco ha desarrollado en Cuba es el sueño dorado de los capitalistas monopolistas: la competencia no existe, los obreros trabajan horas sin límite y ganan sueldos de miseria, los sindicatos son una farsa, y las huelgas son inexistentes. Henry Ford y John D, Rockefeller estarían orgullosos de tan distinguido discípulo. Esto explica el por qué altos ejecutivos del Consejo de Relaciones Exteriores, las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, y otras organizaciones creadas y controladas por los capitalistas monopolistas, han declarado públicamente, en varias ocasiones, que la Cuba actual es el modelo a seguir.

Esos mismos individuos, como, por ejemplo, Maurice Strong, un alto ejecutivo de las Naciones Unidas, han llegado a confesar abiertamente que su objetivo es destruir la civilización industrial. Esto, traducido a buen romance, significa que su objetivo final es llevar el planeta a un nuevo feudalismo; una sociedad en la que sólo habría dos clases sociales: los siervos, que comprenderían el noventa y nueve por ciento de la población, y en quienes se acumularía toda la pobreza, y los señores feudales, el uno por ciento de la población, en quienes se acumularía toda la riqueza y el poder. Una descripción más fiel de la Cuba actual es difícil de hacer en tan pocas palabras.

No vayan a pensar que lo de Cuba como modelo a seguir es invención de mi mente calenturienta. Al menos aquí en California, los "izquierdistas" (la izquierda norteamericana es un espejismo creado por la derecha más reaccionaria, pero de eso trataré en detalle en un próximo artículo), entre ellos muchos que van de visita a la Isla a ver de cerca las maravillas del sistema, cada vez se refieren más a Cuba como un ejemplo de la forma en que viviremos en este país en un futuro próximo. No pasa semana en que no aparezca un artículo en alguno de los periodiquillos locales sobre Cuba y la agricultura orgánica o Cuba y la economía sostenible .

La prensa académica no se queda atrás, e innumerables artículos aparecen escritos por profesores y científicos muy serios, alabando las maravillas del sistema cubano. Como a estas alturas habría que tener la vergüenza totalmente perdida para hablar de los logros de la educación y la medicina en Cuba, ahora los temas favoritos son la ecología y la economía sostenible. Si investigamos un poco, siempre hallaremos que la mayoría de las publicaciones académicas en que estos artículos aparecen reciben cuantiosos fondos de las fundaciones Rockefeller y Ford o de algunas de sus afiliadas.

Los "izquierdistas" Berkelianos, muchos de los cuales viven en mansiones en las colinas y ruedan Mercedes y BMWs, se babean de admiración al descubrir que el pueblo cubano no es víctima del consumismo, así como de los pocos automóviles privados que circulan en la Isla, lo cual señalan como la causa de que haya menos contaminación del medio ambiente. Hasta los apagones los mencionan como algo positivo. En síntesis, los cubanos (el pueblo, no los mayimbes, por supuesto) son posiblemente uno de los pueblos del mundo que consume menos recursos naturales del planeta, lo cual es bueno para la ecología. O sea, que la idea de Cuba como el modelo a seguir se está vendiendo sutilmente al pueblo norteamericano, y algunos tontos la están comprando.

Pero, lo que algunos de estos "izquierdistas", "progresistas", y "liberales" ignoran (o lo saben, pero lo aprueban), es que el desarrollo sostenido no es lo que parece ser. Los tres componentes principales del desarrollo sostenido son: 1, el uso global de la tierra (o sea la tierra pertenece al gobierno mundial); 2, la educación global (lo que equivale al adoctrinamiento masivo en las ideas del comunismo globalizador); 3, el control y reducción de la población (el aborto, la eutanasia, las plagas, la guerra, el hambre, y la miseria como instrumentos para reducir la población); y, 4, la reducción de los niveles de consumo de los pocos que sobrevivan a niveles pre-industriales. En síntesis, el desarrollo sostenido no es sino una sociología de la escasez, la miseria, y la muerte.

No quiero quitarle el sueño a nadie, pero no puedo terminar este artículo sin advertirles que son estos mismos capitalistas monopolistas quienes se han propuesto implantar en todo el planeta un nuevo sistema económico, político, y social, que han dado en llamar el Nuevo Orden Mundial, y la excusa que han hallado para dar el paso final es la llamada "guerra contra el terrorismo".. Si, como todo indica, este Nuevo Orden Mundial cuyo componente esencial será el desarrollo sostenido, será una copia al carbón de la aberración que el loco asesino ha creado en nuestra querida patria, hay motivos suficientes para preocuparse.

¿Habremos saltado de la sartén para, después de tantos año, caer en el fuego? ¡Dios nos coja confesados!


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Servando González es un escritor norteamericano nacido en Cuba. Entre sus libros publicados se encuentran Historia herética de la revolución fidelista, The Secret Fidel Castro, y The Nuclear Deception. Su primera novela, La madre de todas las conspiraciones, fue publicada el año pasado. En estos momentos escribe su segunda novela, que ha titulado El Bogotazo: primera operación de guerra psicológica de la CIA en América.



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